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lunes, 3 de noviembre de 2014

CONCURSO HOMENAJE A CORTÁZAR

Aquí están los relatos que nos han ido llegando, numerados para que podáis hacer vuestros comentarios fácilmente, al final de la página. ¡Adelante!


I.
NOVECENTO
Me estoy atando los zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad. He decidido ser medianamente snob nada más despertarme. Bajar las escaleras ya ha sido un inicio considerablemente elogiable: dos de espaldas, una de frente. Frente al armario de mis falsedades, escogí el abrigo más largo y más negro, que es mi único abrigo. Al abrigo de mi abrigo y del viento y de los transeúntes, evito toparme con la gente vestida a topos que tropiezan con mis tropos de trapecio. Pero estará ella, como siempre, en algún lugar, y cuando menos me lo espere, en mi desesperar. Un desesperar snob, a juego con mi elección de hoy. Allí está el banco, junto a una papelera llena de panfletos y papeles manchados de salsa dulce y de azúcar de tortitas de manzana. Me despacho a gusto mentalmente con las indumentarias que vislumbro en mi caminar hacia el banco de allí, donde la papelera. Retrocedo. ¿Será snob retroceder? Compro en un supermercado algo para comer. Una lata de sardinas me viene bien para la memoria y mis propósitos pendencieros de snobprincipiante. Allí la veo. Ya va a venir. Porque es ella, como siempre es ella y todas las ellas que pasan por delante de los bancos donde los snobs nos sentamos junto a papeleras llenas de recuerdos miserables de nuestros consumos diarios. Camina bien. Altanera, alta y negra como ella sola. Su cabello es el más negro y el más largo de sus cabellos posibles. Así la encuentro, con su paso alto y negro de tacones ajustados y ajuaneteados. Abro la lata, como aquel que dice, por hacer algo. Observo a esa media docena de sardinas, descabezadas pero encolerizadas. El aceite que rebosa. ¡Oh, mujer! Voy a abalanzarme hacia tu falda estampada, para estamparme contigo. Porque no tiene sentido esperarte aquí, en el banco, cuando tú vienes como vienes, buscando trabajo en una multinacional para desempleadas altaneras y flacas.
Cómo sufro cuando veo tu atuendo en semejante y grasiento abandono. Cómo desliza el aceite untuoso la mañana sobre tu falda y chorrea sin falta hasta la acera de tus tacones puntiagudos. Cómo se abre tu boca en un orgasmo de estupefacción y agonía. Dispongo de tu rabia, dispongo de tu enojo. Me apropio de ellos sin consideración. Te paraliza el aceite de mi lata. Te invitaré a sardinas. No será una barbacoa. Sin barba y sin cola, en síncope benefactor de limpieza en seco. Vayamos a un lavabo. Arremanguemos tu falda contra mi presteza y pongamos mi abrigo más largo y más negro sobre tus hombros más dóciles, por una vez. Siéntate, mujer, en mis pantalones limpios y paladea mis labios enguantados de pescado sabroso.
Le ofrezco mis disculpas. Sardónica, prefiere mis sardinas. Se sienta a mi lado, se descalza en la calzada, y se quita las medias pegajosas color carne de cañón y de psiquiatra. Lacan la cansaba, tanto como las medias que, de hecho, arroja a la papelera donde, deshechos, seguimos acumulando desechos. De los dedos derechos de sus pies me confiesa que es torpe y no sabe pintar las uñas. Saca su esmalte rojo carmesí y su minúsculo muslo se enmienda a mis piernas de pana. Así, mientras Emilia Martín, aspirante a secretaria en una multinacional, come una sardina en conserva, yo me dedico a colorear, acaramelado, sus uñas nacaradas. El olmo del alma y de la calma que nos da la sombra nos asombra y crece sin mesura. “Como Novecento”decimos, al mismo tiempo, por el personaje, el tal Olmo. Generosa ella, en cuerpo y en alma, me ofrece la mitad de una sardina. Yo tan solo mordisqueo la parte más sabrosa, allí donde su boca ha dejado restos de carmín, del labio de su hemisferio sur. Después del refrigerio, el tiempo se pone frío. Llueve, tal y como necesitamos en este momento, porque viene a cuento. Se inclina desgarradora y desgarbada hacia atrás. Queda su negra melena expuesta a la lluvia de los calendarios. Señala entonces su bolso y universo, del cual extraigo pronto un frasquito de champú. Y aquí, aquí mismo, bajo el olmo, en el banco junto a la papelera, donde los snobsnos sentamos a comer pescado en conserva junto a Emilias altaneras, le enjabono el cabello por primera vez. Sí, quizá el amor, pero la otherness nos dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer.
 
 
II.
OLOR A COSAS VIVAS.
No ganaba nada con preguntarme qué hacía allí a esa hora y con esa gente, los queridos amigos ya no estaban en París y no sólo la ciudad, la vida era diferente.
De Horacio Oliveira, me ha quedado sólo el recuerdo de su paso por mi vida, fueron años locos, vividos con intensidad. Lo conocí en una de las tantas reuniones que se realizaban en el bar del griego, un local con intenciones de confitería fina, que nunca llegó a serlo. Se armaban mesas de discusión sobre cualquier tema, la independencia de Argelia era casi un hecho y nosotros dejábamos caer opiniones con la inconsciencia del que no vive en la opresión y habla por hablar. Sartre era una utopía con sus frases memorables que deshilábamos, palabra a palabra, letra a letra y entre tanta locura, ella, La Maga, estaba siempre presente, pegada a Oliveira, mirándolo con la adoración de una mujer enamorada.
Algo sucedió entre ellos de lo que no me enteré. Debí viajar a Buenos Aires y al regresar, La Maga ya no estaba con Horacio, había desaparecido de su vida.
Algunas veces nos encontrábamos con Horacio en el bar, frente a la Place de la Concorde. Me hablaba de Jazz o de filosofía, lo escuchaba en silencio, siempre resultaban sabias sus reflexiones, era instruirse de vida; sabiduría de libros y calle al mismo tiempo. Pero ya no era el mismo. Aquel que en el Club de la Serpiente hablaba de los peligros metafísicos entre sorbos de pernod, ya no estaba allí.
Una parte importante de él se había ido tras La Maga.
Las calles parisinas se convirtieron en una pasión para Horacio, las recorría buscando a su amor, era un loco más caminando tras la felicidad.
Y al encontrarlo, sólo hablaba de ella:
” ¿Y por qué no —decía— por qué no voy a buscar a la Maga? La lluvia en la ventana parece decir su nombre con el repiqueteo del agua sobre el vidrio y entonces me desespero y salgo a recorrer las calles y grito su nombre y sólo escucho la lluvia. Tantas veces me había bastado asomarme por la rue de Seine, para ver la luz de ceniza y oliva que flotaba sobre el río, y desde allí la veía llegar, su silueta delgada se destacaba en el Pont des Arts y nos íbamos por ahí, a la caza de sombras, a comer papas fritas, a besarnos junto a las barcazas del canal Saint-Martin. Con ella yo sentía crecer un aire nuevo, los signos fabulosos del atardecer o esa manera como las cosas se dibujaban cuando ella iluminaba todo con su sonrisa”.
Ella nunca regresó. Horacio se transformó en una sucesión de quimeras e ilusiones rotas, y como ella se perdió de los bares parisinos, quién sabe en qué ruta o tal vez, sin que nosotros lo supiéramos; ellos se encontraron. Y son seguramente alguna de esas parejas, que eternamente jóvenes pasean todas las tardes a orillas del Sena, felices; aunque la lluvia los moje y huela a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.
 
