I.
NOVECENTO
Me estoy atando los
zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad. He decidido
ser medianamente snob
nada más despertarme. Bajar las escaleras ya ha sido un inicio
considerablemente elogiable: dos de espaldas, una de frente. Frente al armario
de mis falsedades, escogí el abrigo más largo y más negro, que es mi único
abrigo. Al abrigo de mi abrigo y del viento y de los transeúntes, evito toparme
con la gente vestida a topos que tropiezan con mis tropos de trapecio. Pero
estará ella, como siempre, en algún lugar, y cuando menos me lo espere, en mi
desesperar. Un desesperar snob, a juego con
mi elección de hoy. Allí está el banco, junto a una papelera llena de panfletos
y papeles manchados de salsa dulce y de azúcar de tortitas de manzana. Me
despacho a gusto mentalmente con las indumentarias que vislumbro en mi caminar
hacia el banco de allí, donde la papelera. Retrocedo. ¿Será snob retroceder?
Compro en un supermercado algo para comer. Una lata de sardinas me viene bien
para la memoria y mis propósitos pendencieros de snobprincipiante.
Allí la veo. Ya va a venir. Porque es ella, como siempre es ella y todas las
ellas que pasan por delante de los bancos donde los snobs nos
sentamos junto a papeleras llenas de recuerdos miserables de nuestros consumos
diarios. Camina bien. Altanera, alta y negra como ella sola. Su cabello es el
más negro y el más largo de sus cabellos posibles. Así la encuentro, con su
paso alto y negro de tacones ajustados y ajuaneteados. Abro la lata, como aquel
que dice, por hacer algo. Observo a esa media docena de sardinas, descabezadas
pero encolerizadas. El aceite que rebosa. ¡Oh, mujer! Voy a abalanzarme hacia
tu falda estampada, para estamparme contigo. Porque no tiene sentido esperarte
aquí, en el banco, cuando tú vienes como vienes, buscando trabajo en una
multinacional para desempleadas altaneras y flacas.
Cómo sufro
cuando veo tu atuendo en semejante y grasiento abandono. Cómo desliza el aceite
untuoso la mañana sobre tu falda y chorrea sin falta hasta la acera de tus
tacones puntiagudos. Cómo se abre tu boca en un orgasmo de estupefacción y
agonía. Dispongo de tu rabia, dispongo de tu enojo. Me apropio de ellos sin
consideración. Te paraliza el aceite de mi lata. Te invitaré a sardinas. No
será una barbacoa. Sin barba y sin cola, en síncope benefactor de limpieza en
seco. Vayamos a un lavabo. Arremanguemos tu falda contra mi presteza y pongamos
mi abrigo más largo y más negro sobre tus hombros más dóciles, por una vez.
Siéntate, mujer, en mis pantalones limpios y paladea mis labios enguantados de
pescado sabroso.
Le ofrezco mis
disculpas. Sardónica, prefiere mis sardinas. Se sienta a mi lado, se descalza
en la calzada, y se quita las medias pegajosas color carne de cañón y de
psiquiatra. Lacan la cansaba, tanto como las medias que, de hecho, arroja a la
papelera donde, deshechos, seguimos acumulando desechos. De los dedos derechos
de sus pies me confiesa que es torpe y no sabe pintar las uñas. Saca su esmalte
rojo carmesí y su minúsculo muslo se enmienda a mis piernas de pana. Así,
mientras Emilia Martín, aspirante a secretaria en una multinacional, come una
sardina en conserva, yo me dedico a colorear, acaramelado, sus uñas nacaradas.
El olmo del alma y de la calma que nos da la sombra nos asombra y crece sin
mesura. “Como Novecento”decimos,
al mismo tiempo, por el personaje, el tal Olmo. Generosa ella, en cuerpo y en
alma, me ofrece la mitad de una sardina. Yo tan solo mordisqueo la parte más
sabrosa, allí donde su boca ha dejado restos de carmín, del labio de su
hemisferio sur. Después del refrigerio, el tiempo se pone frío. Llueve, tal y
como necesitamos en este momento, porque viene a cuento. Se inclina
desgarradora y desgarbada hacia atrás. Queda su negra melena expuesta a la
lluvia de los calendarios. Señala entonces su bolso y universo, del cual
extraigo pronto un frasquito de champú. Y aquí, aquí mismo, bajo el olmo, en el
banco junto a la papelera, donde los snobsnos sentamos
a comer pescado en conserva junto a Emilias altaneras, le enjabono el cabello
por primera vez. Sí, quizá el amor,
pero la otherness nos dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que
toca a esa mujer.
II.
OLOR A
COSAS VIVAS.
De Horacio Oliveira, me ha quedado
sólo el recuerdo de su paso por mi vida, fueron años locos, vividos con
intensidad. Lo conocí en una de las tantas reuniones que se realizaban en el
bar del griego, un local con intenciones de confitería fina, que nunca llegó a
serlo. Se armaban mesas de discusión sobre cualquier tema, la independencia de
Argelia era casi un hecho y nosotros dejábamos caer opiniones con la
inconsciencia del que no vive en la opresión y habla por hablar. Sartre era una
utopía con sus frases memorables que deshilábamos, palabra a palabra, letra a
letra y entre tanta locura, ella, La Maga, estaba siempre presente, pegada a
Oliveira, mirándolo con la adoración de una mujer enamorada.
Algo sucedió entre ellos de lo que
no me enteré. Debí viajar a Buenos Aires y al regresar, La Maga ya no estaba
con Horacio, había desaparecido de su vida.
Algunas veces nos encontrábamos con
Horacio en el bar, frente a la Place de la Concorde. Me hablaba de Jazz o de
filosofía, lo escuchaba en silencio, siempre resultaban sabias sus reflexiones,
era instruirse de vida; sabiduría de libros y calle al mismo tiempo. Pero ya no
era el mismo. Aquel que en el Club de la Serpiente hablaba de los peligros
metafísicos entre sorbos de pernod, ya no estaba allí.
Una parte importante de él se había
ido tras La Maga.
Las calles parisinas se convirtieron
en una pasión para Horacio, las recorría buscando a su amor, era un loco más
caminando tras la felicidad.
Y al encontrarlo, sólo hablaba de
ella:
” ¿Y por qué no —decía— por qué no
voy a buscar a la Maga? La lluvia en la ventana parece decir su nombre con el
repiqueteo del agua sobre el vidrio y entonces me desespero y salgo a recorrer
las calles y grito su nombre y sólo escucho la lluvia. Tantas veces me había
bastado asomarme por la rue de Seine, para ver la luz de ceniza y oliva que
flotaba sobre el río, y desde allí la veía llegar, su silueta delgada se
destacaba en el Pont des Arts y nos íbamos por ahí, a la caza de sombras, a
comer papas fritas, a besarnos junto a las barcazas del canal Saint-Martin. Con
ella yo sentía crecer un aire nuevo, los signos fabulosos del atardecer o esa
manera como las cosas se dibujaban cuando ella iluminaba todo con su sonrisa”.
Ella nunca regresó. Horacio se
transformó en una sucesión de quimeras e ilusiones rotas, y como ella se perdió
de los bares parisinos, quién sabe en qué ruta o tal vez, sin que nosotros lo
supiéramos; ellos se encontraron. Y son seguramente alguna de esas parejas, que
eternamente jóvenes pasean todas las tardes a orillas del Sena, felices; aunque
la lluvia los moje y huela a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.
III.
DESENCUENTRO
DE DOS ALMAS GEMELAS
“¿Encontraría a la Maga? Tantas
veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da
al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me
dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía” en ese banco
del parque.
Cómo no recordar ese parque, al
costado de la Catedral de San Maclau, si lo veo, como una postal de otoño de
aquel setiembre del 1990.
El amarillo intenso de los plátanos
contrastaba con el esplendor rojizo de los robles, el verde intenso de los
cipreses y el amarillo pálido de un césped, que ya tendía a desaparecer.
El grueso portal de hierro verde del
ingreso, se abría a las 9 en punto para volverse a cerrar a las 18 horas.
La empresa donde yo trabajaba,
estaba justo al frente y desde la ventana tenía las dos imágenes, una mística,
la de la catedral con sus iluminados vitrales y una natural con la suma de
todos los aportes que nos puede brindar ese reducto paisajístico.
El parque era un pulmón en esa
ciudad de callecitas angostas y empedradas.
Una mañana, me asomé a la ventana
mientras saboreaba un café y la vi, sentada en un banco en la pérgola casi
seca, que ya acusaba los primeros fríos.
Llevaba un traje de lana verde y una
boina de igual color que cobijaba una mata de cabellos negros, muy negros, casi
azabache.
Su pálida mano sostenía un libro
sobre el que por momentos se detenían sus ojos, pequeños momentos, para luego
en tantos otros, escudriñar el paisaje. Y en ese recorrido a tientas, la mirada
la llevó a cruzarse con la mía, unos ojos curiosos, inquisidores.
Volví a mi rutina pero sus pupilas
esmeraldas quedaron girando en mis pensamientos y esa noche su tenue figura
ocupó mis sueños.
A la mañana siguiente, ni bien
llegué a la oficina, me asomé a la ventana pero solo los rayos de sol ocupaban
el banco de mármol.
Tras una hora de ajetreo, pero con
una sensación desasosegada, volví a arrimarme, y al apoyar mi nariz contra el
vidrio, mi cara se iluminó con una sonrisa, al volverla a ver.
Me calcé la chaqueta y busqué un
pretexto para salir a la calle, resbalé en los adoquines regados de rocío pero
aún con paso vacilante, logré llegar a ella, quien al verme, solo atinó a
sonreír, una sonrisa tímida pero franca.
Le hablé con excitación, pero no dio
muestras de entenderme; le pregunté su nombre, sus orígenes, qué hacía, pero
ella solo se limitó a sonreír. Bajé la vista, un poco decepcionado, y pude
observar que el libro que aún sostenían sus manos, estaba escrito en caracteres
rusos, en otro idioma, y cuando di muestras de querer acercarme más, sentarme a
su lado, ella se mostró alterada, tomó su bolso de mano y partió entre los
estrechos senderos del parque.
La impotencia golpeó mi pecho, quise
seguirla, pero mis obligaciones me llamaban.
Así la continué viendo cada día de
setiembre, a la misma hora y en el mismo lugar y la única chispa que logré
encender para comunicarnos fue su sonrisa, cada vez más enigmática. No dejó
lugar a ningún otro acercamiento.
Pero un día, sucedió un milagro, con
lenguaje de señas, la invité a caminar, a adentrarnos en las bifurcaciones del
parque y así comenzamos un juego sensorial que nos hacía saltar sobre la
alfombra de hojas secas, olfatear las flores silvestres, enfrentar el viento en
loca carrera.
Ese fue un recreo inolvidable.
Al día siguiente, quise repetir el
festín pero al verla parada frente a la ventana, muy seria, con dolor de exilio
en el rostro, el presentimiento invadió mi alma y así, ella levantó la mano en
un gesto de despedida que yo respondí mecánicamente, con el corazón destrozado.
“Y mirá que apenas nos conocíamos y
ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”.
"ILUSTRE
HOMENAJE"
pasado
agridulce enamorado de una mujer perversa siendo su gran amor.Besando
cada huella
alimentando una ilusión acabando en soledad, Ebrio donando talento
de sabiduría,
Discurriendo filosofía cadenas de esplendor,Eliminando huracanes
embravecidos en
el fango de la maldad. Guirnaldas mágicas tesoros deseando
florecer en su
corazón herido evitando pensamientos de odio disipando en fuego
infernal,Asomando
sobre el puente perfilando silueta delgadas pero fortalecidos
con trinos de
gaviotas peregrinado a tierras cálidas deseando regresar.
Jaulas
encerrando mundos inertes llamando a la muerte teología del pesimismo.
Interrupción
distanciando fronteras rompiendo con palabras de igualdad.
Observando
estrellas de caridad aliviando sufrimientos desafiando al fracaso.
Expectación
máxima eternas prendidas en columnas aclamando libertad.
Siguiendo la
sombra de aquella maga que Cortázar quiso encontrar luchando
en la columnas
románicas de aquel puente regresando apenado porque nadie la
conocía.
Reencontrando
un alma cubriendo la ciudad con una niebla anunciando
el anochecer,
Dormitando bajo aquella gabardina protegiendo el inerte frío.
Aclamando un
milagro . "Pero ella no
estaba en el puente".
PERO EL AMOR, ESA PALABRA
Alguna
que otra vez un desconocido en cualquier reunión medianamente formal le había
comentado que hablaba de Noviembre como Cortázar lo haría sobre la Maga, sin
llegar a sospechar siquiera, ni remotamente, hasta qué punto eran ciertas sus
palabras. Ella, antítesis de la inocencia mal fingida retratada en linguafrancoargentina,
miradas de soslayo apenas acalladas por el vago rumor de la Seine.
Antiheroína moderna que precisamente no caminaba para encontrar, sabiendo lo
que esquivaba. Sabiendo que lo esquivaba en la misma medida en que
su antagónica hacía por tropezar con su Horacio.
Se
evitaban. Se evitaban. Marchaban en círculos concéntricos cuyo punto de
inflexión excedía el límite de lo meramente razonable, titubeando en cada
esquina con la angustia estancada en la boca del estómago, no fuera que
sucumbieran a encontrarse por casualidad, que ella era proclive a provocarlas
inconscientemente. Casualidad, causalidad, un choque premeditadoen
las escaleras del metro y vuelta al principio de aquel caótico remolino de
ambigüedades al que no terminaban de habituarse.
Sus
lenguas se topaban, se acariciaban con vehemencia bajo el sol de mediodía,
geometría naranja, impávida lucha de titanes amándose con uñas y dientes para
terminar resollando contra el hueco de un cuello ajeno. Fingida indiferencia de
los que juegan a tocarse y retroceder, porque en realidad no era más que eso,
un baile decadente, el esfuerzo inútil por remontar el vacío infinito entre sus
dos cuerpos, salto al abismo e impacto soluble, suave vaivén. El espacio se
expandía y se contraía al ritmo de la respiración pausada, presionándolos,
creando un universo regido por la única interacción que conocían —la única que
creían posible—, dejándoles huellas invisibles en torno a la boca y después más
abajo, siempre hacia abajo, como el humo de los cigarrillos americanos que ella
fumaba, enroscándose en su tráquea y descendiendo hasta el centro mismo de su
ser. Todo reducido a un eterno retorno, a encontrar el punto de partida, el
principio de aquellas medias tintas, de las palabras no pronunciadas, los
recibos por firmar, las veces que se habían arrepentido y las que les quedaban.
Y
Bix Beiderbecke y Kid Ory, sólo a veces.