 
III.
DESENCUENTRO DE DOS ALMAS GEMELAS
“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía” en ese banco del parque.
Cómo no recordar ese parque, al costado de la Catedral de San Maclau, si lo veo, como una postal de otoño de aquel setiembre del 1990.
El amarillo intenso de los plátanos contrastaba con el esplendor rojizo de los robles, el verde intenso de los cipreses y el amarillo pálido de un césped, que ya tendía a desaparecer.
El grueso portal de hierro verde del ingreso, se abría a las 9 en punto para volverse a cerrar a las 18 horas.
La empresa donde yo trabajaba, estaba justo al frente y desde la ventana tenía las dos imágenes, una mística, la de la catedral con sus iluminados vitrales y una natural con la suma de todos los aportes que nos puede brindar ese reducto paisajístico.
El parque era un pulmón en esa ciudad de callecitas angostas y empedradas.
Una mañana, me asomé a la ventana mientras saboreaba un café y la vi, sentada en un banco en la pérgola casi seca, que ya acusaba los primeros fríos.
Llevaba un traje de lana verde y una boina de igual color que cobijaba una mata de cabellos negros, muy negros, casi azabache.
Su pálida mano sostenía un libro sobre el que por momentos se detenían sus ojos, pequeños momentos, para luego en tantos otros, escudriñar el paisaje. Y en ese recorrido a tientas, la mirada la llevó a cruzarse con la mía, unos ojos curiosos, inquisidores.
Volví a mi rutina pero sus pupilas esmeraldas quedaron girando en mis pensamientos y esa noche su tenue figura ocupó mis sueños.
A la mañana siguiente, ni bien llegué a la oficina, me asomé a la ventana pero solo los rayos de sol ocupaban el banco de mármol.
Tras una hora de ajetreo, pero con una sensación desasosegada, volví a arrimarme, y al apoyar mi nariz contra el vidrio, mi cara se iluminó con una sonrisa, al volverla a ver.
Me calcé la chaqueta y busqué un pretexto para salir a la calle, resbalé en los adoquines regados de rocío pero aún con paso vacilante, logré llegar a ella, quien al verme, solo atinó a sonreír, una sonrisa tímida pero franca.
Le hablé con excitación, pero no dio muestras de entenderme; le pregunté su nombre, sus orígenes, qué hacía, pero ella solo se limitó a sonreír. Bajé la vista, un poco decepcionado, y pude observar que el libro que aún sostenían sus manos, estaba escrito en caracteres rusos, en otro idioma, y cuando di muestras de querer acercarme más, sentarme a su lado, ella se mostró alterada, tomó su bolso de mano y partió entre los estrechos senderos del parque.
La impotencia golpeó mi pecho, quise seguirla, pero mis obligaciones me llamaban.
Así la continué viendo cada día de setiembre, a la misma hora y en el mismo lugar y la única chispa que logré encender para comunicarnos fue su sonrisa, cada vez más enigmática. No dejó lugar a ningún otro acercamiento.
Pero un día, sucedió un milagro, con lenguaje de señas, la invité a caminar, a adentrarnos en las bifurcaciones del parque y así comenzamos un juego sensorial que nos hacía saltar sobre la alfombra de hojas secas, olfatear las flores silvestres, enfrentar el viento en loca carrera.
Ese fue un recreo inolvidable.
Al día siguiente, quise repetir el festín pero al verla parada frente a la ventana, muy seria, con dolor de exilio en el rostro, el presentimiento invadió mi alma y así, ella levantó la mano en un gesto de despedida que yo respondí mecánicamente, con el corazón destrozado.
“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”.
 
 
IV.
"ILUSTRE HOMENAJE"
"¿ Encontraría a la maga?" Animando esperanzas de juventud, Aceptando un
pasado agridulce enamorado de una mujer perversa siendo su gran amor.Besando
cada huella alimentando una ilusión acabando en soledad, Ebrio donando talento
de sabiduría, Discurriendo filosofía cadenas de esplendor,Eliminando huracanes
embravecidos en el fango de la maldad. Guirnaldas mágicas tesoros deseando
florecer en su corazón herido evitando pensamientos de odio disipando en fuego
infernal,Asomando sobre el puente perfilando silueta delgadas pero fortalecidos
con trinos de gaviotas peregrinado a tierras cálidas deseando regresar.
Jaulas encerrando mundos inertes llamando a la muerte teología del pesimismo.
Interrupción distanciando fronteras rompiendo con palabras de igualdad.
Observando estrellas de caridad aliviando sufrimientos desafiando al fracaso.
Expectación máxima eternas prendidas en columnas aclamando libertad.
Siguiendo la sombra de aquella maga que Cortázar quiso encontrar luchando
en la columnas románicas de aquel puente regresando apenado porque nadie la
conocía.
Reencontrando un alma cubriendo la ciudad con una niebla anunciando
el anochecer, Dormitando bajo aquella gabardina protegiendo el inerte frío.
Aclamando un milagro . "Pero ella no estaba en el puente".
 
 
V.
PERO EL AMOR, ESA PALABRA
Alguna que otra vez un desconocido en cualquier reunión medianamente formal le había comentado que hablaba de Noviembre como Cortázar lo haría sobre la Maga, sin llegar a sospechar siquiera, ni remotamente, hasta qué punto eran ciertas sus palabras. Ella, antítesis de la inocencia mal fingida retratada en linguafrancoargentina, miradas de soslayo apenas acalladas por el vago rumor de la Seine. Antiheroína moderna que precisamente no caminaba para encontrar, sabiendo lo que esquivaba. Sabiendo que lo esquivaba en la misma medida en que su antagónica hacía por tropezar con su Horacio.
Se evitaban. Se evitaban. Marchaban en círculos concéntricos cuyo punto de inflexión excedía el límite de lo meramente razonable, titubeando en cada esquina con la angustia estancada en la boca del estómago, no fuera que sucumbieran a encontrarse por casualidad, que ella era proclive a provocarlas inconscientemente. Casualidad, causalidad, un choque premeditadoen las escaleras del metro y vuelta al principio de aquel caótico remolino de ambigüedades al que no terminaban de habituarse.
Sus lenguas se topaban, se acariciaban con vehemencia bajo el sol de mediodía, geometría naranja, impávida lucha de titanes amándose con uñas y dientes para terminar resollando contra el hueco de un cuello ajeno. Fingida indiferencia de los que juegan a tocarse y retroceder, porque en realidad no era más que eso, un baile decadente, el esfuerzo inútil por remontar el vacío infinito entre sus dos cuerpos, salto al abismo e impacto soluble, suave vaivén. El espacio se expandía y se contraía al ritmo de la respiración pausada, presionándolos, creando un universo regido por la única interacción que conocían —la única que creían posible—, dejándoles huellas invisibles en torno a la boca y después más abajo, siempre hacia abajo, como el humo de los cigarrillos americanos que ella fumaba, enroscándose en su tráquea y descendiendo hasta el centro mismo de su ser. Todo reducido a un eterno retorno, a encontrar el punto de partida, el principio de aquellas medias tintas, de las palabras no pronunciadas, los recibos por firmar, las veces que se habían arrepentido y las que les quedaban.
Y Bix Beiderbecke y Kid Ory, sólo a veces.
Las incoherencias, los dedos cruzados detrás de la espalda, los adoquines acortando distancias, y todo se hacía tan pequeño, diminuto —más aún—, blando, gris, después explotando en un orgasmo prolongado ahogado contra una vieja almohada de hotel. Esa corporeidad dolorosamente intrínseca, inherente, insolvente, inerte, in in in in iníntegra, y un perfil claramente desdibujado sobre el cristal empañado del baño, aliento o relente, una inicial retorcida, delicadamente trazada en la densa calma del mediodía, resbalando, acuosa, trémula sinfonía y de golpe y de frente,
súbito resplandor,
escalofrío cíclico. Una estrella.
Silencio.
Él nunca se quedaba después de hacer el amor.
Y es que sólo viviendo absurdamente se podría romper alguna vez aquel absurdo infinito.
 
 
VI.
LAS AGUJAS
No era en la cabeza donde tenía el centro. En realidad, su centro no estaba en ningún lado y su cuerpo echado en el sofá. Pero Ángel había estado ajeno a ellas. Ellas, las agujas, habían campado a sus anchas durante todo el día, pero a partir de un instante, quién sabe si se trató de un tic o de un tac, iban a acelerarse inexorablemente y empezar a martillear sobre la cabeza de Ángel cada vez con más velocidad, a cada segundo menos piadosas, más traicioneras, menos complacientes.
La visión de las agujas llegaba soberbia desde las alturas, escrutada por los ojos de Ángel que ya no podían contemplar otra cosa, negándosele la proyección del resto de los elementos de su mundo, aquellos que rodeaban al reloj como si su visión real fuera la de un cuadro en donde sólo se definía un minúsculo trozo en forma de círculo perdido en el lienzo, con unas agujas que sobresalían casi saltando a fuerza de gritos. Una maquiavélica e infernal máquina de tiempo.
Tic. La cuenta atrás empezaba a dar pasos largos y decididos hacia adelante, irónica y burlona. Ya nadie iba a poder detenerla hasta llegar al irremediable final, ese broche al que Ángel tanto temía.
Tac. Los martillazos de las agujas iban golpeando duro y parejo sobre su corteza craneal. Nada podía pasar por su mente más que el sonido de ellas, el reloj avanzando y consumiendo el tiempo, cada vez más, secuestrando segundo a segundo y extrayéndole a su alma la savia vital que emanaba de sus poros.
De golpe, Ángel vio que la aguja larga cobró vida y rompió los límites del cristal que la envolvía a ella, a la aguja corta y a la docena de números, atravesó el agujero y salió de su cubículo reptando por la amarillenta pared. Bajando. Serpenteando. Zigzagueando silenciosa pero firmemente. La aguja se iba alargando, crecía su tamaño desde el punto central del reloj desde donde había nacido alguna vez, hacía tiempo, y Ángel aterrorizado veía como esa aguja-serpiente acortaba distancias y se acercaba a él, que seguía impasible, horrorizado pero impasible.
Cobardes, se decía Ángel sin decírselo, a su cerebro, a su astucia, ahora es cuando más los necesito y parecen abandonarme. A la serpiente del tiempo sólo le restaban centímetros para alcanzar la suela de uno de los zapatos. Y entonces los ojos titubeantes de Ángel la vieron a ella, la aguja corta. Como imantada por el techo del salón, ella también iba por Ángel, pero podría entreverse que en sus fríos cálculos tramaba atacarlo desde otro ángulo, desplazándose con menos velocidad pero con zancadas más largas, olfateándolo y yendo sin pausa hacia él: hacia el cuello de Ángel.
No pudo precisar cuánto tiempo pasó para que ambas lo alcanzaran, porque los tic-tacs antes rítmicos se habían deformado hasta convertirse en fantasmagóricos y sombríos sonidos sin ton ni son. No supo Ángel si demoraron unas centésimas de segundo o varios siglos, porque ellas mismas jugaban y minimizaban el tiempo a su antojo, pero de repente se encontró Ángel alcanzado por las dos agujas, la larga y la corta, abrazando su humanidad, estrangulando cada porción de su anatomía, sacándole punta a sus lenguas bífidas acaso para atestar el golpe final, frías, calculadoras, maliciosas, agujas asesinas que no dejaban nada con vida a su paso y se relamían ante su nueva víctima.
Tic. Mordió la primera de las agujas-serpientes, para acabar ella misma agonizando y desapareciendo una vez finalizada su corta mordida, de una duración fiel a su esencia de aguja pequeña. Tac. Atacó a Ángel la segunda de las agujas-serpientes y luego se extinguió en un chillido agudo y largo, hasta extenuarse y decretar en su último suspiro su larga partida hacia el infierno de las agujas largas y asesinas. El corazón de Ángel también acusó recibo y, estampándosele el último sello con la hora, los minutos y los segundos exactos utilizándose como tinta la sangre de las agujas, dejó de latir para siempre.
Un tiempo más tarde descubrieron su cuerpo yaciendo sobre el sofá. Algunos lo lloraron, otros lo despidieron con una medida solemnidad huérfana de lágrimas. Al retirar el cadáver, quedando desierta la escena donde Ángel había dejado de existir, alguien dijo una de esas frases hechas y el que estaba a su lado le contestó entre suspiros y también pecando de nula originalidad: su tiempo se ha acabado.
Desde arriba, cuando ya no quedó nadie ni mucho menos los malogrados restos de Ángel, ellas rieron malignas, rieron astutas, rieron a tiempo como todo lo que hacían. Las frías agujas, otra vez cobijadas en su fría y calculada morada llamada reloj, sabían que el tiempo no se le había acabado a Ángel, sino que había sido el tiempo el que lo había acabado. Tic tac. Toc toc.
 
 
VII.
EL ARTISTA
 
Por ese entonces yo juntaba alambres y cajones vacíos en las calles de la madrugada y fabricaba móviles, perfiles que giraban sobre las chimeneas, máquinas inútiles que la Maga me ayudaba a pintar. Y yo creía que era una artista. La Maga nunca me negaba esa condición, pero yo sabía que un poco me engañaba. Ella se deleitaba ante lo que consideraba verdaderas obras artísticas, y yo, apenas, las utilizaba para pagar mi café con leche, y esa medialuna del día anterior que don Cosme me vendía. Esa era toda mi alimentación, y yo la valoraba muchísimo.Después recorría Avenida de Mayo, buscando más material para mis obras. Cuando tenía completo el carrito, que arrastraba por las calles de Buenos Aires, y que no pocas veces era objeto de insultos por parte de los automovilistas, volvía a mi taller. Bah, a mi cuartucho, de tres por tres, que alquilaba en una pensión de mala muerte, ubicada en San Telmo. Allí daba renda suelta a mi creatividad, mayor que mi talento, por cierto, y creaba nuevas obras que vendería, o trataría de hacerlo, al día siguiente.Esa era mi vida rutinaria, y absolutamente escasa de luminosidad. Salvo cuando aparecía la Maga. Me daba fuerza, me transmitía alegría, y me permitía ser yo mismo. Cada vez que nos encontrábamos y dábamos rienda suelta a la pasión contenida, nuestro mundo se reducía a nosotros dos. Vivíamos como encapsulados en ese momento de felicidad. Cuando la Maga me entregaba todo su ser, yo me enriquecía como hombre, y como artista. Ella lograba que mi modesto talento se multiplicara y fuera capaz de crear obras maravillosas.En uno de esos magníficos momentos de creatividad,inspirado por la Maga, cree una escultura, absolutamente perfecta, con líneas definidas y un brillo especial. Habíamos hecho el amor como tantas veces, pero esa vez fue distinto. Me urgió saltar de la cama como un poseído, y ponerme a trabajar. El fruto del trabajo, y del esfuerzo, fue una réplica de la Maga. La mirase por donde la mirase era ella. Se la mostré y le pregunté qué le parecía.
 
-Está linda,me dijo. Pero no creo que se parezca a mí
 
Para mí era la Maga. No quería venderla, pero la pobreza derriba todos los sentimentalismos. La puse en una caja y me fui para Plaza Francia. Todo un día estuve, sin que nadie se interesara por mi obra. Yo estaba feliz. Tenía la excusa perfecta para que me acompañara, siempre. Estaba por regresar a la pensión cuando un caballero se acercó, y me pidió ver la escultura. Se la mostré, sin demasiada convicción, y con más ganas de irme que de otra cosa. La observó con mucho detenimiento. La levantó, la dio vuelta, la miró de arriba y de abajo. Yo estaba bastante molesto por la inspección que estaba realizando, y porque no emitía ninguna opinión. Se dio cuenta de mi fastidio, y sólo dijo
 
-Es muy buena, tráigala mañana, a las 20. Sea puntual.
 
Me dio una tarjeta, y se fue. Allí me quedé mirando al elegante caballero que se retiraba. Le eché un vistazo a la tarjeta y leí JacquesQuerel, Asuntos artísticos, Embajada de Francia.
 
No entendí nada y volé hasta el bar donde trabajaba la Maga. Esperé que terminara su turno, y casi sin saludarla le conté lo que me había pasado. La Maga estaba más feliz que yo. Me dijo que era una posibilidad increíble. Que no tenía que desaprovecharla. Me acompaño a una conocida sastrería y me regaló un traje, que pagó con su tarjeta de crédito. Después hizo lo mismo en una zapatería. Yo no salía de mi asombro. La Maga, seguía haciendo magia.
 
Al día siguiente, me presenté, puntual, con la escultura. El empleado que me recibió la sacó de la caja, sin disimular el fastidio por el pobre contenedor, y me hizo pasar para encontrarme con Querel. El diplomático me explicó que la escultura participaría de una muestra y que el ganador iría becado a París. Me dio un recibo por la obra, y me despidió. Me quedé unos segundos sin saber que decir. Lamenté que la Maga hubiera gastado plata en el traje y los zapatos. Todo para estar cinco minutos. Me fui bastante enojado, directo para la pensión. Cuando terminó en el bar, la Maga me visitó y al contarle como me había ido, volvió amostrarse feliz. Era una mujer increíble.
 