Las
incoherencias, los dedos cruzados detrás de la espalda, los adoquines acortando
distancias, y todo se hacía tan pequeño, diminuto —más aún—, blando, gris,
después explotando en un orgasmo prolongado ahogado contra una vieja almohada
de hotel. Esa corporeidad dolorosamente intrínseca, inherente, insolvente,
inerte, in in in in iníntegra, y un perfil claramente desdibujado sobre
el cristal empañado del baño, aliento o relente, una inicial retorcida,
delicadamente trazada en la densa calma del mediodía, resbalando, acuosa,
trémula sinfonía y de golpe y de frente,
súbito resplandor,
escalofrío
cíclico. Una estrella.
…
…
…
Silencio.
Él
nunca se quedaba después de hacer el amor.
VI.
LAS AGUJAS
No
era en la cabeza donde tenía el centro. En realidad, su centro no estaba en
ningún lado y su cuerpo echado en el sofá. Pero Ángel había estado ajeno a
ellas. Ellas, las agujas, habían campado a sus anchas durante todo el día, pero
a partir de un instante, quién sabe si se trató de un tic o de un tac, iban a
acelerarse inexorablemente y empezar a martillear sobre la cabeza de Ángel cada
vez con más velocidad, a cada segundo menos piadosas, más traicioneras, menos
complacientes.
La
visión de las agujas llegaba soberbia desde las alturas, escrutada por los ojos
de Ángel que ya no podían contemplar otra cosa, negándosele la proyección del
resto de los elementos de su mundo, aquellos que rodeaban al reloj como si su
visión real fuera la de un cuadro en donde sólo se definía un minúsculo trozo en
forma de círculo perdido en el lienzo, con unas agujas que sobresalían casi
saltando a fuerza de gritos. Una maquiavélica e infernal máquina de tiempo.
Tic.
La cuenta atrás empezaba a dar pasos largos y decididos hacia adelante, irónica
y burlona. Ya nadie iba a poder detenerla hasta llegar al irremediable final,
ese broche al que Ángel tanto temía.
Tac.
Los martillazos de las agujas iban golpeando duro y parejo sobre su corteza
craneal. Nada podía pasar por su mente más que el sonido de ellas, el reloj
avanzando y consumiendo el tiempo, cada vez más, secuestrando segundo a segundo
y extrayéndole a su alma la savia vital que emanaba de sus poros.
De
golpe, Ángel vio que la aguja larga cobró vida y rompió los límites del cristal
que la envolvía a ella, a la aguja corta y a la docena de números, atravesó el
agujero y salió de su cubículo reptando por la amarillenta pared. Bajando.
Serpenteando. Zigzagueando silenciosa pero firmemente. La aguja se iba
alargando, crecía su tamaño desde el punto central del reloj desde donde había
nacido alguna vez, hacía tiempo, y Ángel aterrorizado veía como esa
aguja-serpiente acortaba distancias y se acercaba a él, que seguía impasible,
horrorizado pero impasible.
Cobardes,
se decía Ángel sin decírselo, a su cerebro, a su astucia, ahora es cuando más
los necesito y parecen abandonarme. A la serpiente del tiempo sólo le restaban
centímetros para alcanzar la suela de uno de los zapatos. Y entonces los ojos
titubeantes de Ángel la vieron a ella, la aguja corta. Como imantada por el
techo del salón, ella también iba por Ángel, pero podría entreverse que en sus
fríos cálculos tramaba atacarlo desde otro ángulo, desplazándose con menos
velocidad pero con zancadas más largas, olfateándolo y yendo sin pausa hacia
él: hacia el cuello de Ángel.
No
pudo precisar cuánto tiempo pasó para que ambas lo alcanzaran, porque los
tic-tacs antes rítmicos se habían deformado hasta convertirse en fantasmagóricos
y sombríos sonidos sin ton ni son. No supo Ángel si demoraron unas centésimas
de segundo o varios siglos, porque ellas mismas jugaban y minimizaban el tiempo
a su antojo, pero de repente se encontró Ángel alcanzado por las dos agujas, la
larga y la corta, abrazando su humanidad, estrangulando cada porción de su
anatomía, sacándole punta a sus lenguas bífidas acaso para atestar el golpe
final, frías, calculadoras, maliciosas, agujas asesinas que no dejaban nada con
vida a su paso y se relamían ante su nueva víctima.
Tic.
Mordió la primera de las agujas-serpientes, para acabar ella misma agonizando y
desapareciendo una vez finalizada su corta mordida, de una duración fiel a su
esencia de aguja pequeña. Tac. Atacó a Ángel la segunda de las agujas-serpientes
y luego se extinguió en un chillido agudo y largo, hasta extenuarse y decretar
en su último suspiro su larga partida hacia el infierno de las agujas largas y
asesinas. El corazón de Ángel también acusó recibo y, estampándosele el último
sello con la hora, los minutos y los segundos exactos utilizándose como tinta
la sangre de las agujas, dejó de latir para siempre.
Un
tiempo más tarde descubrieron su cuerpo yaciendo sobre el sofá. Algunos lo
lloraron, otros lo despidieron con una medida solemnidad huérfana de lágrimas.
Al retirar el cadáver, quedando desierta la escena donde Ángel había dejado de
existir, alguien dijo una de esas frases hechas y el que estaba a su lado le
contestó entre suspiros y también pecando de nula originalidad: su tiempo se ha
acabado.
Desde
arriba, cuando ya no quedó nadie ni mucho menos los malogrados restos de Ángel,
ellas rieron malignas, rieron astutas, rieron a tiempo como todo lo que hacían.
Las frías agujas, otra vez cobijadas en su fría y calculada morada llamada reloj,
sabían que el tiempo no se le había acabado a Ángel, sino que había sido el
tiempo el que lo había acabado. Tic tac. Toc toc.
VII.
EL ARTISTA
Por ese entonces yo juntaba alambres y cajones vacíos en las calles de la madrugada y fabricaba móviles, perfiles que giraban sobre las chimeneas, máquinas inútiles que la Maga me ayudaba a pintar. Y yo creía que era una artista. La Maga nunca me negaba esa condición, pero yo sabía que un poco me engañaba. Ella se deleitaba ante lo que consideraba verdaderas obras artísticas, y yo, apenas, las utilizaba para pagar mi café con leche, y esa medialuna del día anterior que don Cosme me vendía. Esa era toda mi alimentación, y yo la valoraba muchísimo.Después recorría Avenida de Mayo, buscando más material para mis obras. Cuando tenía completo el carrito, que arrastraba por las calles de Buenos Aires, y que no pocas veces era objeto de insultos por parte de los automovilistas, volvía a mi taller. Bah, a mi cuartucho, de tres por tres, que alquilaba en una pensión de mala muerte, ubicada en San Telmo. Allí daba renda suelta a mi creatividad, mayor que mi talento, por cierto, y creaba nuevas obras que vendería, o trataría de hacerlo, al día siguiente.Esa era mi vida rutinaria, y absolutamente escasa de luminosidad. Salvo cuando aparecía la Maga. Me daba fuerza, me transmitía alegría, y me permitía ser yo mismo. Cada vez que nos encontrábamos y dábamos rienda suelta a la pasión contenida, nuestro mundo se reducía a nosotros dos. Vivíamos como encapsulados en ese momento de felicidad. Cuando la Maga me entregaba todo su ser, yo me enriquecía como hombre, y como artista. Ella lograba que mi modesto talento se multiplicara y fuera capaz de crear obras maravillosas.En uno de esos magníficos momentos de creatividad,inspirado por la Maga, cree una escultura, absolutamente perfecta, con líneas definidas y un brillo especial. Habíamos hecho el amor como tantas veces, pero esa vez fue distinto. Me urgió saltar de la cama como un poseído, y ponerme a trabajar. El fruto del trabajo, y del esfuerzo, fue una réplica de la Maga. La mirase por donde la mirase era ella. Se la mostré y le pregunté qué le parecía.
-Está linda,me dijo. Pero no creo que se parezca a mí
Para mí era la Maga. No quería venderla, pero la pobreza derriba todos los sentimentalismos. La puse en una caja y me fui para Plaza Francia. Todo un día estuve, sin que nadie se interesara por mi obra. Yo estaba feliz. Tenía la excusa perfecta para que me acompañara, siempre. Estaba por regresar a la pensión cuando un caballero se acercó, y me pidió ver la escultura. Se la mostré, sin demasiada convicción, y con más ganas de irme que de otra cosa. La observó con mucho detenimiento. La levantó, la dio vuelta, la miró de arriba y de abajo. Yo estaba bastante molesto por la inspección que estaba realizando, y porque no emitía ninguna opinión. Se dio cuenta de mi fastidio, y sólo dijo
-Es muy buena, tráigala mañana, a las 20. Sea puntual.
Me dio una tarjeta, y se fue. Allí me quedé mirando al elegante caballero que se retiraba. Le eché un vistazo a la tarjeta y leí JacquesQuerel, Asuntos artísticos, Embajada de Francia.
No entendí nada y volé hasta el bar donde trabajaba la Maga. Esperé que terminara su turno, y casi sin saludarla le conté lo que me había pasado. La Maga estaba más feliz que yo. Me dijo que era una posibilidad increíble. Que no tenía que desaprovecharla. Me acompaño a una conocida sastrería y me regaló un traje, que pagó con su tarjeta de crédito. Después hizo lo mismo en una zapatería. Yo no salía de mi asombro. La Maga, seguía haciendo magia.
Al día siguiente, me presenté, puntual, con la escultura. El empleado que me recibió la sacó de la caja, sin disimular el fastidio por el pobre contenedor, y me hizo pasar para encontrarme con Querel. El diplomático me explicó que la escultura participaría de una muestra y que el ganador iría becado a París. Me dio un recibo por la obra, y me despidió. Me quedé unos segundos sin saber que decir. Lamenté que la Maga hubiera gastado plata en el traje y los zapatos. Todo para estar cinco minutos. Me fui bastante enojado, directo para la pensión. Cuando terminó en el bar, la Maga me visitó y al contarle como me había ido, volvió amostrarse feliz. Era una mujer increíble.
Gané el concurso y viajé a París. Le pedí que me acompañara, mientras la besaba tiernamente. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba.
VIII.
Consiguió
dejar de pensar, consiguió por apenas un instante besarla sin ser más que su
propio beso. El hastío del mundo había logrado transformarse en milésimas de
segundo en magia. Era en la paz de una noche estrellada. Titilaban
estremecidas, reflejando su brillo plateado en la inmensidad de un lago dormido
en su cuna azul mecida por el viento, que acariciaba al mismo tiempo a su paso
a las hojas para que con el arrullo se sumergiera en la placidez de un bello
sueño. Frente a ese lago, evocaba con una agradable nostalgia cómo se
dispersaban las barcas en la lejanía, mientras la imagen de aquella sonrisa
eterna se deleitaba viendo la paciente labor y la alegría franca y jubilosa de
los remeros y sus acompañantes al albor de la primavera.
Se
giró y se marchó pensativo del lugar para llegar con su acompasado caminar a la
plaza de los tilos con su fragante jardín. Sentía incesantemente que en
cualquier momento asomaría el rostro tan añorado, envuelto en su fina
elegancia. Observó las blancas flores en las que ella había posado su mirada
tierna, y que ahora se empañaban bajo un húmedo cristal.
Había
volado el amor desde hacía mucho tiempo, dejando el canoro eco de su melodía.
Quedó el corazón con el recuerdo de un momento efímero e infinito. Era la
huella de un beso sellado en la eternidad. Pero en el fondo era mucho más que
eso. Permanecía la deliciosa remembranza que nunca borrará el olvido: los días
pasados en su compañía.
De
vuelta al hogar, y en un momento de vacía soledad, tomó en sus manos la carta sin
lacre que le había escrito a ella y que no se había atrevido a enviar. Volvió a
leer lo que escribió al día siguiente de su marcha:
Eras un amor imposible. Habitabas más allá de
los sueños, en una región infranqueable para mi corazón y para mi alma. Incomprensiblemente,
te sentía cercana con tu presencia y a la vez lejana como el rumor del viento.
Tu corazón era como la blanquecina estrella inalcanzable posada en la lejana
oscuridad de un espacio ilimitado e insondable. Hasta que un día partías rumbo
al extranjero, y en nuestra despedida sellaste en mis labios un beso inventado
para mí. Fue el sabor del paraíso. Era tu última señal: un adiós en el silencio
en un segundo eterno. Era tu último mensaje: un lenguaje sin palabras que vive
en mí y que despliego hasta el horizonte con sus alas extendidas para que te
llegue en forma de recuerdo.
Oh mi amor, te extraño, me dolés en la piel,
en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho
donde ya no estás.
IX.
LOS ANTEOJOS DEL CRONOPIO
Todo dura siempre un poco más de lo que
debería, pensaba
alegre un cronopio verde y húmedo al mirar sus anteojos. Cuando jugaba solo por
la tarde a la rayuela en la plaza, pegándole a la piedrita y saltando de puntas
de pie para alcanzar el cielo, se le habían caído al suelo los lentes,
originando un sonido cristalino al golpear contra las baldosas. Cuando el
cronopio se agachó afligidísimo presintiendo que se habrían roto los cristales,
descubrió con satisfacción que por milagro ellos estaban completamente
intactos.
El cronopio quedó bastante
conmovido, entendiendo que lo sucedido era una advertencia que le hacía la
Providencia. De modo que un rato después de terminar de jugar, se fue a un
negocio de óptica y compró un estuche de cuero almohadillado, a fin de protegerlos
adecuadamente de los golpes.
Pero esa noche al ir a dormir,
se le cayó el estuche con los anteojos desde la mesita de luz, y al agacharse
con tranquilidad para recogerlo descubrió con sorpresa al abrirlo, que los
cristales se habían hecho trizas. El cronopio no podía comprender como podía
haber ocurrido algo así y pensó que era realmente absurdo que se le hayan roto
ahora al caerse, cuando los cristales estaban protegidos y no en esa tarde,
cuando se le cayó bruscamente jugando a la rayuela en la plaza.
Sin embargo, mientras trataba de
conciliar el sueño se acordó que la Providencia había tratado de ayudarle para
que los protegiera y comenzó a tener la esperanza de que posiblemente todo
aquello pudiera haber sido producto de un espejismo suyo. Posiblemente, al
observarlos bajo el tenue reflejo del velador de la mesita de luz, le habría
parecido que los cristales estaban rotos. Luego trató de verificarlo, ya
envuelto en sus sueños, y al mirarlos con más detenimiento comprobó que los
cristales estaban totalmente sanos y que por lo tanto, esas esperanzas se
habían corroborado.
Pero a la mañana del día
siguiente, al despertarse constató que los cristales efectivamente se habían
roto y pensó que la Providencia le había hecho una mala pasada, mientras tomaba
conciencia de lo vano de sus esperanzas. La triste realidad era que debía
reponer los lentes con urgencia. Allí comprendió que probablemente de
todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la
esperanza y que la esperanza le pertenece a la vida.
X.
TARDES CON MALLENS
Demasiado tarde,
siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que
ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como
de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La
noche vibraba como una escalera de borrachos o un cielo violado de nubes, era
un gemido entre las palomitas y los dramas de época, la pantalla grande, le cinéma, la costumbre insana de buscar
el morbo en lo insospechado, cuando las manos bailan en la oscuridad y el deseo
y todo lo que es más grande que uno mismo puede contra cualquier cosa. Había
música y había gente pero todo era secundario, nada entonces combatía más que
mis emociones, tus caricias, mi inexplicable forma de mirarte, Mallens. Cuando
abandonamos el centro tu sonrisa era como la ausencia, triste y malpensada, no
se hallaba y no se encontraba a sí misma como en un círculo que se vicia y sin
retorno; las imágenes de aquella duquesa, mujer, incomprendida en un mundo de
hombres crueles y dominantes, te dañó ese amor a la feminidad que como buena femme poseías. Lo descubrí más tarde,
todavía después de la lluvia esa fina que te cortaba la cara bajo la parada de
autobuses, donde pasamos una parte de la fresca noche deliciosa tras habernos
amado con las manos y los sexos candentes, bajo las estrellas, las nubes
negras, el inmenso universo que se alejaba de nosotros al tiempo que lo
inventábamos en nuestras bocas. Tu pelo mojado, el olor característico de tu
cuello y los sonidos imaginarios, tus besos otra vez, siempre tus besos y tu
lengua maldita condenándome a desearte como a un tiempo elevado, un fruto de
dioses o una palabra desconocida. Eso era antes, y ahora... ahora, sumido en un
recuerdo vagabundo, entonces mis manos
buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo
mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de
movimientos vivos, de fragancia oscura.
"G"
"Desde la infancia
apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si
no lo levanto va a ocurrir una desgracia, no a mi sino a alguien a quien amo y
cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído".
Me persiguió la idea desde
ese día, ¿Por qué dejé caer al gato?, traté de convencerme que el gato no se me
cayó, tal vez saltó, pues los gatos saltan, pero yo sabía lo que había ocurrido,
solté al gato por miedo a que se cayese la máquina de escribir que llevaba,
bajo un brazo el gato y bajo el derecho la máquina.
Ahora entienden? Gran dilema,
mi instinto fue proteger la máquina, es un objeto muy preciado para mi, y por
otro lado, tal vez mi subconsciente sabía que el gato no tendría problemas al
caer porque es un gato, y los gatos siempre caen de pie, por lo menos hasta
donde yo sabía en teoría y confirmé aquel día. Francisco, mi gato cayó parado,
y lo observé con la máquina segura contra mi cuerpo, cayó y comenzó a correr
despavorido, se asustó, dejé la máquina en el piso frente a la puerta de mi departamento
y corrí tras él desesperado para recogerlo. Jamás lo vi correr de esa manera,
es más no creo haberlo visto correr, es bastante vago, su actividad extrema es
casar moscas. Corrí tras él, me sorprendió su buen estado físico indudablemente
mejor que el mío, lo corrí una cuadra y ya no podía respirar, si, el cigarrillo
no me ha hecho bien. No lo alcancé.
Y así fue como comenzó la idea angustiante de
la cual les hablaba, se me cayó el gato, gato empieza con "G", y el
nombre de la mujer que amo tiene esa inicial. El solo hecho de pensar en que
algo malo le ocurriese me atormentaba, y más aun si era yo el culpable de una
tragedia semejante. Intenté convencerme que el gato no se me cayó y desistí, pues
mi conciencia me remarcó que así fue, luego traté de explicarme que mi
superstición era algo sin sentido, y lo que no tenía sentido era convencerme de
ello, pues convivo desde pequeño con esa creencia y siento que salvé de
desgracias a seres amados, simplemente al poder recoger el objeto caído, y ese
fue otro punto del cual me sostuve, un gato no es un objeto, es un animal, o sea
que su caída no valdría, esto me pareció lo mejor y mi cerebro les diría lo
aceptó bastante bien, pero no me quedaría tranquilo hasta encontrar a
Francisco... y levantarlo.
Llegué hasta la puerta de mi
departamento agotado física, mental y espiritualmente, entré me senté, miré por
la ventana si mi gordo gato regresaba, ¡Y recordé mi máquina! abrí la puerta
salí y no estaba... Dos perdidas en un día, se me cayó el gato y me robaron la
máquina, siendo sincero me perseguía la idea de cuidar la salud de mi amada que
de recuperar la máquina, aunque esa era "mi" maquina y sé que no
podría reemplazarla.
Le pregunté a todos mis
vecinos, por el gato y por la máquina, debo haber quedado como el estúpido del
edificio, pero bastante original a la hora de perder cosas. Nadie había visto
nada, ven lo que quieren, quieren lo que ven, pero cuando les preguntas, no
vieron lo que quieres que hayan visto, porque se dicen a ellos mismos no
quererlo.
Esa tarde me encontraría con
mi amada"G", no les suma saber su nombre imaginen el que les plazca lo
importante es su inicial. La vi, es tan bella, su sonrisa... estaba del otro
lado de la calle y me saludó antes de cruzar, pasaron varios autos, colectivos,
etc, por unos largos segundos no la vi, los bocinazos aturdían y más me aturdió
un grito, la masa de vehículos se abrió ante mi, y mi "G" estaba
tendida en la calle, su cabello con sangre, y sus labios derramaban sangre...
Regresé a casa esta vez sin
aliento pero de dolor, con mi ropa manchada con la sangre de mi amor, con la
impotencia tomándome por el hombro sin susurrarme nada, dejándome solo con mi
pena. Me detuve en la puerta alcé a Francisco que me esperaba, me senté y
recién entonces reaccioné, abracé fuerte a mi gato su presencia me daba
esperanza sobre mi amada, sonó el timbre era al portero que me traía mi máquina
de escribir, alguien la había dejado en la escalera.
Por ahora no te tengo, solo
aquí sin ti, a ti te escribo:
"Y si nos mordemos el dolor es dulce, y
si nos ahogamos en un breve y terrible absorver simultáneo del aliento, esa
instantánea muerte es bella"
XII
LAS REFLEXIONES SOBRE EL CARIÑO
“Lo
que mucha gente llama a amor, consiste en elegir una mujer y casarse con ella”
Sin embargo, no siempre puede ser
así, no todas las mujeres quieren casarse con cualquier hombre que le proponga
casamiento, no todas las mujeres poseen las dotes precisas que puedan embaucar
a cualquier hombre, hasta el punto de que ese hombre sienta la necesidad de
casarse con la primera que ha conseguido prendarlo.
Cuando
un hombre ha entrado en lucha con su otro yo, cuando le aconseja que ya es hora que piense en casarse, se le
presentan diferentes problemas que ha de saber resolver, y, en ese discurrir,
intentando encontrar el punto centro que le muestre las muchas opciones que
tiene al alcance de su mano es donde puede verse sobrepasado.
Entra sin darse cuenta en poner a prueba
su capacidad de análisis, que como resultado le diga que si quiere elegir mujer
ha de estar dispuesto a perder parte de su exigencia total, no puede creer que
va a encontrar reunidos todos los valores que a él se le hayan ocurrido como
dote que ha de contener la que luego llegado el momento se case con él para ser
su compañera durante el tiempo que la vida les depare.
Si
después de andar mucho camino al final encuentra la que no es ni fea, ni guapa,
ni tiene sensibilidad suficiente para enjuiciar acertadamente a la parte
contraria, no es exigente de cosas superfluas, es adaptable a las
circunstancias que imponen sus condiciones, porque formen parte de la vida
misma. Entonces, sin tener que forzar demasiado su vanidad tal vez haya llegado
el instante de decir ya la tengo.
No
obstante, a partir de llegar a la consideración de que ya puede empezar ese camino
incierto que lleno de revueltas, rasantes, toboganes, cuestas que erizan los
cabellos por el desconocimiento que se tiene de ellas, ya sea para subirlas
como para bajarlas. Detrás de cada montículo se encuentra la incógnita que al despejarla
le mostrará lo bueno y lo malo de cada instante de su vida junto a la vida de
otro ser humano, la que ha considerado su mujer, que tiene muy claro que vino al
mundo para ser libre como cualquiera que se precie.
Empieza
la verdadera emoción cuando de pronto aparece el sentimiento que quedó enredado
en el primer contacto, se escondió hasta que llegado el instante donde no
tuviera más remedio que hacer acto de presencia, mostrándose cuan inmenso es
desde su formación. Quedó atrapado pero no dejó de crecer a lo largo del tiempo
que se escabulló, no era el caso plantear sus reivindicaciones sin tener
concertada previamente la alternativa que nunca debería ser otro sentimiento
incognito, sino algo mucho más diáfano y determinador de la situación aparecida
como culminación de un proceso de clarificación de la conducta frente a las
necesidades.
Los charcos y las lágrimas son los lementos
que conjugan situaciones inesperadas, los charcos recogen la lluvia derramada
con intensidad o lo que llaman un sirimiri, es decir, poquita cosa,
imperceptible, que nada anuncia que aquello que cae como si fuera harina
cerniéndose sobre los cuerpos de sangre caliente en la tierra, puede llegar a
mojar de manera tan profunda que obliga a recordarla para siempre por su desparpajo.
Las
lágrimas son parecidas, aparecen y desaparecen sin dejar rastro, llegan a veces con violencia manifiesta sin darle
explicaciones a la situación por la que han emergido sin que sean llamadas,
siempre queriendo dejar sentado que ellas son las verdaderas protagonistas de
lo feo, lo bonito, lo cierto, lo incierto, lo cabal, lo miedoso, lo alegre, lo
que duele, lo que es despedido o lo que al llegar es abrazado con algarabía
manifiesta.
Ríos
de lágrimas vertidas sobre los hombros que se prestan a ser apoyos de abnegadas
amistades. Cantidades incontables de lágrimas que llegan cobijadas en las
personas a las que se las compró como plañideras, para que las viertan sobre el
cadáver de un ser querido o negado hasta en la hora de su muerte, llenando de
ansiedad lagrimosa los voluminosos y callados recipientes en los que fueron
introducidos cuando dejaron de existir.
Son “Las reflexiones sobre el cariño” las que dicen quién o qué, puede oponerse a que alguien elija
con plena libertad a la mujer que será en el futuro parte de su conciencia. Hay
que ser muy egoísta para negar la placidez y la bondad, al hombre que después
de superar un estadio de lucha casi fratricida consigo mismo, llega a la
conclusión de que la hora de su felicidad ha llegado para él junto a la mujer
que también lo ha elegido en una conjunción reciprocra.
“Vos dirán que la eligen porque la aman, yo
creo que es al revés”.
XIII
ENCUENTRO EN BRUSELAS
Ceterum, censeo Carthaginem esse delendum
Catón
el Censor
La técnica
consistía en citarse vagamente en un barrio
a cierta hora. (1)
Ese día
nos juntamos en la estación de trenes a las 8.00 horas. Valerie fue a
despedirme, -no convivíamos- mi amiga y amante francesa, mi compañera los
últimos quince meses. En ésta oportunidad no me acompañaría pues tenía que recibir
a unos estudiantes extranjeros en su trabajo la Beaux-arts de Paris l’école nationale
supérieure
La estación Gare du Nord de Paris, a esa
hora de la mañana, era un mar de gente. En el andén nos besamos apasionadamente,
cualquiera nos hubiera tomado por Rick
Blaine (Bogart) e Ilsa Lund (Bergman) protagonistas de Casablanca. Afortunadamente
no perdí el tren que me llevaría a
Bruselas, iba a presenciar las sesiones
del Tribunal Russell II, sobre la situación de los países de América Latina,
enero de 1975.
La capital belga me recibió con una lluvia
intermitente y unos 5° grados de
temperatura, lo que me obligó a tomar un taxi para dirigirme al hotel. Después
de instalarme en uno pequeño, cerca de la Place Saint-Gery, me encaminé al
salón donde sesionaría el Tribunal. Afortunadamente
había dejado de llover.
Fue una semana intensa de trabajo, donde divisé
a más de un cronopio y de un fama.
El último día de sesión del Tribunal tuve
la suerte de encontrar a Armando Uribe Arce, (Premio Nacional de Literatura
2004) chileno, jurista, poeta, ensayista, diplomático, y también miembro del
Tribunal, que fue la persona que me presentó a Cortázar.
Fue esa la primera y única vez que estuve
con Cortázar, en su ciudad natal, que lo vio nacer un mes después del inicio de
la Primera Guerra Mundial. Anteriormente lo había visto de lejos, cuando visitó
Chile para la ceremonia de toma de posesión de mando del primer presidente
socialista elegido democráticamente, Salvador Allende Gossen y obviamente en
los días de sesión del Tribunal, Igualmente había divisado a Gabriel García
Márquez, vicepresidente del Tribunal, pero no tuve oportunidad de contactarlo
Al saber que yo era chileno, Cortázar me saludó con un Delenda Pinochet. Ojalá
pudiéramos –le contesté-.
Se veía cansado y estaba bastante
impresionado por los diferentes testimonios recurrentes (baldes de excrementos
donde se hunde la cara de un prisionero, la aplicación de electricidad en los
genitales, la introducción de una rata en la vagina) escuchados de parte de los
exilados, uruguayos, chilenos, argentinos, brasileros, bolivianos, paraguayos.
Años después se supo que todo este proceder conjunto correspondía a la llamada
Operación Cóndor, con base en Chile y al mando de Manuel Contreras y bajo el
paraguas de la CIA. Me comentó que le había conmovido el testimonio de Carmen
Castillo, narrando ante el Tribunal la muerte de Miguel Enríquez. Ella misma
fue herida, estando con seis meses de embarazo. Según él había que condenar a
la CIA, la ITT, Nixon, Ford y especialmente a Henry Kissinger, a Banzer a
Sroessner, López Rega, Pinochet. Al despedirnos nuevamente lo hizo con un
Delenda Pinochet, mi respuesta ahora fue, estamos trabajando para eso. Nos tomó
diecisiete años echar al dictador.
A Cortázar lo conocía como integrante del
Boom Literario Latinoamericano, -según algunos un invento de Carmen Balcells-
junto a García Márquez, Vargas Llosa, Onetti, Donoso, entre otros. También por
sus inolvidables cuentos: Casa tomada, La autopista del sur, de sus libros
Bestiario y Todos los fuegos el fuego y muy especialmente Las babas del diablo,
del libro Las armas secretas, inspirado
en el fotógrafo chileno Sergio Larraín, (Roberto Michel) en el cuento, posteriormente
llevada al cine por Antonioni como Blow Up, y su novela Rayuela, para muchos
una antinovela, para Cortázar una contranovela, que nos da a los lectores diferentes opciones para
enfocar la lectura, la historia de Horacio Oliveira y la Maga, me cautivó,
tenía 20 años, si leyera nuevamente Rayuela no sabría si el impacto sería tan
fuerte como la primera vez.