Gané el concurso y viajé a París. Le pedí que me acompañara, mientras la besaba tiernamente. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba.
 
 
VIII.
Consiguió dejar de pensar, consiguió por apenas un instante besarla sin ser más que su propio beso. El hastío del mundo había logrado transformarse en milésimas de segundo en magia. Era en la paz de una noche estrellada. Titilaban estremecidas, reflejando su brillo plateado en la inmensidad de un lago dormido en su cuna azul mecida por el viento, que acariciaba al mismo tiempo a su paso a las hojas para que con el arrullo se sumergiera en la placidez de un bello sueño. Frente a ese lago, evocaba con una agradable nostalgia cómo se dispersaban las barcas en la lejanía, mientras la imagen de aquella sonrisa eterna se deleitaba viendo la paciente labor y la alegría franca y jubilosa de los remeros y sus acompañantes al albor de la primavera.
Se giró y se marchó pensativo del lugar para llegar con su acompasado caminar a la plaza de los tilos con su fragante jardín. Sentía incesantemente que en cualquier momento asomaría el rostro tan añorado, envuelto en su fina elegancia. Observó las blancas flores en las que ella había posado su mirada tierna, y que ahora se empañaban bajo un húmedo cristal.
Había volado el amor desde hacía mucho tiempo, dejando el canoro eco de su melodía. Quedó el corazón con el recuerdo de un momento efímero e infinito. Era la huella de un beso sellado en la eternidad. Pero en el fondo era mucho más que eso. Permanecía la deliciosa remembranza que nunca borrará el olvido: los días pasados en su compañía.
De vuelta al hogar, y en un momento de vacía soledad, tomó en sus manos la carta sin lacre que le había escrito a ella y que no se había atrevido a enviar. Volvió a leer lo que escribió al día siguiente de su marcha:
Eras un amor imposible. Habitabas más allá de los sueños, en una región infranqueable para mi corazón y para mi alma. Incomprensiblemente, te sentía cercana con tu presencia y a la vez lejana como el rumor del viento. Tu corazón era como la blanquecina estrella inalcanzable posada en la lejana oscuridad de un espacio ilimitado e insondable. Hasta que un día partías rumbo al extranjero, y en nuestra despedida sellaste en mis labios un beso inventado para mí. Fue el sabor del paraíso. Era tu última señal: un adiós en el silencio en un segundo eterno. Era tu último mensaje: un lenguaje sin palabras que vive en mí y que despliego hasta el horizonte con sus alas extendidas para que te llegue en forma de recuerdo.
Oh mi amor, te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás.
 

IX.
LOS ANTEOJOS DEL CRONOPIO
Todo dura siempre un poco más de lo que debería, pensaba alegre un cronopio verde y húmedo al mirar sus anteojos. Cuando jugaba solo por la tarde a la rayuela en la plaza, pegándole a la piedrita y saltando de puntas de pie para alcanzar el cielo, se le habían caído al suelo los lentes, originando un sonido cristalino al golpear contra las baldosas. Cuando el cronopio se agachó afligidísimo presintiendo que se habrían roto los cristales, descubrió con satisfacción que por milagro ellos estaban completamente intactos.
El cronopio quedó bastante conmovido, entendiendo que lo sucedido era una advertencia que le hacía la Providencia. De modo que un rato después de terminar de jugar, se fue a un negocio de óptica y compró un estuche de cuero almohadillado, a fin de protegerlos adecuadamente de los golpes.
Pero esa noche al ir a dormir, se le cayó el estuche con los anteojos desde la mesita de luz, y al agacharse con tranquilidad para recogerlo descubrió con sorpresa al abrirlo, que los cristales se habían hecho trizas. El cronopio no podía comprender como podía haber ocurrido algo así y pensó que era realmente absurdo que se le hayan roto ahora al caerse, cuando los cristales estaban protegidos y no en esa tarde, cuando se le cayó bruscamente jugando a la rayuela en la plaza.
Sin embargo, mientras trataba de conciliar el sueño se acordó que la Providencia había tratado de ayudarle para que los protegiera y comenzó a tener la esperanza de que posiblemente todo aquello pudiera haber sido producto de un espejismo suyo. Posiblemente, al observarlos bajo el tenue reflejo del velador de la mesita de luz, le habría parecido que los cristales estaban rotos. Luego trató de verificarlo, ya envuelto en sus sueños, y al mirarlos con más detenimiento comprobó que los cristales estaban totalmente sanos y que por lo tanto, esas esperanzas se habían corroborado.
Pero a la mañana del día siguiente, al despertarse constató que los cristales efectivamente se habían roto y pensó que la Providencia le había hecho una mala pasada, mientras tomaba conciencia de lo vano de sus esperanzas. La triste realidad era que debía reponer los lentes con urgencia. Allí comprendió que probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza y que la esperanza le pertenece a la vida.
 

 
X.
TARDES CON MALLENS

Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La noche vibraba como una escalera de borrachos o un cielo violado de nubes, era un gemido entre las palomitas y los dramas de época, la pantalla grande, le cinéma, la costumbre insana de buscar el morbo en lo insospechado, cuando las manos bailan en la oscuridad y el deseo y todo lo que es más grande que uno mismo puede contra cualquier cosa. Había música y había gente pero todo era secundario, nada entonces combatía más que mis emociones, tus caricias, mi inexplicable forma de mirarte, Mallens. Cuando abandonamos el centro tu sonrisa era como la ausencia, triste y malpensada, no se hallaba y no se encontraba a sí misma como en un círculo que se vicia y sin retorno; las imágenes de aquella duquesa, mujer, incomprendida en un mundo de hombres crueles y dominantes, te dañó ese amor a la feminidad que como buena femme poseías. Lo descubrí más tarde, todavía después de la lluvia esa fina que te cortaba la cara bajo la parada de autobuses, donde pasamos una parte de la fresca noche deliciosa tras habernos amado con las manos y los sexos candentes, bajo las estrellas, las nubes negras, el inmenso universo que se alejaba de nosotros al tiempo que lo inventábamos en nuestras bocas. Tu pelo mojado, el olor característico de tu cuello y los sonidos imaginarios, tus besos otra vez, siempre tus besos y tu lengua maldita condenándome a desearte como a un tiempo elevado, un fruto de dioses o una palabra desconocida. Eso era antes, y ahora... ahora, sumido en un recuerdo vagabundo, entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura.
  XI