A fines de año, de mi único encuentro con
Cortázar, lanzó el libro Fantomas contra los vampiros internacionales, donde
vuelca muchos de los conceptos que me comentó esa tarde de enero de 1975, en
Bruselas
Finalmente, tomé mi tren de regreso a
París, en la estación me esperaba Valerie y nos fundimos en un beso.
Y hay una sola saliva y un solo sabor a
fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. (2)
Rayuela
(1) Capítulo 6
(2) Capítulo 7
XIV
LO QUE ES CORRECTO…
“Y
mira que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos
minuciosamente”, pues si no hubiese sido así jamás me hubiera topado con el
joven P, que bueno la saco del camino de cierto señorito, y definitivamente le
hubiera hecho caso a todos los demás que me decían la triste realidad de las cosas,
que eras el chico correcto, ahora tú te has olvidado de mí y siento que mi
corazón ya nunca tendrá reparo.
Esta
es un fragmento de la libreta de Tania, donde al igual que siempre y desde hace
varios años atrás escribe una idea guardada, yo me llamo Alicia soy un poco,
por decirlo de algún modo su subconsciente, tengo voz desde que estaba en
primer año de preparatoria cuando empezó
a analizar las cosas mejor y se dio cuenta de que bueno la única persona que se
atrevido a enfrentarla por su horrenda forma de ser y la quería a pesar de todo, era bueno este
chico… Ángel le diremos. Lo conoció cuando estaba en secundaria,
hay Dios, debieron ver a Tania era una loca en potencia, ella decía que en el
futuro no podría disfrutar igual así que vivió al cien esos tres años, podría
perder la cabeza a un punto que se volvió peligrosa hasta par ella misma . Pero
a esta vida loca le salió un tangente distinta y Tania jamás creyó encontrarla en
Ángel, lo supo mucho después, pero no es eso lo que les importa sino como se
conocieron. Bien se los contare como Tania me lo ha dicho .Ella iba bajando del
segundo piso específicamente del salón dos, su secundaria era un en las que
cambiabas de salón no de maestro, así que ese día específicamente, Tania iba
bajando las escaleras, y del otro lado de la escalera de abajo hacia arriba
viniendo de no sé dónde, venia este chico, Ángel .Una mochila lo cambio todo y
en este caso la mochila de anime de Ángel fue lo que atrajo la atención de
Tania
-¡Amigo
como se llama!-gritó desde el segundo piso Tania.
-Ángel-
respondió tímidamente este.
-Me
gusta su mochila-dijo Tania, más en un milisegundo de reacción Tania recordó
que no había pedido el grupo y como si algo reactivara su cerebro…
-¿De
qué grupo es?-gritó Tania a unos minutos de perderle de vista.
-3.-A-respondió
el.
-Bueno
desde ese día Ángel se volvió uno más de sus compañeros de aventuras en la escuela,
me atrevería a decir que de los más inseparables pues a pesar de lo mala, bruja
y maldita que fuera este no se detenía para estar con ella. Así un 23 de Enero
de bueno muchos años atrás en un convención de anime con una cartera y un
pedacito de papel, Ángel le pidió a Tania que fueran novios, al principio el
cerebro vacío y podrido de Tania dijo que no, pero el lunes siguiente y sin
saber por qué dijo que sí. En resumen la historia que siguió fue bueno una
pesadilla sin importa que sin importar como Ángel estaba ahí para Tania hasta
ese día que por error le dio en un golpe en la cara, a él no le importó , ella
se disculpó y con un sincero cariño curo aquel golpe .Es más les diré un
secreto desde el , no he vuelto a ver a
Tania tan sincera con nadie más , aun cuando habla de él ahora , siento que es como si hubiera
encontrado a otro habitante del País de las Maravillas en la tierra , supongo
que por eso aun a pesar de que ella lo corto por razones … bastante estúpidas ,
le siguió doliendo y aun en estos días le destroza el alma saber que el la borro para siempre de su vida ,para él , ella es solo un recuerdo. Quizá ella si se
lo tenía merecido por como lo trato , pero no debió pagar con toda una vida .Esta
es la historia algo rápida y sin entrar
en tantos detalles de la señorita que me imagino , supongo que como una
respuesta a su dolor de corazón y a lo que siguió después de que Ángel la saco
de su vida y muchos más la contaminaron la mente, no todo es como esperamos
pues aunque suene irreal este tipo de amor deberían saber que desde que paso
eso Tania jamás ha dejado de soñar con él , se acuerde o no , viva lo que viva
por alguna razón el sigue en sus sueños , pero pues pasa como en rayuela “a
veces un no man’s land suscita el otro; ahora me acuerdo de uno, pero no,
solamente me acuerdo de que debí soñar algo maravilloso y que al final me
sentía como expulsado”.
XV
REUNION
DE PENSAMIENTOS
Después de los cuarenta
años la verdadera cara la tenemos en la nuca. No sé
por qué tartamudeo al
expresarme, no sé por qué me sabe todo a cielo, cuando el ruiseñor
levanta el vuelo, para trazar
melódicos trinos.
No sé, más ¿ lo sabré ? Esfuerzo débil, que asedian nuestra felicidad
y nuestro anhelo.
A veces andamos sin consuelo, sedientos
como auténticos humanos.
Yo siento en lo más profundo un fuego
ardiente, que me consume en llamas cada día sí
me impides nadar en tu
corriente; ¿ te imaginas tú acaso mi
alegría si mañana te encuentro
frente a frente y quedaran
palabras todavía ?
Yo quisiera abrazarte en la madrugada, y
hacerme como el agua, transparente, para andar
unidos mutuamente, hasta el
día final de la llamada. Te prometo luchar contra nuestra fuerza y
salvar nuestro amor
valientemente, dejando, complacido, que me aliente tu idílico sonreír
enamorado.
El viento que me besa y me toca extiende
tu perfume entre las flores, y llega justo allí,
justo a las rocas donde te divisé
de mil colores con la clara verdad en esta boca y la palabra
amor entre esplendores.
La voz que me contiene es la voz de los
árboles cuando el otoño empieza a recoger
sus hojas, al menos esto aprendo y, otras
veces es mi sombra; aquello que intento dejar
atrás. Quisiera hablar de
otro modo, claro que sí; ser la siesta de los niños en verano
el ruido de aperturas de
botellas de cava, pero no se.
Así que me proyecto dentro de la oscuridad
del frío tratando de ganar tiempo, por si llega
el domingo que drena las
piscinas y falla la carpa del circo.
La voz que me contiene es la voz que soy
yo mismo, en uno de estos años descargados
de una profunda melancolía.
Dejáis que la palabra paso el horizonte que vista su piel de espuma
y agua y su falda de
música y relente matinal que
ascienda hasta el origen de los tiempos donde el sol acaricia con
sus besos rubios el resto de la nieve de las
montañas.
Dejáis que escale, pura, la cumbre del
silencio, que se destrence en música y canciones;
que vaya del latido mineral
del destino, al aliento del río estremecido.
Dejáis que sea relámpago de la noche,
solitario en el desierto de los pechos, o caricia
infinita de ternura. Con un
galope de corceles grises, cruzó la vida de todos nuestros sueños, y
nos dejó la fiebre en las
pupilas, la lenta procesión de las imágenes, la sombra y el dolor
clavados en el barro.
La tarde nos gotea, sobre el crepúsculo
azul de la memoria de aquel cielo estrellado.
La
nostalgia de un libro entre las manos, que irradia resplandores de dóciles
gramáticas,
el aroma de un bosque
florecido bajo una lenta lluvia que el cielo nos regala.
Y fue
todo tan breve como un vuelo de alondras, en la apacible pausa de la tarde.
Me queda la paciencia de sorprenderme de
la vida, despacio, como esqueleto arropado
fuera a desnudar su cuerpo en
la memoria de las gentes. Aprendo
incertidumbres que
apenas sí recordaré, mañana,
cuando el solo acalore, el color que les arrancan de la vida.
Creo no equivocarme, cuando digo tontamente
las verdades ante el rincón deshabitado y
triste; nada es igual a su
silencio mortecino que apenas, sí se atreve a decirme. Andábamos
sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para
encontrarnos.
Seudónimo :
BORRASCA
ESMERALDA
Cantaba algo parecido a Les
temps des cérises, cuando los caballos llevaban en volandas el carro y las
ruedas apenas tocaban el suelo. Así comencé mi relato, en cuanto llegué a El
Escorial procedente de la región francesa de Aquitain.
Para las gentes del camino solo eran una ráfaga de viento.
Pero eran dos yeguas alazanas, enganchadas en reata, tirando de un carruaje
ligero. Pero eran, un joven de cabellos largos sobre el pescante y, en el
interior, una mujeruca que no miraba el paisaje. Pasaban como una exhalación de
vez en cuando, imprevisibles.
Cheveaux, vite, vite!, gritaba erguido el muchacho restallando en el
aire el látigo. Y su orden parecía formar parte de la letra de la canción que
interrumpía: Galopez!, qui est très court
le temps des cerises.
Se detenían al anochecer en espacios utilizados por gitanos y
quincalleros: restos de fogatas rodeados de piedras negruzcas, unas prendas
raídas, bolsas sin fondo. Mientras preparaba algún alimento, la madre le
observaba pasear inquieto repitiendo las frases oídas a diario: “Estuvieron
aquí, ayer se fueron, ese pañuelo se le entregué a Esmeralda cuando la vi
bailar por primera vez”.
Amanecía, y ya tomaban café y los cookies de una caja decorada. La madre sabía que su hijo, mirada
perdida en el infinito, iba repitiendo mentalmente tres palabras encadenadas: Esmeralda, amour, route.
Nos vamos -decía el muchacho animoso: llegaremos a Champlat, allí estarán. Cheveaux, vite, vite!
La mujeruca lo oía a diario como si fuera la primera vez; sin
extrañarse de tanta esperanza infundada, porque ella misma buscó tiempo y
tiempo a su amado de trinchera en trinchera, sabiendo que había muerto el
primer día de la primera batalla. Y lo buscó, con el afán y la pesadumbre
añadidos, para decirle que en su vientre bullía una vida, síntesis de la vida
de ambos.
Debe saber el lector, que este relato surge de sucesos reales
ocurridos en los años 1914 y 1934, en Château-Thierry, proximidades del rio
Marne, al principio de la Primera Guerra Mundial. Los oí narrar a Catherine y a
su esposo Jean Paul, en la sobremesa de la cena de mi despedida, en su casa de
Pujols, acompañados de Pierre, Maurice y las esposas de ambos.
Creo que influyó en mi deseo de difundirlo, el hecho de que
tuviéramos a la vista el espectáculo representado a nuestros pies por Villeneuve
sur Lot iluminado. Tristes historias que dan idea de la precariedad de la vida:
dijo Cathy visiblemente emocionada. Oui,
añadió Jean Paul, mai, à la vue de tant
de beauté, il faut tenter de vivre.
XVII
LA OTRA
¡Y te saliste
con la tuya! Se fue con vos…
La primera
vez que te vi…yo era muy pequeña… tenía apenas seis años.
Sí,
posiblemente pensaron que no me iba a “dar cuenta”…
Me acuerdo
que estaba con mi primo, y para nosotros no eras “tan terrorífica”.
Nos molestabas,
no lo niego…pero creíamos que era “normal” tu presencia. Mis padres, las tías,
la nona y hasta mis primos se habían acostumbrado a tu aspecto decidido. Me llamaba la atención la
inexorable tolerancia de todos. Era como si tu efectividad fuese necesaria.
Reapareciste al
año siguiente, Ahí ya me desagradaste. Pero a través del sufrimiento que les causabas
a los demás…no por lo que a mí me hicieras. Yo estaba convencida de que a mí no
me manipularías. Bastante daño le habías producido a mi madre. ¡No! ¡Conmigo no
jugarías! ¡No caería en tus deshonestas redes!
Me di cuenta
de que debías ser poderosa, porque vi el llanto de la nona, cuando le preguntaron,
y ella te nombró.
Nunca pensé
que serías capaz de hacerla llorar así.
Sospeché que era yo la causante de ese lamento silencioso, porque mi abuela me
señalaba con su cabeza y no quería que yo advirtiera el dolor que le provocabas.
Era como si ella hubiera querido esconder sus sentimientos de mí.
Ahí comprendí
que había temas sobre los que no se hablaba en familia. Asuntos vedados a los chicos…
Y te fuiste
con el padre de mi mejor amiga. Yo había rezado, creí que te iba a derrotar,
pero tuve que declarar mi entrega. Me habías ganado otra vez!!!
El tiempo
pasó y con él llegó mi comprensión… ¿o resignación?
Te advertí
muchas veces. Percibí que siempre que llegabas, traías dolor, desconsuelo,
desesperación.
Y…estaba
segura de que te vencería… (aún no sé por qué…)
Me había
quedado tranquila, porque papá no daba muestras de tu vuelta…
En realidad
él nunca te había nombrado y necesitábamos creer que nunca regresarías, Eran
evidentes los indicios de que estabas merodeando…pero no queríamos verlos. Al
principio porque éramos chicos, y después… porque hay cuestiones que no se
tocan en una familia. Hacerlo hubiera sido darte un lugar en nuestras vidas.
Pensar que
NUESTRO PAPÁ nos dejaría por seguirte, ¡Era…inconcebible!
Papi adoraba
a mamá. Nosotras, sus hijas, éramos su vida!!!!
¿Cómo
imaginar que detrás de tu gesto existía la seguridad invencible de tu
fascinación?
Y aunque
estabas tan segura, papá te siguió porque fuiste una consecuencia fatal de sus
acciones, pero nunca te quiso. Es más, puedo asegurarte que llegó a odiarte.
Imagino tu
sonrisa irónica. Pero es real lo que te digo: papá jamás te pretendió.
Posiblemente muchas veces lo enredaste. Sin embargo esa no fue la causa por la
que te descubrió, y lo sabés.
Ya sé: sea
por lo que fuere…nos dejó…
Esa es tu
victoria.
Dañaste a toda la familia. ¡Lo lograste! ¡Te
lo llevaste! Todos querríamos abrazar a papá y tenerlo a nuestro lado. Era un ser
excepcional, y seguramente jamás lo podrás apreciar.
¿Cómo te expreso
el amor? ¿Cómo se hace para explicar la perdurabilidad de un sentimiento que conservamos???
Aunque…no…por
más que me ingenie en manifestártelo, no lo comprenderás… Jamás experimentaste
el amor porque sos fría, insensible, indiferente, e imperturbable…
Me das pena…
Siempre estarás vacía y deshabitada… “Como si fueras un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en
la mitad del patio”
Te deseo que
NUNCA tengas PAZ.
Dulcinea
porteña
XVIII
UN DÍA CUALQUIERA
Bebé
Rocamadour, bebé, mon bebé Rocamadour. Julio
amado:
Hoy tengo
deseos de escribirte, no sé siquiera el día que es. Uno cualquiera.
Soñé que la nieve ardía
soñé
que el fuego se helaba
y por
soñar imposibles
soñé que tú me querías....