"G"
"Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo levanto va a ocurrir una desgracia, no a mi sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído".
Me persiguió la idea desde ese día, ¿Por qué dejé caer al gato?, traté de convencerme que el gato no se me cayó, tal vez saltó, pues los gatos saltan, pero yo sabía lo que había ocurrido, solté al gato por miedo a que se cayese la máquina de escribir que llevaba, bajo un brazo el gato y bajo el derecho la máquina.
Ahora entienden? Gran dilema, mi instinto fue proteger la máquina, es un objeto muy preciado para mi, y por otro lado, tal vez mi subconsciente sabía que el gato no tendría problemas al caer porque es un gato, y los gatos siempre caen de pie, por lo menos hasta donde yo sabía en teoría y confirmé aquel día. Francisco, mi gato cayó parado, y lo observé con la máquina segura contra mi cuerpo, cayó y comenzó a correr despavorido, se asustó, dejé la máquina en el piso frente a la puerta de mi departamento y corrí tras él desesperado para recogerlo. Jamás lo vi correr de esa manera, es más no creo haberlo visto correr, es bastante vago, su actividad extrema es casar moscas. Corrí tras él, me sorprendió su buen estado físico indudablemente mejor que el mío, lo corrí una cuadra y ya no podía respirar, si, el cigarrillo no me ha hecho bien. No lo alcancé.
 Y así fue como comenzó la idea angustiante de la cual les hablaba, se me cayó el gato, gato empieza con "G", y el nombre de la mujer que amo tiene esa inicial. El solo hecho de pensar en que algo malo le ocurriese me atormentaba, y más aun si era yo el culpable de una tragedia semejante. Intenté convencerme que el gato no se me cayó y desistí, pues mi conciencia me remarcó que así fue, luego traté de explicarme que mi superstición era algo sin sentido, y lo que no tenía sentido era convencerme de ello, pues convivo desde pequeño con esa creencia y siento que salvé de desgracias a seres amados, simplemente al poder recoger el objeto caído, y ese fue otro punto del cual me sostuve, un gato no es un objeto, es un animal, o sea que su caída no valdría, esto me pareció lo mejor y mi cerebro les diría lo aceptó bastante bien, pero no me quedaría tranquilo hasta encontrar a Francisco... y levantarlo.
Llegué hasta la puerta de mi departamento agotado física, mental y espiritualmente, entré me senté, miré por la ventana si mi gordo gato regresaba, ¡Y recordé mi máquina! abrí la puerta salí y no estaba... Dos perdidas en un día, se me cayó el gato y me robaron la máquina, siendo sincero me perseguía la idea de cuidar la salud de mi amada que de recuperar la máquina, aunque esa era "mi" maquina y sé que no podría reemplazarla.
Le pregunté a todos mis vecinos, por el gato y por la máquina, debo haber quedado como el estúpido del edificio, pero bastante original a la hora de perder cosas. Nadie había visto nada, ven lo que quieren, quieren lo que ven, pero cuando les preguntas, no vieron lo que quieres que hayan visto, porque se dicen a ellos mismos no quererlo.
Esa tarde me encontraría con mi amada"G", no les suma saber su nombre imaginen el que les plazca lo importante es su inicial. La vi, es tan bella, su sonrisa... estaba del otro lado de la calle y me saludó antes de cruzar, pasaron varios autos, colectivos, etc, por unos largos segundos no la vi, los bocinazos aturdían y más me aturdió un grito, la masa de vehículos se abrió ante mi, y mi "G" estaba tendida en la calle, su cabello con sangre, y sus labios derramaban sangre...
Regresé a casa esta vez sin aliento pero de dolor, con mi ropa manchada con la sangre de mi amor, con la impotencia tomándome por el hombro sin susurrarme nada, dejándome solo con mi pena. Me detuve en la puerta alcé a Francisco que me esperaba, me senté y recién entonces reaccioné, abracé fuerte a mi gato su presencia me daba esperanza sobre mi amada, sonó el timbre era al portero que me traía mi máquina de escribir, alguien la había dejado en la escalera.
Por ahora no te tengo, solo aquí sin ti, a ti te escribo:
  "Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorver simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella"
XII
                    LAS REFLEXIONES SOBRE EL CARIÑO
 
             “Lo que mucha gente llama a amor, consiste en elegir una mujer y casarse con ella”
             Sin embargo, no siempre puede ser así, no todas las mujeres quieren casarse con cualquier hombre que le proponga casamiento, no todas las mujeres poseen las dotes precisas que puedan embaucar a cualquier hombre, hasta el punto de que ese hombre sienta la necesidad de casarse con la primera que ha conseguido prendarlo.
             Cuando un hombre ha entrado en lucha con su otro yo, cuando le aconseja que  ya es hora que piense en casarse, se le presentan diferentes problemas que ha de saber resolver, y, en ese discurrir, intentando encontrar el punto centro que le muestre las muchas opciones que tiene al alcance de su mano es donde puede verse sobrepasado.
             Entra sin darse cuenta en poner a prueba su capacidad de análisis, que como resultado le diga que si quiere elegir mujer ha de estar dispuesto a perder parte de su exigencia total, no puede creer que va a encontrar reunidos todos los valores que a él se le hayan ocurrido como dote que ha de contener la que luego llegado el momento se case con él para ser su compañera durante el tiempo que la vida les depare.
             Si después de andar mucho camino al final encuentra la que no es ni fea, ni guapa, ni tiene sensibilidad suficiente para enjuiciar acertadamente a la parte contraria, no es exigente de cosas superfluas, es adaptable a las circunstancias que imponen sus condiciones, porque formen parte de la vida misma. Entonces, sin tener que forzar demasiado su vanidad tal vez haya llegado el instante de decir ya la tengo.
             No obstante, a partir de llegar a la consideración de que ya puede empezar ese camino incierto que lleno de revueltas, rasantes, toboganes, cuestas que erizan los cabellos por el desconocimiento que se tiene de ellas, ya sea para subirlas como para bajarlas. Detrás de cada montículo se encuentra la incógnita que al despejarla le mostrará lo bueno y lo malo de cada instante de su vida junto a la vida de otro ser humano, la que ha considerado su mujer, que tiene muy claro que vino al mundo para ser libre como cualquiera que se precie. 
             Empieza la verdadera emoción cuando de pronto aparece el sentimiento que quedó enredado en el primer contacto, se escondió hasta que llegado el instante donde no tuviera más remedio que hacer acto de presencia, mostrándose cuan inmenso es desde su formación. Quedó atrapado pero no dejó de crecer a lo largo del tiempo que se escabulló, no era el caso plantear sus reivindicaciones sin tener concertada previamente la alternativa que nunca debería ser otro sentimiento incognito, sino algo mucho más diáfano y determinador de la situación aparecida como culminación de un proceso de clarificación de la conducta frente a las necesidades.
             Los charcos y las lágrimas son los lementos que conjugan situaciones inesperadas, los charcos recogen la lluvia derramada con intensidad o lo que llaman un sirimiri, es decir, poquita cosa, imperceptible, que nada anuncia que aquello que cae como si fuera harina cerniéndose sobre los cuerpos de sangre caliente en la tierra, puede llegar a mojar de manera tan profunda que obliga a recordarla  para siempre por su desparpajo.
             Las lágrimas son parecidas, aparecen y desaparecen sin dejar rastro, llegan  a veces con violencia manifiesta sin darle explicaciones a la situación por la que han emergido sin que sean llamadas, siempre queriendo dejar sentado que ellas son las verdaderas protagonistas de lo feo, lo bonito, lo cierto, lo incierto, lo cabal, lo miedoso, lo alegre, lo que duele, lo que es despedido o lo que al llegar es abrazado con algarabía manifiesta.
             Ríos de lágrimas vertidas sobre los hombros que se prestan a ser apoyos de abnegadas amistades. Cantidades incontables de lágrimas que llegan cobijadas en las personas a las que se las compró como plañideras, para que las viertan sobre el cadáver de un ser querido o negado hasta en la hora de su muerte, llenando de ansiedad lagrimosa los voluminosos y callados recipientes en los que fueron introducidos cuando dejaron de existir.
             Son “Las reflexiones sobre el cariño” las que dicen quién o qué, puede oponerse a que alguien elija con plena libertad a la mujer que será en el futuro parte de su conciencia. Hay que ser muy egoísta para negar la placidez y la bondad, al hombre que después de superar un estadio de lucha casi fratricida consigo mismo, llega a la conclusión de que la hora de su felicidad ha llegado para él junto a la mujer que también lo ha elegido en una conjunción reciprocra.     
              “Vos dirán que la eligen porque la aman, yo creo que es al revés”.
 