Cuántos años hacen que esta estrofa está aquí,
conmigo. Papá la recitaba como “Le corbeau”, con su entonación particular y
viene a mí en el instante en que pienso en nuestro amor. Yo te amo. ¿Me amás
vos? ¿En tu pecho sentís el mismo latido mío? ¿Acaso tus manos sudan como las
mías? ¿El vahído que me acomete te invade igual que a mí? Sólo espero tu
llegada.
Me regodeo al
presentir tus pasos presurosos, esa sonrisa amplia que descubre tus dientes
blancos, perfectos tan perfectos. Me pregunto ¿podremos alguna vez llegar a
poner nuestras cabezas en la misma almohada?
No contestas
mis ansiosas cartas. La espera hace que me sienta inmoralmente impaciente. Me
asusta pensar en nuestro encuentro y preguntarnos en la mañana cómo hemos
despertado.
Alma mía,
mientras el aire envuelva mi doliente cuerpo y el temor se ensañe hasta la sima
seguiré buscando en lo profundo, ahí, entre tus brazos donde pretendo
cobijarme, para desentrañar el misterio, el interrogante de mi vida misma.
Tengo las alas quebradas en el esfuerzo delirado por volar hacia vos.
El miedo me
alucina. Anhelo en silencio que apacigüe la tormenta, las hojas de este
invierno se dispersen, se sosiegue el viento y en un letargo, la turbación dé
paso al descanso de mi mente. Harta estoy
de vibrar en esta espera.
Miro a través
del cristal del ventanal. Oteo el infinito desesperada. Me pregunto si en el
titilar de las estrellas amagadas en el cielo oscurecido, culminan ya las
formas fantasmales de tu ausencia o los dioses interceden y convierten en luz
las sombras de mis sueños...y tal vez reviertan el sino y pueda bailar esa
danza ensoñada, voluptuosa. ¿Se hará verdad esta danza que imagino afrodisíaca?
¿Llegará la pretendida felicidad que ambiciono?
Dejo de
escribir y pretendo salir a las calles a buscar un signo de tu amor. Mil
pájaros cantan a la felicidad, mil flores la perfuman. Quizás vengas a mi
encuentro. Te aguardo. No sé si estás en Bruselas, París o Buenos Aires. Quizás
traigas una rosa blanca y un poema, yo recueste mi cabeza en tu hombro y
deslices tus manos sobre mi pelo negro que peino con ahínco exclusivamente pensando
en vos.
Pretendo hallar
el punto exacto del fugaz momento en que se fundan el amor y mi atormentado
intento. Quiero gritar por las calles que te amo. Definir que ése es el amor y
acceder al subrepticio, al diminuto éxtasis del instante en que se encuentren
nuestras miradas, oír tu voz particular recitando “tu” Bebé Rocamadour.
Elucubro que
de tus manos vendrá la fuerza para vivir en esta silla que me ata a un mundo
lleno de esperanzas muertas y...revivir.
Sé por qué
sufro, por qué suspiro aún teniendo vida todavía.
Sé también…que
jamás te he conocido. Sí sé que Eres.
¿Le dejo leer mi carta para que él también te diga alguna
cosa? No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para
mí. Un gran secreto entre los dos, Rocamadour.
tu fiel Eleonora
XIX
Toco tu boca, con un dedo toco el
borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por
primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo
todo y recomenzar…. (comienzo del Cap 7 de Rayuela)
Y me sumo a la tortura que tiene siete letras. Siete. Un número que la fascina
y la acerca a esa mujer que le dio vida. Un número. Siempre pensó que la
tortura tenía que ver con manos, agua,
bolsa de nylon, aviones. Hoy puedo afirmar que el siete se suma a los tomentos.
Es como el garrote vil, sólo que no se coloca en el cuello, sino como vincha de
indio, alrededor de mi cabeza. Es por tu boca, aunque no lo sepas. Es por tu
boca.
Y me aferro también
al tornillo mutado en una alargada
píldora color salmón. En aquél la fuerza física del verdugo, la resistencia del
cuello del condenado, y la experiencia demostró que raramente sucedía así,
rápido, sino que era lento, como la agonía. Como tu boca. Tuve una sensación cercana a la muerte al desplazarse
con pesadez y sin pausa por su borde.
Ahora conocía
la verdadera tortura, a su medida. Era
como un camaleón disfrazado de bonanza, le hacía creer que todo estaba bien,
que nada había cambiado, que había luchado y había ganado en esa guerra sucia.
Sin embargo, cuando despertó, como escribió el célebre Monterroso, el dolor
seguía allí. ¿Si pudiera decirle a
Augusto que vivió su microrrelato?
El número es ágil, corre a la velocidad del
sonido por mis neuronas. Deseo que sea una pesadilla estar escribiendo y esperando.
Siempre espero. Millones de agujas impactan al unísono en mi brazo izquierdo,
que se ha convertido en un muñón de acero. Él pregunta si todo está bien y contesto,
entonces sé, al escucharme, que el dolor, como el dinosaurio aún continúa allí.
Sobre tu boca.
La realidad
tiene forma de frasco y siete letras. Ayer estaba segura que lo había vencido y
agradecía a San Expedito y a los arcángeles y a mi hermana por el correo
electrónico que le mandó. Decía que en menos de veinticuatro horas, si lo
reenviaba a veinte personas su deseo se iba a hacer realidad., pero la única
realidad tiene un número y gritos. Están ahí, en mi cabeza, todos juntos me
gritan. Padre, madre, la hermanita que
no conocí. No tienen cara solo voz. Son
voces agrias, que no quieren callar. Me mandan mensajes cifrados. Sólo
el teclado puede alejarlos. Se van alejando con cada sonido leve que provoca la
tecla al hundirse. Una melodía se forma en el transito ilógico de los dedos.
Ella ha bajado y mira, tiene cara de hereje .
Otra
música llega desde el televisor. Es infantil, hermosa, rítmica. Las voces se
van apagando y el hocico del sol ya está instalado en el poco espacio que tiene
para anunciarse. Es de día. Ella lo sabe, pero aún está del otro lado. Siete
letras la llevaron al otro lado donde nada se mide en centímetros ni medidas
volumétricas. Monterroso es un genio, piensa. Ella no. Él también tiene cara de
hereje como la de ella. Le arden los ojos y la espuma se empeña en salir como
si un mar se agitara en su estómago. El gato lo acompaña, lo mira con ojos de
gato, mientras la mañana gana terreno. No
ganó la batalla. La maldita roca color salmón triunfó. Tan pequeña y tan poderosa como un ejército
en el campo de batalla. Todo es igual a cero. No hay coordenadas ni mapas que
lleven al lugar donde ella quiere ir. Solo tu boca es el camino, pero no conduce a Roma, ni las rutas
están pavimentadas en ese tramo. Gira la tierra alrededor del sol. Galileo
tenía razón “e pour si mueve”, dijo el astrónomo. Él gira con la tierra y Galileo.
El sol sólo es un círculo lejano y apenas calienta la mañana de invierno. Ella
sabe que es invierno. Lo sabe y tiene frío. Quizás, las próximas horas lo
acerquen al verdadero día donde ella pondrá su boca y los temidos fantasmas se hayan ido. Sin embargo
está seguro que ella seguirá teniendo cara de hereje.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar
lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la
boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y
si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible
absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una
sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi
como una luna en el agua.(Cap 7)
SUREÑA
UN GATO MORELLIANO
El gato no dijo nada. Irritante costumbre
de los gatos, permanecer callados cuando uno precisa su intervención. Los
perros ladran, los canarios pían, las tortugas cagan, pero los gatos nada, se
quedan muy orondos instalados en un sillón, como el turro de mi gato. Sin su
ayuda, debí sortear con mis escasas armas el espinoso terreno minado que
Silvana había interpuesto entre ambos al mencionar a mi esposa. Intenté que se
sentara, al menos, pero ella se mantuvo
de pie, haciendo resonar uno de sus tacos sobre el piso. Comprendí que existía
una salida, si no ¿para qué se había molestado en venir a casa?
Me dirigí al equipo de música, considerando
que un poco de Miles Davis aliviaría la tensión, pero ella me detuvo, sin
necesitar más que unos cinco segundos sin parpadeos. Traté de adivinar qué
pretendía; acababa de descubrir que era un hombre casado, detalle que había
olvidado transmitirle, y sin embargo había venido a verme y se quedaba tras
compartir su hallazgo. Opté por contarle una historia de desencuentros
maritales, profundizados por mi reciente traslado, y mencioné la proximidad de
un divorcio. Bastó con ello para que se lanzara a mis brazos y, sin más
prolegómenos, me empujara hasta la habitación.
Comencé
los ritos de las caricias pero me vi transportado a una tarde de febrero, en el
caluroso Gran Buenos Aires, ante las flores rotas en el macizo de agapantos de
mi abuela. Recordé vívida la mentira y luego la confrontación con mi primo, al
que había acusado, un par de horas después. Carecí de respuestas aquella lejana
tarde, anegado por la vergüenza de la torpe mentira dicha para eludir el
castigo. “¡Maldita sea!”, dije en alta voz. Silvana detuvo sus movimientos,
media teta fuera de su corpiño. Quise volver a la situación, a su pálido cuerpo
fresco en mi austero departamento pampeano, pero comprendí que era imposible.
Ocultar no es sinónimo de engañar, no para mí, al menos.
Tomé
la camisa blanca que había dejado caer sobre la cama y la coloqué sobre sus
hombros. La incomprensión continuaba dibujada en su rostro pequeño y delicioso.
Confesé que no había divorcio a la vista, que no existían problemas en mi
pareja y que no tenía planes de un futuro a su lado. Sus labios temblaron,
balbuceó palabras que no entendí. Pensé que lloraría o me golpearía, presa de
un ataque nervioso. Nada de ello aconteció, dominados los labios completó la
operación de vestirse para luego abandonar la habitación sin dirigirme una vez
la vista. Mejor así, me dije, aliviado. Permanecí en la habitación hasta que oí
el golpe de la puerta.
Fui
a la sala y me senté junto al maldito gato, que parecía sonreír. El maldito
gato que mi mujer se había empeñado que llevara conmigo, para recordarla. Tomé
el control remoto para buscar algo en la televisión; mi vista dio con el equipo
de música. Acaricié el pelaje del felino, agradeciendo no haber puesto jazz
cuando lo pensé. Quizá en consideración a eso, el gato proseguiría callado al
volver a casa. Por lo común, después de
los discos le venían ganas de vomitar.
XXI
AMOR Y LLUVIA
Te escribo porque
no sabes leer, si supieras, no te escribiría. Tú juicio me importa. Las
opiniones ajenas se me dan un ardite, incluso me divierte escandalizar a esa
gente que jamás pensó con su cabeza, que siempre siguió la norma establecida.
Sin embargo, tengo miedo de tu mirada, de tu reproche y más aún de tu
indiferencia Cuando sepas leer y
encuentres esta carta entre papeles olvidados, habrás conocido la vida y tal
vez comprendas. Me comprendas. Ahora no podrías.
Yo no soy como tu padre, aunque me hubiera gustado
serlo. Él y los que son de su raza, avanzan siempre por el camino recto,
cumplen sus deberes, manejan sus emociones. Jamás se dejan manejar por ellas.
La vida, dicen, es demasiado importante para someterla al corazón, ese músculo
palpitante. Es el cerebro, el raciocinio, quien debe dirigirnos.
En cambio, a mí la ternura y el deseo me empañan la
visión, inundan mis sentidos y no me dejan pensar. Espero, hijo querido, que
aunque seas un hombre razonable, como tu padre, tengas una pizca de mi sangre
apasionada. Lo justo para que puedas entender lo que pasó.
Debes saber, mi niño, que la pasión es un huracán que arrambla con lo que está en su
camino. Es también un fuego que consume
cuanto toca. Hasta que se apaga.
Tú madre es sentimental y poco dada a razonar. Tú padre, cerebral y fuerte, sabe
mantener a raya las emociones. Cuando discutíamos, sus deducciones eran siempre
impecables, pero se dirigían a mi cabeza, siendo así que yo pensaba con el
corazón.
Los afines se atraen, yo me sentía comprendida por
alguien que, como yo, naufragaba en la
atracción y el éxtasis. Tú padre me helaba el alma con sus firmes convicciones.
Yo necesitaba calor para mis sentimientos maltrechos, los que nunca supe
defender. Él me dio ese calor, compartió mis emociones y dijo que era bueno
dejarse llevar por ellas. Que los otros no eran personas sino máquinas.
¿Recuerdas, cariño, lo que te dije del viento y del
fuego? Así me arrolló Él. Sabía que nadie entendería mi huída. Los abandonados
y humillados, no perdonan jamás. Quizás hayan encontrado satisfacción en
nuestra desdicha.
Ese hombre y yo nos vinimos a Paris. Aquí disfrutamos de un amor demoledor, carcomido
de miedos. Cuánto más te echaba en falta, hijo, mas ciegamente lo quería, más
me quemaba en su fuego. Dos años, no más, duró nuestro arrebato. Se nos murió
el amor, cesó el viento que nos empujó hasta esta ciudad de bohemia y libertad, a este Paris lluvioso que fue
pasando por agua nuestro ardor, agrisando el rojo encendido de nuestra pasión.
Tú padre me prohibió volver. Eso era lo único que yo
quería, que sigo queriendo; volver. Dirás que cuando te abandoné, era
consciente de las consecuencias…No demasiado. Nuestra fascinación de entonces
ocultó o desdibujó los inconvenientes, solo bebernos el uno al otro nos
importaba. Por eso necesito que tengas una chispa de mi sangre. Para que puedas
disculparme.
El tiempo y la lluvia fueron haciendo su trabajo. La
traición se hizo un sitio entre nosotros. Los recuerdos, las ausencias,
pusieron tristeza en nuestro amor convirtiéndolo en un vino aguado, que ya no
nos embriagaba. Como Adán y Eva se avergonzaron de su desnudez, nosotros
empezamos a sentirnos sucios y desalmados. Si buscábamos los ojos del otro,
para fundirnos y olvidar, su mirada nos devolvía reproches y cautelas.
Fue en una noche sin sueño, en la que el golpear de la
lluvia nos mantenía alerta, que Él decidió volver.
Ahora, mientras te escribo, estoy sola y ahogada en lágrimas de lluvia.
Allá fuera, Paris
debe ser una enorme burbuja grisácea en la
que, poco a poco, se levantará el alba.
XXII
APOLONIA DE MIS ENCANTOS
Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como
yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, por eso mismo Apolonia a pesar de
que yo te había llenado de abalorios en mi mente, en mis días y mis noches, de
que te he sujetado a la alcayata más alta de la pared de mi cuarto como el
cuadro excepcional de un propicio
artista plástico; tú no eres etérea y careces de alas en las espaldas y, aunque
te aparecieras imaginariamente todas las madrugadas en mi cuarto o mejor decir
en la obstinación lujuriosa de mi cuarto; tú Apolonia padeces de imperfecciones visibles u ocultas como
cualquier humano consuetudinario que transita por esta tierra tan exoté-rica;
sin embargo la vida, el mundo o la conciencia tiene ese prodigio de inventarnos
lo que obstinadamente deseamos que sea,
o aspiramos a que sea, pero que en
realidad no puede ser como nos encaprichamos que sea; porque quién no traspone
la rayuela que separa lo verosímil de lo inverosímil y, quien no se inventa
perfecciones, aun sabiendo que no es más que una metáfora, un idilio
organilladamente traspuesto en la conciencia;
pero en esta vida somos más pasionales que filósofos. Mas como no la
seccioné en muchas partículas indivisas para hacerla un simple corpúsculo de
polvo, en un jarrón hecho pedazos, que la conservé compleja, íntegra, saciada
de encantos plenipotencia-rios, puedo decir que Apolonia jamás se me ha disuelto
en alguna sustancia, moléculas, células, o átomos consolidados con alguna
consecuencia trágica, la cual en su reacción química o física desprendiera despojos
inicuos con impurezas, que la Apolonia
de mis encantos siempre fue algo puro, aunque esta definición venga saturada de
un convenci-miento absoluto, de un
obcecado pensamiento de alguien quien no le teme a las conje-turas mediáticas
de sus críticos, en fin uno a quien no le importa que digan estar tremen-damente
loco por estar confundiendo los puntos cardinales por donde aparece y se es-conde
el sol en los trecientos sesenta y cinco días del año, quien dice que va a
llover con el sol resplandeciente así los meteorólogos y mil campesinos afirmen
con cientificidad unos y por experiencia vehemente los otros; de que no lloverá
hasta el mes próximo; por eso mismo Apolonia, he cerrado los ojos para pensarte
como me da la gana a mí pensar-te, sin que nadie en este mundo pueda
contradecirme que no eres así como yo te pienso, en resumidas cuenta los
filósofos, los políticos, los especialistas del alma y del cuerpo, aunque
gastan cientos de palabras, de tinta y papeles en demostrar que existe una
verdad lógica, que la lógica es quien mueve al mundo, se mienten ellos mismos y
les mienten a sus discípulos y pacientes: los unos andan dudando por los
rincones de si el hombre vino de los primates en realidad o si es cierta la
teoría mitológica de Adán y de Eva y, los otros haciendo y haciéndose creer que
lo suyo es la única y más perfecta democracia sobre este mundo, los siguientes
fuman sus habanos y beben gustosas tazas de café o se emborrachan con alcoholes
y cervezas, mientras proclaman a sus infaustos pacientes, que tales vicios son
de perversas consecuencias para el
cuerpo y el alma; por eso mis-mo Apolonia he cerrado los ojos, como todo un
infértil porfiado abstraccionista para te-nerte en mi fuero, como la más núbil
maja desnuda; sin tu obstinada melancolía, sin tu desamor a veces, sin tu falta
de humor cotidiano tan disímil con mis formas de encan-tarme con un amanecer o
una puesta del sol, a no dejar que el
miedo ni el tedio me invadan por ninguna circunstancia del mundo; olvidarme
Apolonia que no amas la poe-sía ni mis leyendas artificiales ni esta costumbre
mía de enviar poemas en fechas cruci-ficadas por los convocantes de los
concursos literarios a través del mundo hispano, así no gane ni el más mínimo
premio por mis azarosos partos literarios; a pesar de cerrar mis ojos para
imaginarme a la más idílica de las Apolonia, como jamás existiese una Apolonia
como ésta en la tierra, con los ojos cerrados escribí mi enaltecido poema “Una Elegía Surrealista para Apolonia”, por
eso mismo: Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era
verdadero…
XXIII
MISERIA
Me desperté y
vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salia de tan adentro de
la noche que tuve como un vómito de mi mismo, el espanto de asomar a un nuevo
día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez;
conciencia, sanación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.
Una gota a
veces, un hilo en otras, caía o resbalaba constantemente por el plastico, sorda
a los oídos, pero no ajena a mis entrañas, se deslizaba como mágica serpiente,
a través de un río aéreo y transparente de rubíes y amapolas, en partes negras,
y en danza de tonos violáceos y rojos carmesí en otras. A la par un hilo de
aguas cristalinas primaba por entrar. Adicto a las agujas, se me revolvió el estómago. El sonido
constante de la perdida de agua del inodoro me animaba a despertar a mi acompañante,
que no supe quien era, y a pedirle que
lo silenciara. La idea había vuelto a mi conciencia, en otro día más: “ Maldito
Cancer”. Cerré los ojos y me vi envuelto en un serpenteante humo blanco con
aroma a deseo, casi orgásmico. Recordé las noches de amores y alcohol, de
lujurias, de soledad, de llanto, que las pasábamos en una cerrada hermandad que
no permitía palabras de extraños. Te infiltraste hasta mis huesos. Me prometiste que no me ibas a abandonar, y
aquí estas, desfigurado en tragedia ( antes te disfrutaba más) ¿ Cuantos soles y
cuantas estrellas menos debo contar por haberte elegido? Y si, te elegí. Me
envolviste con tu seductora pollera blanca, suave como la seda, rica… y
satisfecho observaba tus movimientos en círculos, a veces en forma de mujer. La
seducción de tu falda se desarmaba en el aire cuando intentaba tocarte. Era
todo falso, nunca te quedaste con alguien para siempre. Cuando lo ves desauseado
en alma, muerto en vida, te buscas otra víctima inocente. ¿Con qué miel me
engañaste que a mi amor de la infancia no la escuché y ya no recuerdo sus
besos?
El dolor
contaba latidos. Los calmantes introducían agujas en mi corazón. Pero te desee.
Estaba obligado a extrañarte. Me encerré en un único entendimiento, no puedo
vivir sin vos, ¿Y con vos? No me explico este deseo si sos masculino… ¿ Por qué
por tu seducción cambio la angustia por
placer? No sabría decir que me costaba
más, si mi sentencia de muerte o el no
poder llevarte nuevamente a mi boca. Me pregunté por qué fui tan fuerte
para desangrar por vos y no fui valiente para dejarte…
No caminé
rumbos desconocidos a lo que me legaron, probé suerte y desafíos a mis
ancestros. Mis células gravaron herencias de angustias desconocidas y cedieron
ADN de machismo cerrado.
Todos mis
proyectos dormidos ahora morían en vos,
por adorarte. Mañana es Navidad, siento que debo nacer de nuevo,
necesito que no me acompañes, dejame limpiarme de tu aroma.
Recorrí mi
vida montado en un caballito de carrusel, convertí las normas en nimiedades, y
quebré oportunidades; desconocí consejos, desperdicié el amor. Y el amor se
cansa y se va.
Nuevamente se
infiltró la aguja del suero, cotidianamente la enfermera introduce el dolor por
mis venas como finas espinas de cactus. Y recordé que fui tan indolente a las
súplicas de mis hijos y a las lágrimas de mi amor. ¿ Alguna vez sentí amor? Tal
vez existió el amor a mi mismo, demasiado egoísta, pedante, egocéntrico y
soberbio. Que no le importó la sed por las mañanas, el aliento putrefacto, el
temblor de las manos, la respiración agitada.
El placer no
acepta remordimientos y no lo vi con forma de mujer.
El día que
adormeciste mis pulmones con tu seda danzarina, creí que te dejaría, pero me
conquistaste nuevamente, me envolviste adictamente a tus caprichos. Inmolado en
la ingratitud, recogí pedazos rotos de
ilusiones familiares, armé una máscara de coraje y nuevamente halle en la
enfermedad mi redención. Pinté la cruz de mi espalda con lágrimas de sangre de
mis afectos, sudor de angustia de mis amigos y baba de placer de mis enemigos.
El golpe de la
puerta del ascensor, me devolvía a mi consiente, imaginando llantos que suben y
sonrisas que bajan. Ya se escuchaba el rodado del carrito del desayuno,
sinfonía de cucharitas y tazas de porcelana, y entre hedor a químicos y gases
humanos, reconocí el aroma a te con leche
Abrí los ojos
y la luz ya hería mis pupilas, desee quedarme en el recuerdo y no concientizar
mi miseria. Cuando te despertás con los restos de un paraíso entrevisto en
sueños, y que ahora te cuelgan como el pelo de un ahogado; una nausea terrible,
ansiedad, sentimiento de lo precario, lo falso, sobre todo…lo inútil.
XXIV
ORDINARIO
Suelo,
noble subordinado
La explicación es un error bien vestido
La
constante pisoteadera es un mal para muchos, ser rebajados en un continuo
presionar es desesperante, no tenemos intención aunque sea del disfrute de unos
cuantos. Estar encima es un privilegio con terribles consecuencias,
invisibilizar al otro, obviarlo, volverlo uno más de las cosas fútiles, la
metamorfosis a lo banal de lo usado.
Debemos
bastante al suelo, solamente indiquemos que es nuestro sustento, el soporte de
las estatuas andantes, el generador explotado de alimento y por supuesto la
medida de la civilización. Su naturaleza es diversa como sus funciones, lo más
cercano y por tanto familiar a nosotros es aquel de aspecto adusto, serio,
duro, reforzado, frio, resistente, concreto se le llama, nombre harto merecido,
fiel ejemplo de tenacidad, de control y generosidad. Hablamos del suelo, desde
un inicio con un equivalente peyorativo, darle un rostro ameno a la palabra
suelo es un reto homérico, cuando algo ha sido testigo de tanto y consultado
para tan poco, no es tarea sencilla transformarlo.
Repasemos
según la colección de éxitos y fracasos la mal puesta etiqueta “insulso” al
suelo. El suelo es, en muchas ocasiones, virgen, esto nos dice que no ha sido
tocado, conservador de su nobleza y maravilla. Suelo anárquico fruto de sí
mismo y medio de nadie, suelo despojado sin aviso alguno de su inocencia,
coartada su esencia misma. Salvajes botas de diferentes tamaños, olores,
colores, sabores –no olvidemos la hipersensibilidad del suelo- al unísono
marchan, hormigueantes a no saber dónde, resultado de no saber qué con
intenciones oscuras. Suelo, terreno hermoso, privado de su continuidad,
arreglado al deseo ajeno, aquiescencia de terceros perjudicial, infame.
Nos
hablan de conquistas, pero es un vil eufemismo, vaya escondite de cosas
turbias, innombrables, cambio de ojos siniestros, nos ofrecen un espectáculo
nominado conquista, no tengo idea del personaje nominador, me aterraría pensar
en su acto de conquista ¿conquista al perjuicio? ¿Amor al ultraje? No entiendo,
lo escurridizo de esta palabra, lo violentado del suelo encerrado en la palabra
conquista, vaya relación sádica ¿o puede ser masoquista, nos exige el suelo?
Esperemos no sea así, de lo contrario todo fetiche ya hemos cumplido a
cabalidad, incluso con rubor en el rostro, en exceso.
Conquista
¿en serio? Conquista como relación recíproca, autorización parcial y total de
introducir lentamente a alguien más cerca de lo permitido. Ofende y estremece,
es un oscuro apartado de nuestro lenguaje llamar conquista a la ausencia de
flores, de palabras acomodadas exactamente y libres de desazón, al infortunio
egoísta, al totalitarista enfermo, al profanador de vírgenes, a ese
antropocentrismo descarado, la conquista de la que es víctima el suelo es una
conquista de una sola persona, es un amor de uno solo para sí, al suelo nunca
se le ha conquistado, al suelo se le ha anulado, humillado, ultrajado en pro de
fines inútiles, en ultimas la conquista al suelo no ha sido, por donde se le
vea, la conquista del suelo.
Puerta, incansable manoseada
No
hay duda alguna, todos, sin exclusión somos horribles, constantemente menospreciamos
y humillamos de forma ruin al ser permisivo llamado puerta. ¿Cómo se siente la
puerta? No nos importa, lamentablemente. Lo ordinario tiene esa sentencia
encima, piel cocida con extrema fuerza, característica esta de minusvalía
bastante odiosa, déspota. Desconocer, no otorgar el valor, la dicha de status a
todo lo que nos llenamos la boca de categorizar de común.
Hablemos
de esto, consideremos a una amiga cercana, la puerta, la o ellas son
sanguinarias, esto es incuestionable, el propósito es pensar si su vil accionar
encuentra justicia en estos argumentos. Ser puerta es sinónimo de ultraje,
violación, acceso carnal, entre más y más delitos. Nos abrimos paso sin el
mínimo consentimiento, peor aún, léase bien, sin la mínima muestra de
agradecimiento, abrimos violentamente, cerramos sin cuidado alguno.
Nunca
expresa muestra de cansancio ante su labor, trabajadora silenciosa, muda pero
consciente de su desdicha, a pesar de esto en ocasiones miembros rebeldes,
subversivos, piezas de dominó triangulares hacen explícitas sus penas, nos indican
con un estridente chillido que no son capaces, desean desistir, el grotesco
yugo destinado por el hombre se ha vuelto insoportable, ¡no más!, grita la
pobre puerta.
No
reconocer la increíble labor de la puerta es la ceguera colectiva más
abrumadora de toda la historia humana, de puertas hay puertas memorables,
puertas que impiden asesinatos otras cómplices, algunas resguardan a las
personas junto con sus primas paredes en la maravilla de la soledad, son
testigos de todo tipo de actos sexuales, encarnación de privacidad y secreto,
ocultan no difunden, así son ellas.
XXV
OCÉANO VIBRANTE
Música, melancólico
alimento para los que vivimos de amor. La melodía perfecta que no existe, solo
está en tu cerebro la idea de una nota antigua llena de emoción. Te vuelves
loco, increíblemente loco. ¡Necesitas encontrarla para poder seguir con la
vida!, si no la vida sigue sin ti.
Buscas respuestas
donde solo hay preguntas, y lo mas cómico es que buscas lirica donde solo
encuentras preciosos ritmos. Acaso, ¿no estás tan confundido como yo?
Las lindas canciones
se hacen del amor, y las necesarias para vivir se hacen del desamor. Porque
corazones rotos hay hasta en el espacio exterior.
Que imaginas de tu
vida en el mañana, yo aun no lo sé, estoy sentado sobre una pila de solitarias
y llorosas cajas. Pensando que hacer un texto no es sencillo. Porque la poesía
tiene su propio universo. Las novelas tienen sus seguros de vida. ¿Y tú que
tienes?
Merecemos vivir
porque nacimos para eso. Así que olvida la locura del humeante suicidio, porque
a nadie le interesará. Ya hay suficientes textos vivos hablando de ello.
Suficientes casos para que el tuyo sea una mezcla gigantesca de canela.
Intragable.