 
XIII
 
ENCUENTRO EN BRUSELAS
Ceterum, censeo Carthaginem esse delendum
Catón el Censor
La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio  a cierta hora. (1)
Ese día nos juntamos en la estación de trenes a las 8.00 horas. Valerie fue a despedirme, -no convivíamos- mi amiga y amante francesa, mi compañera los últimos quince meses. En ésta oportunidad no me acompañaría pues tenía que recibir a unos estudiantes extranjeros en su trabajo la  Beaux-arts de Paris l’école nationale supérieure
La estación Gare du Nord de Paris, a esa hora de la mañana, era un mar de gente. En el andén nos besamos apasionadamente, cualquiera  nos hubiera tomado por Rick Blaine (Bogart) e Ilsa Lund (Bergman)  protagonistas de Casablanca. Afortunadamente no perdí el tren  que me llevaría a Bruselas, iba a presenciar  las sesiones del Tribunal Russell II, sobre la situación de los países de América Latina, enero de 1975.
La capital belga me recibió con una lluvia intermitente y  unos 5° grados de temperatura, lo que me obligó a tomar un taxi para dirigirme al hotel. Después de instalarme en uno pequeño, cerca de la Place Saint-Gery, me encaminé al salón donde  sesionaría el Tribunal. Afortunadamente había dejado de llover.
Fue una semana intensa de trabajo, donde divisé a más de un cronopio y de un fama.
El último día de sesión del Tribunal tuve la suerte de encontrar a Armando Uribe Arce, (Premio Nacional de Literatura 2004) chileno, jurista, poeta, ensayista, diplomático, y también miembro del Tribunal, que fue la persona que me presentó a Cortázar.
Fue esa la primera y única vez que estuve con Cortázar, en su ciudad natal, que lo vio nacer un mes después del inicio de la Primera Guerra Mundial. Anteriormente lo había visto de lejos, cuando visitó Chile para la ceremonia de toma de posesión de mando del primer presidente socialista elegido democráticamente, Salvador Allende Gossen y obviamente en los días de sesión del Tribunal, Igualmente había divisado a Gabriel García Márquez, vicepresidente del Tribunal, pero no  tuve oportunidad de contactarlo
Al saber que yo era chileno, Cortázar  me saludó con un Delenda Pinochet. Ojalá pudiéramos –le contesté-.
Se veía cansado y estaba bastante impresionado por los diferentes testimonios recurrentes (baldes de excrementos donde se hunde la cara de un prisionero, la aplicación de electricidad en los genitales, la introducción de una rata en la vagina) escuchados de parte de los exilados, uruguayos, chilenos, argentinos, brasileros, bolivianos, paraguayos. Años después se supo que todo este proceder conjunto correspondía a la llamada Operación Cóndor, con base en Chile y al mando de Manuel Contreras y bajo el paraguas de la CIA. Me comentó que le había conmovido el testimonio de Carmen Castillo, narrando ante el Tribunal la muerte de Miguel Enríquez. Ella misma fue herida, estando con seis meses de embarazo. Según él había que condenar a la CIA, la ITT, Nixon, Ford y especialmente a Henry Kissinger, a Banzer a Sroessner, López Rega, Pinochet. Al despedirnos nuevamente lo hizo con un Delenda Pinochet, mi respuesta ahora fue, estamos trabajando para eso. Nos tomó diecisiete años echar al dictador.
A Cortázar lo conocía como integrante del Boom Literario Latinoamericano, -según algunos un invento de Carmen Balcells- junto a García Márquez, Vargas Llosa, Onetti, Donoso, entre otros. También por sus inolvidables cuentos: Casa tomada, La autopista del sur, de sus libros Bestiario y Todos los fuegos el fuego y muy especialmente Las babas del diablo, del libro Las armas secretas,  inspirado en el fotógrafo chileno Sergio Larraín, (Roberto Michel) en el cuento, posteriormente llevada al cine por Antonioni como Blow Up, y su novela Rayuela, para muchos una antinovela, para Cortázar una contranovela, que nos da  a los lectores diferentes opciones para enfocar la lectura, la historia de Horacio Oliveira y la Maga, me cautivó, tenía 20 años, si leyera nuevamente Rayuela no sabría si el impacto sería tan fuerte como la primera vez.
A fines de año, de mi único encuentro con Cortázar, lanzó el libro Fantomas contra los vampiros internacionales, donde vuelca muchos de los conceptos que me comentó esa tarde de enero de 1975, en Bruselas
Finalmente, tomé mi tren de regreso a París, en la estación me esperaba Valerie y nos fundimos en un beso.
Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. (2)
 
Rayuela
(1) Capítulo 6
(2) Capítulo 7
 
XIV
 
LO QUE ES CORRECTO…
“Y mira que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”, pues si no hubiese sido así jamás me hubiera topado con el joven P, que bueno la saco del camino de cierto señorito, y definitivamente le hubiera hecho caso a todos los demás que me decían la triste realidad de las cosas, que eras el chico correcto, ahora tú te has olvidado de mí y siento que mi corazón ya nunca tendrá reparo.
Esta es un fragmento de la libreta de Tania, donde al igual que siempre y desde hace varios años atrás escribe una idea guardada, yo me llamo Alicia soy un poco, por decirlo de algún modo su subconsciente, tengo voz desde que estaba en primer año de  preparatoria cuando empezó a analizar las cosas mejor y se dio cuenta de que bueno la única persona que se atrevido a enfrentarla por su horrenda forma de ser  y la quería a pesar de todo, era bueno este chico… Ángel le diremos. Lo conoció cuando estaba en secundaria, hay Dios, debieron ver a Tania era una loca en potencia, ella decía que en el futuro no podría disfrutar igual así que vivió al cien esos tres años, podría perder la cabeza a un punto que se volvió peligrosa hasta par ella misma . Pero a esta vida loca le salió un tangente distinta y Tania jamás creyó encontrarla en Ángel, lo supo mucho después, pero no es eso lo que les importa sino como se conocieron. Bien se los contare como Tania me lo ha dicho .Ella iba bajando del segundo piso específicamente del salón dos, su secundaria era un en las que cambiabas de salón no de maestro, así que ese día específicamente, Tania iba bajando las escaleras, y del otro lado de la escalera de abajo hacia arriba viniendo de no sé dónde, venia este chico, Ángel .Una mochila lo cambio todo y en este caso la mochila de anime de Ángel fue lo que atrajo la atención de Tania
-¡Amigo como se llama!-gritó desde el segundo piso Tania.
-Ángel- respondió tímidamente este.
-Me gusta su mochila-dijo Tania, más en un milisegundo de reacción Tania recordó que no había pedido el grupo y como si algo reactivara su cerebro…
-¿De qué grupo es?-gritó Tania a unos minutos de perderle de vista.
-3.-A-respondió el.
-Bueno desde ese día Ángel se volvió uno más de sus compañeros de aventuras en la escuela, me atrevería a decir que de los más inseparables pues a pesar de lo mala, bruja y maldita que fuera este no se detenía para estar con ella. Así un 23 de Enero de bueno muchos años atrás en un convención de anime con una cartera y un pedacito de papel, Ángel le pidió a Tania que fueran novios, al principio el cerebro vacío y podrido de Tania dijo que no, pero el lunes siguiente y sin saber por qué dijo que sí. En resumen la historia que siguió fue bueno una pesadilla sin importa que sin importar como Ángel estaba ahí para Tania hasta ese día que por error le dio en un golpe en la cara, a él no le importó , ella se disculpó y con un sincero cariño curo aquel golpe .Es más les diré un secreto desde el , no he vuelto a ver  a Tania tan sincera con nadie más , aun cuando habla de él  ahora , siento que es como si hubiera encontrado a otro habitante del País de las Maravillas en la tierra , supongo que por eso aun a pesar de que ella lo corto por razones … bastante estúpidas , le siguió doliendo y aun en estos días le destroza el alma saber que  el la borro para siempre de su vida ,para él  , ella es solo un recuerdo. Quizá ella si se lo tenía merecido por como lo trato , pero no debió pagar con toda una vida .Esta es la  historia algo rápida y sin entrar en tantos detalles de la señorita que me imagino , supongo que como una respuesta a su dolor de corazón y a lo que siguió después de que Ángel la saco de su vida y muchos más la contaminaron la mente, no todo es como esperamos pues aunque suene irreal este tipo de amor deberían saber que desde que paso eso Tania jamás ha dejado de soñar con él , se acuerde o no , viva lo que viva por alguna razón el sigue en sus sueños , pero pues pasa como en rayuela “a veces un no man’s land suscita el otro; ahora me acuerdo de uno, pero no, solamente me acuerdo de que debí soñar algo maravilloso y que al final me sentía como expulsado”.
 