Siempre me levanto
pensando que sería tan bonito leer un texto brillante cada mañana. Uno que te
tenga brutalmente reflexivo todo el esplendoroso día, y cuando llegue la noche
y aun no tengas respuestas. Dormirás,
soñaras con el deseo de ser tu quien creó el barroco confuso. Querrás ser tú
quien creó la música, la poesía, o la biblia. Báñate en agua bendita y
refréscate el pulmón que todavía vive.
Pensé que las velas
en el candelabro de mi oscura alma harían una orquesta dramática, pero solo me
brindaron calma. Un fuego interior desechable pero absolutamente enriquecido de
lo que nadie ah sido capaz de proveerme, amor.
Por último, no tengas
miedo a soñar. Porque soñando encontré mi música, la vida, la musa de mi
alegría y hasta la melancolía del amor. Pero lo malo del sueño no es el sueño.
Lo malo es eso que llaman despertarse...
XXVI
LA CONFESIÓN
“Como no sabías disimular me di cuenta
enseguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los
ojos”.
Eso era lo último que estaba escrito en
el diario de Luis Diego P. no había nada más entonces cuando revise las primeras
páginas, me di cuenta de que a pesar de llamarse diario, Luis Diego P. solo escribía tres veces al año
y estos los titulaba de esta manera:
Día de navidad,
Cumpleaños de Ella y
Aniversario de Palabras
Me pareció tan sencillo y a la vez tan complicado
eso de escribir solo tres veces al año, era algo así como
un inventario, un pase de facturas, seguí revisando y el diario fue comenzado
el 24 de diciembre de 1930, con estas
palabras:
“Bendita navidad en este pueblo, que me
acercó a ella”
Luego le sigue algo fechado el 30 de abril:
“Hoy esta de cumpleaños…desde esta
ventana con rejillas la puedo ver… ¿Cómo
será su voz?”.
La curiosidad por conocer más de Luis Diego
P. me llevó a buscar otros libros que venían en esa caja de donaciones, revise
de nuevo y halle libros de poesía algunos marcados con las iniciales L.D.P. y otros con Juan Diego P. pero nada
que conseguía el significado de la P.
Se hacía de noche, ya era tiempo de que todos
los colaboradores del asilo dejáramos de
trabajar y esa era mi labor, así que tendría que esperar hasta mañana para
saber algo más. La hermana Francisca que era la monja encargada de ese
asilo hacía más de treinta años me
acompaño hasta la puerta de salida y me despidió diciendo:
- Primera vez que te veo tan callada
Yo solo sonreí
realmente no tenía palabras, solo pensamientos y todos eran sobre ese
diario que había leído. Al llegar a mi casa tome un cuaderno y coloque la fecha
15 de Diciembre de 1982, tenía la idea de empezar un diario que comenzara con
ese acontecimiento del asilo, pero no se
me ocurrió nada así que lo deje, me
preparé algo de cenar y me fui a dormir.
A la mañana siguiente casi corriendo
llegue al asilo, la hermana Francisca me recibió y me acompañó hasta la
habitación en donde se recibían las cajas de ropa, alimento, libros y otras
cosas que donaban al asilo. Y allí como esperándome estaba la caja con las
cosas de Luis Diego P. Comencé a sacar todo lo que quedaba dentro de ella,
mientras que la hermana Francisca revisaba las otras .
Encontré
una postal familiar donde lo saludaban y lo llamaban Luis Diego, pero
sin apellidos, había un pañuelo con las iniciales y muy en el fondo había una
biblia, metí las manos para agarrarla y al levantarla encontré una estola de
sacerdote, me sorprendí y dije en voz alta:
-¡Era sacerdote!
La hermana Francisca me escuchó y
preguntó:
-¿Quién era sacerdote?
Yo la miré y le conté del diario de Luis
Diego P. Ella dejó de revisar las otras cajas y muy triste se acercó, a ver la
estola y las cosas que yo había sacado y me contó:
-Esas son las cosas del padre Luis Diego
Peralta, de seguro que sus sobrinos al vender la casa donaron sus cosas, él no
era de esta pueblo.
A medida que la hermana Francisca
contaba la historia mis dudas se aclaraban.
Recuerdo que el llegó a este pueblo un
día de navidad, lo vi de lejos mientras yo arreglaba las figuras del nacimiento
en la iglesia, luego lo volví a ver justo en la misma iglesia cuando yo hacía
mis votos de silencio, él estaba en el confesionario en sus labores de
confesión… esa vez no se quedó, volvió cuando ya yo estaba aquí encargada del
asilo…ese día le hable, porque justo le pregunté su nombre para anotarlo en el
libro de visitas.
A medida que la hermana Francisca
llegaba al final de la historia se entristecía más, pero aun así continuó:
-Años después se enfermó y murió,
recuerdo que yo estaba presente en su lecho de muerte y que nunca entendí sus
últimas palabras.
A pesar de lo triste que era para ella
recordar yo no pude evitar pedirle que me dijera cuales fueron las últimas
palabras del padre Luis Diego Peralta, entonces la hermana Francisca siguió su
relato:
El tomo mi mano, me miró y dijo:
LOS OTROS GESTOS
Caminar con un propósito que ya no fuera
el camino mismo, Márquez sino un huirse, por una cierta
insoportabilidad que da el que siempre busquen y te encuentren. Siempre esa
dificultad por desaparecer del todo. Porque convengamos que uno puede esconder
una mano en el guante, una piedra en el zapato, un tic en una tos o un
estornudo fingido…Incluso creés que así te saliste con la tuya, y te empapás de
la buena suerte del caos pegándote como una lluvia sin que ninguno caiga en
cuenta, y listo, ese amarretearles una verdad hace que todo sea más liviano
porque no hay testigos, y hasta la comisura derecha se levanta y se hace creíble por debajo de la lana rojaverde,
rojaverde de la bufanda que escondió tu tristeza hasta hace un rato. Pero ahí
está el problema y el engaño: andar confiándose en los gestos minúsculos, que
al final son como hormiguitas caminando por el costado de la pared del jardín
que sólo ve la gente que te tiene por demás estudiado, y que siempre te va a
mirar como sospechando que tenés un día negro y de seis patas, hagas lo que
hagas o estés como estés. No, lo peligroso
son los otros elementos, los que están a la espera de traicionarte ante todo
público. Ese zapato no lustrado, esa media que no hace juego con la otra, esa
mirada que dice lindo día a Doña Josefa la vecina, mientras ella como que duda
y sí ve en sus ojos, Márquez, esas nubes con tormenta. A veces siento que no se
puede engañar a nadie del todo, y esa infacultad me desilusiona de la vida.
Entonces pienso en eso de no estar más, como una paz que nos lleva a lugares
desaparecedores de los que nadie sabe mucho. Creo que uno de los pocos legados que
me dejó mi familia es este dilema que le estoy comentando. Esto, y también la
certeza de irse y no volver. Así es, Márquez, la mejor cualidad de mis
antepasados es la de estar muertos; espero modesta pero orgullosamente el
momento de heredarla.
XVIII
INSTANTÁNEA
El cigarrillo humea en el
cenicero. Espirales de humo rondan por la ventana a medio cerrar y salen por
ella, libres, hacia el patio rectangular. Allí, una mujer gorda cuelga ropa que
nunca se seca. La llovizna convive con eternos días grises, sin corte. Junto al
cenicero y al retrato de la mujer rubia y gorda, una taza con té de manzanilla
frio y un vetusto teclado del ordenador. Papelitos amarillos y anaranjados
cuelgan pinchados sobre un tergopol blanco con anotaciones ilegibles. Arriba,
se delatan goteras manchadas de musgo que mojan el reborde de la mesa.
–El caso no se resuelve
tapándolas, ni mucho menos descifrando jeroglíficos – le dijo Almirón con su
jeta a un lado. – El caso se parece más a un rompecabezas: hay que armarlo.
Almirón salió a recolectar
pruebas y halló, en el barro, junto a un gallinero abandonado, el chip
amarillo. Se subió la solapa del saco. Con un movimiento de dedos muy profesional,
lo metió en una bolsita de plástico transparente. Satisfecho se lo guardó en el
bolsillo del pantalón. Ni bien llegara, se lo daría a Galeano.
Por motivos personales, Galeano no
fue aquella tarde, había hecho un corte en el medio de la semana, pero a la
mañana siguiente estuvo allí sentado junto al ordenador, labrando actas, notas
de embargo. Se repitió una frase que leyó en el diario: a pesar que todo tenga
un fin, la vida guarda una continuidad, y se la repitió varias veces, como un
eco en la montaña.
Al llegar al despacho, leyó la
esquela que Almirón redactó.
–Qué raro – pensó: el escrito se
terminaba de modo abrupto. Sobre la hoja cortada al descuido, la bolsita de
nylon con el chip amarillo. Galeano metió las manos en los bolsillos. Sonrió
como un chico ante un regalo. Al filo de saberse victorioso sonrió. Sin apuro
insertó el chip en su notebook. La frase sobre la continuidad de la vida… pero
la filmación no era muy buena. Una cámara fija en lo alto, colgada de una viga.
La imagen pixelada y picada enseñaba el rincón de la casa, junto a la entrada.
La mirada se posa en la mesa ratona y en la cortina que cuelga sobre ésta. El
ojo atento advierte la luz matinal sobre el cuadrado claro de la ventana.
Confundido, Galeano oprimió Enter. Al principio oye un diálogo de voces
monocordes, cortadas por un “viste”, por un “qué se yo” casual. Un chillido que
lastima al oído las entrecorta. La grabación no es buena, como Almirón vio,
pero sabemos la hora: 11/11/11, la hora: 11:21. No se aprecia la entrada de la
policía, ni las espirales
del humo.
Sus manos gordas cargaron más
café en la taza. Se alisó el mechón rubio, acercó su carota al monitor.
Presionó otra tecla, la imagen se agrandó. Acomodó los anteojos para verlo
mejor.
–Ahí no hubo un crimen – dijo moviendo
la cabeza –. Que me parta un rayo si me equivoco – tomó asiento.
Ahí el rifle sin culata, el oso
de peluche marrón con un gran ovalo blanco que cubre su vientre y pecho, la
tijera de mango azul. La cortina sepia de la ventana – que es la única entrada
además de la puerta – no fue corrida. Apenas se mueve, producto de la brisa.
Ahí está el rifle, el oso de
peluche y la tijera de mango azul. En la habitación contigua, el escritorio
zaparrastroso de Mario Chandler Gómez. Para alivio de Almirón, no se lo ve al
abogado aparecer con su pelo revuelto, y su saco gris arrugado.
–No hubo, jamás hubo un crimen –
dijo Galeano y se metió un dedo en la nariz.
¿Qué hubo? Tomó la taza. Se
reclinó en el respaldo con cara de “¡lo encontré!” El espaldar chirrió. Suspiró.
Pensó en cortar un trozo de papel, dejarle un recado urgente a Almirón, para
que lo leyera a primera hora. Hundió su mano en el primer cajón pero ahí no
estaba la tijera. Así que lo cortó con sus propios dedos. Garabateó A, L, M. Pasos
provenían del exterior, del jardincito.
“No voy a venir por la mañana. No
me esperes.” Escribió, y firmó con su acostumbrada G. Pasearon aquellos ojos
soñolientos por la madera de la puerta, perezosos, volvieron al monitor. En la
pantalla continuaba el rifle, el oso, la tijera. Ahí amanecía, o tal vez la luz
de un día nublado daba ese efecto. Permanecía la cortina color hueso, y la luz
grisácea del exterior. En ese momento sonó la puerta sonó. “Tac!, Tac!” Un
objeto contundente puntuó cuatro veces la puerta. Galeano saltó como una
langosta del sillón, llevó las manos al teclado, pero el monitor se puso azul.
Sus ojos se clavaron sobre la superficie rugosa de la madera. Su mano abrió la
puerta, la mano asesina mostró la tijera.
XXIX
CONFUSIÓN
" La úlima casilla, el centro
del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta ,
a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos
vueltos hacia adentro reconocían y acataban" . Cuando
cierro el libro comprendo que esa extensión sin límites vista por la ventanilla
del avión no es la última casilla sino solo el comienzo. Desde el despegue en
Montevideo traigo más incógnitas que certezas agravadas por las escasas pistas
que me dejó Aurora en la breve conversación telefónica . De hecho, cuando desde
la dirección de El País me pidieron que escriba un artículo sobre Cortazar a
diez años de su desaparición física, sentí un raro escalofrío . Conocía poco la
obra del escritor por lo que acudí a algunos amigos para contactarme con ese
mundo Cortazariano que me fué atrapando imperceptiblemente. Mi estrategia es
concentrarme en los personajes de su obra literaria más conocida y resolver la
identidad – la verdadera identidad de sus personajes. Si podía dar con algunos
de ellos la cosa estaba resuelta, pero cómo saber si existen o existieron
Horacio, La Maga, Pola, Traveler ?
Julio Ortega me espera en el Charles De
Gaulle y en una agradable velada a la que la primera esposa de Cortazar no acudió
conocí de mano del propio editor algunos detalles que engrosaron mi
desbarajuste de datos acumulados sin un orden preciso. La etapa de recopilar
información no parece culminar nunca y se van agregando más nombres, más
fechas, más lugares que recorro con avidez de principiante. Ponts des Arts /
Rue de Seine / Parc Montsouris / rue de Lombards son jirones de Rayuela en las
que veo transitar a Oliveira, puedo observar a la Maga desgarbada y estática en medio de la calle
abstraída en su mundo de incongruencias acomplejadas. Tantos personajes se
involucran en mi sangre y en mi cabeza disparando la ansiedad de verlos caminar
entre la gente por lugares comunes.
En un momento tengo la necesidad de
detenerme y paso horas interminables desordenando papeles en el piso de la
habitación del hotel ( esta mimetización cortasiana ha logrado que pierda la
noción del tiempo ). Desde Montevideo reclaman resultados y ya casi no tengo
dinero.
Pero el destino tiene sus vericuetos.
Una nota de puño y letra del autor que data de mil novecientos setenta y
ocho parece desentonar con el maremandum
de datos. Desencanto y amargura trasuntan en la misiva una situación de quiebre
en una relación cercana, y reconozco allí la pista que me ayude a hilvanar la
historia. Con la información aportada por Julio Urrutia, un amigo editor,
invierto los últimos francos en un pasaje a Londres sin ninguna cita previa, la
intuición exacerbada y la última carta por jugar. Me recibe una mujer
sexagenaria, muy elegante como el departamento en que vive, agradable, de nariz
aguileña y pelo corto . .
Se da una conversación tensa e incómoda
. Esa misiva provocó el distancimiento definitivo con el autor de Rayuela,
siendo que hasta entonces Edith Aron era su traductora y una de sus amistades
más cercanas. Por la magia de las musas el clima se distiende y la mujer acepta
relatar su versión : Cómo conoce al escritor en un viaje de regreso de Estados
Unidos allá por el cincuenta, y los
encuentros parisinos que van conformando los cuadros de Rayuela. Mientras ella
habla me detengo en sus piernas finas, las medias negras que rematan en zapatos
colorados y comprendo que esa mujer no es la persona que vine a entrevistar.
Presto atención a su acento ( no a lo que está relatando ) y es naturalmente
rioplatense. Si, estoy sentado frente a quien ha tomado un rol de intelectual,
pero su verdadera identidad es la del cabello desgreñado que oculta su pasado
de vieja tristeza por la muerte de Rocamadur. Siento que he encontrado por fin
a Lucía, pero ella no me reconoce, me llama por otro nombre. Cuando intento
disuadirla de que soy el auténtico Horacio Oliveira se transforma en una
repitencia de insultos y empujones que terminan con mi humanidad en medio de la
calle. Salgo como disparado del lugar y mi cabeza estalla en imágenes de un
mundo delirante de perfecta confusión. " Qué es en el fondo esa
historia de encontrar un reino milenario, un edén, un otro mundo? Todo lo que
se escribe en estos tiempos y que vale la pena leer está orientado hacia la
nostalgia. Complejo de la Arcadia, retorno al gran útero "
XXX
HUBO
UN SILENCIO Y LUEGO LE HABLÓ (o declaración de finales)
- Yo creo que te comprendo -dijo
la Maga, acariciándole el pelo-. Vos buscás algo que no sabés lo que es. Yo
también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes. Eso que hablaban
la otra noche... Sí, vos sos más de eso de la gracia, de eso que no se sabe de dónde
viene pero llega y yo, yo me dejo llevar por las palabras, de ésas que hay que
hacer llegar al otro y cumplirlas.
Franco
no supo cómo reaccionar frente a lo que la Maga le decía. Ya era tarde para los
dos, el frío comenzaba a subir por sus muslos y sentía que el calor que se
entregaban mutuamente no podía hacer nada contra el invierno que se asomaba a
cada respiro.
-
¿Cómo así? No entiendo– replicó el muchacho, incorporándose sobre el asiento
del parque en el que perdían el tiempo conversando.
- Tú y tu afán no son más que…
No
alcanzó a terminar la frase cuando ya estaba de pie y caminando en dirección al
carrito de comida que había en la esquina.
-
¡Lo lamento! – le gritó mientras se alejaba con una tierna sonrisa – ¡Nuestra
conversación puede esperar, mi estómago no! – sentenció.
-
Pero…
Franco seguía pensando lo que le
había dicho. Por su lado la Maga sentía que por fin había dado con la pregunta
esencial (que más parecía una respuesta sentenciosa) y que de ahora en
adelante, apenas terminara de comerse ese sándwich de carne y queso derretido
que le encantaba, por fin estarían en un punto de inflexión que haría que se
separaran otra vez por un largo tiempo, sin saber el uno del otro, para luego
volver y entender una vez más que se querían, que se amaban en lo más profundo.
Franco, mientras la miraba comer a
lo lejos, recorría su mente con un solo pensamiento: ¿Encontraría a la Maga?
Inicio:
Capítulo 19
Final:
Capítulo 1
XXXI
LA SAL EN LA SOPA
Como si se pudiese elegir en el amor,
como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la
mitad del patio, Agnes despertó sin ganas, volteó a ver al otro lado de la cama
y se encontró a un hombre con un ronquido insoportable, de tez pálida y sin
gracia. Lo miró con detalle y no logró entender en que momento fue que le
resultó tan indiferente. Tal vez cuando la gritó porque a la sopa le faltó sal,
o cuando se atrevió a levantarle la mano
sin ningún miramiento, o fueron las innumerables palabras hirientes que día a
día le dedicaba. Una avalancha de desprecio lo había llenado todo.
Aun podía recordar aquella tarde en que
lo observó con detenimiento en medio de
la multitud, se acercó a ella abriéndose paso con su bastón. Vestía un
impecable traje blanco, con su figura estilizada y sus elegantes palabras. Irradiaba
poder. Deslumbraba con los lujos que le proporcionaba, con los colosales bailes
que hacía en su nombre. La fue conquistando con los innumerables ramos que
llegaban a su casa diariamente y los suntuosos regalos que le hacía.
Después vinieron los insultos y las
agresiones. Los desplantes y las vejaciones, el suplicio de sus celos
enfermizos, las constantes llamadas amenazantes. Todo ocurrió tan rápido, pasó de
ser la joya más preciada a otro objeto de
su colección que ya no causaba gracia y permanecía en un rincón olvidado de la
majestuosa casa.
Julián la llamaba para insultarla de
cuando en cuando, haciendo de su vida una calamidad, mientras callada soportaba
cada palabra que desboronaba su confianza como migaja de pan. Haciéndola cada
vez más un ser sin razón.
-Y si lo tomó, y acabó de una vez por
todas con esto. Si tan solo me fuese detenido un minuto a pensar antes de
haber… el bastón ¡Ese maldito bastón que evitaba su caída! - se decía a si
misma mientras los recuerdos se amontonaban en sus pensamientos. -¿Cómo se
puede soportar una vida sin amor? ¿Cuánto vale la felicidad? ¿De qué sirven las
joyas? ¿De qué sirve la seda? – se preguntaba jugueteando nerviosamente con la
pulsera de perlas que adornaba su brazo derecho.
Pero resignada arrastraba sus pies por
el pasillo como tantas veces para detenerse en la cocina y comenzar la faena
del día, aunque fuese preferido dormir para no darse cuenta de lo que ocurría a
su alrededor, sólo respiraba y continuaba. Él volvería en la noche, entonces
ella se haría la dormida de nuevo para evitar alguna discusión, o que él se le
acercara con intenciones de obtener placer, y así transcurriría otro día más.
Hasta que el desprecio fue llenando el
vacío, y el cansancio lo transformó en Marcos
que dormía plácidamente como si nada ocurriera a su alrededor. La luz de la
tarde que entraba por la ventana, mostraba su vigoroso contorno, mientras las
lágrimas humedecían el rostro de Agnes que al verle sentía por primera vez el valor
para abandonar a su marido.
-
No soportó ni un día más de maltratos,
ni de vejaciones, ni un golpe más con ese maldito bastón de empuñadura de oro.
Se recrimina mientras hurgaba dentro del
cajón de las pijamas, donde su marido dejaba algún dinero y un viejo revolver.
-
Agnes, Agnes…
Llamó a la puerta de su vecina la señora
Bermúdez, tenía días sin verla, estaba preocupada pues sabía que la relación
entre Agnes y su marido era muy mala; y temía por la
integridad de su amiga a la más de una vez había resguardado en su casa después
de una pelea. Luego de insistir sin encontrar repuesta, buscó ayuda en la
comandancia más cercana.
La policía acudió al lugar con prontitud
luego de la insistencia de la anciana. Los oficiales encontraron la cena
servida, dos platos de sopa sobre la mesa, y uno de ellos junto al salero, las
copas llenas de agua, y el pan ya frío.
Al ingresar en una de las habitaciones
numerosas manchas dispersa los recibieron, y un cuerpo rígido sobre la cama con
el rostro irreconocible por las innumerables laceraciones que presentaba. Pero
a su alrededor todo parecía estar intacto, los lujos y las joyas seguían en su
lugar, solo faltaba Agnes y el maldito bastón de empuñadura de oro. Estar vivo
parece siempre el precio de algo.
XXXII
CHOQUE INEVITABLE
Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos
para encontrarnos. Al tiempo que él estaba tomando un
tinto en el Café Quindío del Parque Sucre, yo estaba en el del Parque de la
Vida disfrutando de un café vienes. Sin saberlo leíamos el mismo libro:
Rayuela.
—
¡Qué pereza! Esas nubes no presagian nada bueno, menos mal que traje el
paraguas. Tengo ganas de caminar, decía él en el mismo instante en que yo
pensaba: —mejor salgo a la avenida y tomo un taxi, tiene ganas de diluviar.
Cruzando
la calle de prisa y distraída, tratando de atisbar un amarillo libre, no lo vi;
el choque fue inevitable. Mi cartera voló y su contenido se desparramó. Sin
enojarse me miró con sus ojos de perro triste y al agacharnos al tiempo, nos
dimos un tortazo en la frente. Siempre he sido muy torpe. Empecé a disculparme
y él, con una sonrisa que era como si el sol saliera de repente solo para mí,
me dijo:
—Fresca.
Más bien recojamos tus cosas… Sin transición añadió ¿Cortázar? Y me alargó el libro.
Seguíamos
en cuclillas. Yo, alelada, no acerté ni siquiera a contestar una pregunta tan
simple. Me tomó de los brazos y, con toda gentileza, me levantó del suelo.
—¿A
dónde vas con tanto afán? — Se te está incendiando la casa?
Solté
una carcajada, me pareció tan anticuada la pregunta. La usaba mi abuela.
—No.
Solo quiero tomar un taxi antes de que empiece a llover, le contesté. Me
respondió que no fuera floja, que no me dejara amedrantar por unas gotas de
agua, que eran tan lindas y frescas como yo. Olvidé que recién me había hecho
cepillar el cabello y que la humedad lo arruinaría. Constatamos que teníamos un
mismo trayecto: a mitad de camino abrió el paraguas y su mano libre me tomó de
la cintura. Su abrazo se convirtió en un entorno placentero y natural. La
distancia me pareció corta; hubiera querido continuar la marcha sin un destino
fijo que sentenciara el fin. La intimidad compartida bajo el paraguas era
refugio, no del agua, sino del mundo que
siempre he sentido y vivido como ajeno a mí. Me sentía como un bebé a punto de
nacer que no quiere salir a un mundo extraño e intenta permanecer aferrado al
útero de su madre.
En
la conferencia nos sentamos en el fondo de la sala, muy juntos. El calor de su
cuerpo invadía cada centímetro de mi piel. Cuando finalizó la exposición – sin
mediar palabra- nos fuimos antes de que empezara la ronda de preguntas del
público. No recuerdo si yo tomé la iniciativa, si fue él o si se trató de un
acercamiento casual: lo cierto es que en algún momento nuestras manos se encontraron
y nos fuimos caminando con nuestros dedos entrelazados. Retomamos el camino, ya
familiar, y entramos en el primer hotel que vimos.
Ya
en la habitación, en un lío de besos hambrientos y caricias enloquecidas, nos
quitamos la ropa y nos amamos como si el
mundo fuera a terminarse. En el reposo del deseo satisfecho observamos el
desorden de la habitación y reímos a carcajadas como chiquillos pillados en
falta. Con una ternura y una expresión de amor en su rostro como nadie en la
vida me había mirado, me dijo:
—Perdona.
Esto es muy loco. Nunca he sido así de apresurado.
No
supe qué responder. Volvimos a hacer el amor, sin prisa, tomándonos todo el
tiempo, nada importaba. Hablamos mucho, mejor dicho hablé yo, no paré de
hacerlo y él prestaba atención a mis
palabras, como si se tratara de un discurso importante. Y sí, lo era para mí,
como construido con palabras virginales, incontaminadas, que nunca hubieran
sido dichas por nadie.
Los
reflejos rojos y azules de las luces de neón que entraban a través de las
persianas indicaban que había anochecido. Nos habíamos quedado dormidos. Mi
vida insubstancial y patética ha sido interrumpida de la manera más mágica. Por
primera vez en muchos años me he despertado acompañada. Presiento que es un
solitario como yo.
Con
esa lentitud del que no quiere, sentada en la cama, empecé a vestirme. Prefiero
marcharme con la ilusión de este día para que me acompañe en las noches de insomnio
y no dejar que, esta “yo” desconocida, desaparezca de la habitación. Quiero que
me recuerde fresca, alegre, espontánea, confiada, como he sido hoy y no la
ejecutiva cuadriculada, calculadora que en realidad soy. No creo que en su vida
de artista haya un lugar para una mujer como yo.
—No.
No.. no te vayas –dice en un susurro y
tirando suavemente me atrae hacia él. Busca mi boca y los dos somos una sola saliva y un solo sabor a fruta
madura, yo lo siento temblar contra mí como una luna en el agua.
XXXIII
EVE
La técnica
consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar
el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o
en un banco de la plaza, leyendo -un libro- más.
Y no hay estupidez
en ello. La convicción de que siempre la encontrará es absoluta. Así lo cree y
así lo quiere hacer creer a Eve.
Y mientras se
refugia bajo la sombra de los ciruelos de la plaza, en un intento por capear el
calor, Alejandro cierra los ojos y se hunde en su accidentada memoria.
Te veo caminar por las estrechas callejuelas de
adoquines del barrio antiguo de la ciudad, sin más prisa que la de un
desocupado. Te acercas a las vitrinas de los negocios, especialmente de las
librerías. No buscas un título en particular, sino que sólo distraer la vista y
desacelerar el tiempo.
La brisa
veraniega trae su aroma. Y Alejandro parece tragarse todo eso olor. Y esto no
es una locura, pero si se concentra bien, logrará escuchar hasta sus pasos. Ese
caminar sinuoso como la caída de las hojas en
otoño y que para él es inconfundible.
Y decide no
salir a buscarla. Decide no salir a encontrarla. Asume con coraje la
determinación de esperarla sentado en el banco de siempre. Y es una opción que
conlleva riesgos. El peligro de no hallarse. El riesgo de no verla. El peligro
de extraviarla y exponerla al acecho de otros en una ciudad que a ratos le
parece extraña. Una urbe que parece haberse ensañado con él, devorando sus
ilusiones.
Pero está
convencido de poder vencer el enemigo, el miedo. Está seguro de lograr darle la
espalda al destino, por salvaje y mezquino que éste sea, y arrastrar en su
éxito a su Eve.
Y es que la
conoce a cabalidad. Cada gesto, cada palabra, cada beso que se han quedado para
siempre en su cabeza. La ha visto con los ojos abiertos y cerrados.
Y no necesita
más que pensar en ella para proyectarla como un holograma. Y abre su mano. Estira
el brazo. Y juega a atraparla. Y parece alcanzarla. Y le parece acariciar su
cabello que es negro como la noche. Y ve sus ojos también negros. Son pequeños
e incisivos. Y se queda atrapado en ellos, como siempre.
Y con el dedo índice de la otra mano comienza a recorrer su boca, en una mímica
que sorprende a quienes pasan por el lugar, pero que a él no le avergüenza. Y
es una boca que conoce. Una boca que ha probado y que ha mordido suavemente en
señal de complicidad. Es una boca donde se ha refugiado muchas veces, huyendo
de las conspiraciones del mundo.
Y ahora me aproximo a tu cuello. Lo huelo. Y es el
mismo olor de siempre. Ese que me envalentona como el mejor amante y me invita
a restarle horas al descanso. Y siento tu piel. Esa piel blanca y suave, esa
que he explorado como un entusiasta aprendiz que busca descubrir nuevos
caminos. Y ahora comienzo a recorrer tu espalda. Ancha. Dócil. Y está fría,
helada como la muerte, la misma que hace un mes te llevó para siempre.
Y yo te siento temblar contra mí como una luna en el
agua.