 
XV
          REUNION DE PENSAMIENTOS
          Después de los  cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca.  No sé
por qué tartamudeo al expresarme, no sé por qué me sabe todo a cielo, cuando el  ruiseñor
levanta el vuelo, para trazar melódicos trinos.
    No sé, más ¿ lo sabré ?  Esfuerzo débil, que asedian nuestra felicidad y nuestro anhelo.
     A veces andamos sin consuelo, sedientos como auténticos humanos.
     Yo siento en lo más profundo un fuego ardiente, que me consume en llamas cada día sí
me impides nadar en tu corriente; ¿  te imaginas tú acaso mi alegría si mañana te encuentro
frente a frente y quedaran palabras todavía ?
     Yo quisiera abrazarte en la madrugada, y hacerme como el agua, transparente, para andar
unidos mutuamente, hasta el día final de la llamada. Te prometo luchar contra nuestra fuerza y
salvar nuestro amor valientemente, dejando, complacido, que me aliente tu idílico sonreír
enamorado.
      El viento que me besa y me toca extiende tu perfume entre las flores, y llega justo allí,
justo a las rocas donde te divisé de mil colores con la clara verdad en esta boca y la palabra
amor entre esplendores.
     La voz que me contiene es la voz de los árboles cuando el otoño empieza a recoger
 sus hojas, al menos esto aprendo y, otras veces es mi sombra; aquello que intento dejar
atrás. Quisiera hablar de otro modo, claro que sí; ser la siesta de los niños en verano
el ruido de aperturas de botellas de cava, pero no se.
    Así que me proyecto dentro de la oscuridad del frío tratando de ganar tiempo, por si llega
el domingo que drena las piscinas y falla la carpa del circo.
     La voz que me contiene es la voz que soy yo mismo, en uno de estos años descargados
de una profunda melancolía.
      Dejáis que la palabra  paso el horizonte que vista su piel de espuma y agua y su falda de
música y relente matinal que ascienda hasta el origen de los tiempos donde el sol acaricia con
 sus besos rubios el resto de la nieve de las montañas.
      Dejáis que escale, pura, la cumbre del silencio, que se destrence en música y canciones;
que vaya del latido mineral del destino, al aliento del río estremecido.
      Dejáis que sea relámpago de la noche, solitario en el desierto de los pechos, o caricia
infinita de ternura. Con un galope de corceles grises, cruzó la vida de todos nuestros sueños, y
nos dejó la fiebre en las pupilas, la lenta procesión de las imágenes, la sombra y el dolor
clavados en el barro.
     La tarde nos gotea, sobre el crepúsculo azul de la memoria de aquel cielo estrellado.
     La nostalgia de un libro entre las manos, que irradia resplandores de dóciles gramáticas,
el aroma de un bosque florecido bajo una lenta lluvia que el cielo nos regala.
      Y fue  todo tan breve como un vuelo de alondras, en la apacible pausa de la tarde.
      Me queda la paciencia de sorprenderme de la vida, despacio, como esqueleto arropado
fuera a desnudar su cuerpo en la memoria de las gentes.  Aprendo incertidumbres que
apenas sí recordaré, mañana, cuando el solo acalore, el color que les arrancan de la vida.
    Creo no equivocarme, cuando digo tontamente las verdades ante el rincón deshabitado y
triste; nada es igual a su silencio mortecino que apenas, sí se atreve a decirme. Andábamos
sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

                               Seudónimo : BORRASCA

  XVI
ESMERALDA
 
Cantaba algo parecido a Les temps des cérises, cuando los caballos llevaban en volandas el carro y las ruedas apenas tocaban el suelo. Así comencé mi relato, en cuanto llegué a El Escorial procedente de la región francesa de Aquitain.
Para las gentes del camino solo eran una ráfaga de viento. Pero eran dos yeguas alazanas, enganchadas en reata, tirando de un carruaje ligero. Pero eran, un joven de cabellos largos sobre el pescante y, en el interior, una mujeruca que no miraba el paisaje. Pasaban como una exhalación de vez en cuando, imprevisibles.
Cheveaux, vite, vite!, gritaba erguido el muchacho restallando en el aire el látigo. Y su orden parecía formar parte de la letra de la canción que interrumpía: Galopez!, qui est très court le temps des cerises.
Se detenían al anochecer en espacios utilizados por gitanos y quincalleros: restos de fogatas rodeados de piedras negruzcas, unas prendas raídas, bolsas sin fondo. Mientras preparaba algún alimento, la madre le observaba pasear inquieto repitiendo las frases oídas a diario: “Estuvieron aquí, ayer se fueron, ese pañuelo se le entregué a Esmeralda cuando la vi bailar por primera vez”.
Amanecía, y ya tomaban café y los cookies de una caja decorada. La madre sabía que su hijo, mirada perdida en el infinito, iba repitiendo mentalmente tres palabras encadenadas: Esmeralda, amour, route.
Nos vamos -decía el muchacho animoso: llegaremos a Champlat, allí estarán. Cheveaux, vite, vite!
La mujeruca lo oía a diario como si fuera la primera vez; sin extrañarse de tanta esperanza infundada, porque ella misma buscó tiempo y tiempo a su amado de trinchera en trinchera, sabiendo que había muerto el primer día de la primera batalla. Y lo buscó, con el afán y la pesadumbre añadidos, para decirle que en su vientre bullía una vida, síntesis de la vida de ambos.
Debe saber el lector, que este relato surge de sucesos reales ocurridos en los años 1914 y 1934, en Château-Thierry, proximidades del rio Marne, al principio de la Primera Guerra Mundial. Los oí narrar a Catherine y a su esposo Jean Paul, en la sobremesa de la cena de mi despedida, en su casa de Pujols, acompañados de Pierre, Maurice y las esposas de ambos.
Creo que influyó en mi deseo de difundirlo, el hecho de que tuviéramos a la vista el espectáculo representado a nuestros pies por Villeneuve sur Lot iluminado. Tristes historias que dan idea de la precariedad de la vida: dijo Cathy visiblemente emocionada. Oui, añadió Jean Paul, mai, à la vue de tant de beauté, il faut tenter de vivre.


XVII
LA OTRA

¡Y te saliste con la tuya! Se fue con vos…
La primera vez que te vi…yo era muy pequeña… tenía apenas seis años.
Sí, posiblemente pensaron que no me iba a “dar cuenta”…
Me acuerdo que estaba con mi primo, y para nosotros no eras “tan terrorífica”.
Nos molestabas, no lo niego…pero creíamos que era “normal” tu presencia. Mis padres, las tías, la nona y hasta mis primos se habían acostumbrado a tu aspecto  decidido. Me llamaba la atención la inexorable tolerancia de todos. Era como si tu efectividad fuese necesaria.
Reapareciste al año siguiente, Ahí ya me desagradaste.  Pero a través del sufrimiento que les causabas a los demás…no por lo que a mí me hicieras. Yo estaba convencida de que a mí no me manipularías. Bastante daño le habías producido a mi madre. ¡No! ¡Conmigo no jugarías! ¡No caería en tus deshonestas redes!
Me di cuenta de que debías ser poderosa, porque vi el llanto de la nona, cuando le preguntaron, y ella te nombró.
Nunca pensé que serías capaz de  hacerla llorar así. Sospeché que era yo la causante de ese lamento silencioso, porque mi abuela me señalaba con su cabeza y no quería que yo advirtiera el dolor que le provocabas. Era como si ella hubiera querido esconder sus sentimientos de mí.
Ahí comprendí que había temas sobre los que no se hablaba en familia.   Asuntos vedados a los chicos…
Y te fuiste con el padre de mi mejor amiga. Yo había rezado, creí que te iba a derrotar, pero tuve que declarar mi entrega. Me habías ganado otra vez!!!
El tiempo pasó y con él llegó mi comprensión… ¿o resignación?
Te advertí muchas veces. Percibí que siempre que llegabas, traías dolor, desconsuelo, desesperación.
Y…estaba segura de que te vencería… (aún no sé por qué…)
Me había quedado tranquila, porque papá no daba muestras de tu vuelta…
En realidad él nunca te había nombrado y necesitábamos creer que nunca regresarías, Eran evidentes los indicios de que estabas merodeando…pero no queríamos verlos. Al principio porque éramos chicos, y después… porque hay cuestiones que no se tocan en una familia. Hacerlo hubiera sido darte un lugar en nuestras vidas.
Pensar que NUESTRO PAPÁ nos dejaría por seguirte, ¡Era…inconcebible!
Papi adoraba a mamá. Nosotras, sus hijas, éramos su vida!!!!
¿Cómo imaginar que detrás de tu gesto existía la seguridad invencible de tu fascinación?
Y aunque estabas tan segura, papá te siguió porque fuiste una consecuencia fatal de sus acciones, pero nunca te quiso. Es más, puedo asegurarte que llegó a odiarte.
Imagino tu sonrisa irónica. Pero es real lo que te digo: papá jamás te pretendió. Posiblemente muchas veces lo enredaste. Sin embargo esa no fue la causa por la que te descubrió, y lo sabés.
Ya sé: sea por lo que fuere…nos dejó…
Esa es tu victoria.
 Dañaste a toda la familia. ¡Lo lograste! ¡Te lo llevaste! Todos querríamos abrazar a papá  y tenerlo a nuestro lado. Era un ser excepcional, y seguramente jamás lo podrás apreciar.
¿Cómo te expreso el amor? ¿Cómo se hace para explicar la perdurabilidad de  un sentimiento que conservamos???
Aunque…no…por más que me ingenie en manifestártelo, no lo comprenderás… Jamás experimentaste el amor porque sos fría, insensible, indiferente, e imperturbable…
Me das pena… Siempre estarás vacía y deshabitada… “Como si fueras un rayo que  te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”
Te deseo que NUNCA tengas PAZ.

                                           Dulcinea porteña


 
XVIII
UN DÍA CUALQUIERA

Bebé Rocamadour, bebé, mon bebé Rocamadour.  Julio amado:                                                                                                                                                                                
Hoy tengo deseos de escribirte, no sé siquiera el día que es. Uno cualquiera.

Soñé que la nieve ardía

soñé  que el fuego se helaba

y  por soñar imposibles

soñé que tú me querías....                                                                                                

 Cuántos años hacen que esta estrofa está aquí, conmigo. Papá la recitaba como “Le corbeau”, con su entonación particular y viene a mí en el instante en que pienso en nuestro amor. Yo te amo. ¿Me amás vos? ¿En tu pecho sentís el mismo latido mío? ¿Acaso tus manos sudan como las mías? ¿El vahído que me acomete te invade igual que a mí? Sólo espero tu llegada.

Me regodeo al presentir tus pasos presurosos, esa sonrisa amplia que descubre tus dientes blancos, perfectos tan perfectos. Me pregunto ¿podremos alguna vez llegar a poner nuestras cabezas en la misma almohada?

No contestas mis ansiosas cartas. La espera hace que me sienta inmoralmente impaciente. Me asusta pensar en nuestro encuentro y preguntarnos en la mañana cómo hemos despertado.

Alma mía, mientras el aire envuelva mi doliente cuerpo y el temor se ensañe hasta la sima seguiré buscando en lo profundo, ahí, entre tus brazos donde pretendo cobijarme, para desentrañar el misterio, el interrogante de mi vida misma. Tengo las alas quebradas en el esfuerzo delirado por volar hacia vos.

El miedo me alucina. Anhelo en silencio que apacigüe la tormenta, las hojas de este invierno se dispersen, se sosiegue el viento y en un letargo, la turbación dé paso al descanso de  mi mente. Harta estoy de vibrar en esta espera.

Miro a través del cristal del ventanal. Oteo el infinito desesperada. Me pregunto si en el titilar de las estrellas amagadas en el cielo oscurecido, culminan ya las formas fantasmales de tu ausencia o los dioses interceden y convierten en luz las sombras de mis sueños...y tal vez reviertan el sino y pueda bailar esa danza ensoñada, voluptuosa. ¿Se hará verdad esta danza que imagino afrodisíaca? ¿Llegará la pretendida felicidad que ambiciono?

Dejo de escribir y pretendo salir a las calles a buscar un signo de tu amor. Mil pájaros cantan a la felicidad, mil flores la perfuman. Quizás vengas a mi encuentro. Te aguardo. No sé si estás en Bruselas, París o Buenos Aires. Quizás traigas una rosa blanca y un poema, yo recueste mi cabeza en tu hombro y deslices tus manos sobre mi pelo negro que peino con ahínco exclusivamente pensando en vos.

Pretendo hallar el punto exacto del fugaz momento en que se fundan el amor y mi atormentado intento. Quiero gritar por las calles que te amo. Definir que ése es el amor y acceder al subrepticio, al diminuto éxtasis del instante en que se encuentren nuestras miradas, oír tu voz particular recitando  “tu” Bebé Rocamadour.

Elucubro que de tus manos vendrá la fuerza para vivir en esta silla que me ata a un mundo lleno de esperanzas muertas y...revivir.

Sé por qué sufro, por qué suspiro aún teniendo vida todavía.

Sé también…que jamás te he conocido. Sí sé que Eres.

¿Le dejo leer mi carta para que él también te diga alguna cosa? No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un gran secreto entre los dos, Rocamadour.
tu fiel Eleonora                                                             
XIX
 
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…. (comienzo del Cap 7 de Rayuela)
 Y me sumo a la tortura que tiene  siete letras. Siete. Un número que la fascina y la acerca a esa mujer que le dio vida. Un número. Siempre pensó que la tortura tenía  que ver con manos, agua, bolsa de nylon, aviones. Hoy puedo afirmar que el siete se suma a los tomentos. Es como el garrote vil, sólo que no se coloca en el cuello, sino como vincha de indio, alrededor de mi cabeza. Es por tu boca, aunque no lo sepas. Es por tu boca.
Y me aferro también al  tornillo mutado en una alargada píldora color salmón. En aquél la fuerza física del verdugo, la resistencia del cuello del condenado, y la experiencia demostró que raramente sucedía así, rápido, sino que era lento, como la agonía. Como tu boca. Tuve una  sensación cercana a la muerte al desplazarse con pesadez y sin pausa por su borde.
Ahora conocía la verdadera tortura, a su medida.  Era como un camaleón disfrazado de bonanza, le hacía creer que todo estaba bien, que nada había cambiado, que había luchado y había ganado en esa guerra sucia. Sin embargo, cuando despertó, como escribió el célebre Monterroso, el dolor seguía allí.  ¿Si pudiera decirle a Augusto que vivió su microrrelato?
El  número es ágil, corre a la velocidad del sonido por mis neuronas. Deseo que sea una pesadilla estar escribiendo y esperando. Siempre espero. Millones de agujas impactan al unísono en mi brazo izquierdo, que se ha convertido en un muñón de acero. Él pregunta si todo está bien y contesto, entonces sé, al escucharme, que el dolor, como el dinosaurio aún continúa allí. Sobre tu boca.
La realidad tiene forma de frasco y siete letras. Ayer estaba segura que lo había vencido y agradecía a San Expedito y a los arcángeles y a mi hermana por el correo electrónico que le mandó. Decía que en menos de veinticuatro horas, si lo reenviaba a veinte personas su deseo se iba a hacer realidad., pero la única realidad tiene un número y gritos. Están ahí, en mi cabeza, todos juntos me gritan. Padre,  madre, la hermanita que no conocí. No tienen cara solo voz. Son  voces agrias, que no quieren callar. Me mandan mensajes cifrados. Sólo el teclado puede alejarlos. Se van alejando con cada sonido leve que provoca la tecla al hundirse. Una melodía se forma en el transito ilógico de los dedos. Ella ha bajado y mira, tiene cara de hereje .
      Otra música llega desde el televisor. Es infantil, hermosa, rítmica. Las voces se van apagando y el hocico del sol ya está instalado en el poco espacio que tiene para anunciarse. Es de día. Ella lo sabe, pero aún está del otro lado. Siete letras la llevaron al otro lado donde nada se mide en centímetros ni medidas volumétricas. Monterroso es un genio, piensa. Ella no. Él también tiene cara de hereje como la de ella. Le arden los ojos y la espuma se empeña en salir como si un mar se agitara en su estómago. El gato lo acompaña, lo mira con ojos de gato, mientras la mañana gana  terreno. No ganó la batalla. La maldita roca color salmón triunfó.  Tan pequeña y tan poderosa como un ejército en el campo de batalla. Todo es igual a cero. No hay coordenadas ni mapas que lleven al lugar donde ella quiere ir. Solo tu boca es el  camino, pero no conduce a Roma, ni las rutas están pavimentadas en ese tramo. Gira la tierra alrededor del sol. Galileo tenía razón “e pour si mueve”, dijo el astrónomo. Él gira con la tierra y Galileo. El sol sólo es un círculo lejano y apenas calienta la mañana de invierno. Ella sabe que es invierno. Lo sabe y tiene frío. Quizás, las próximas horas lo acerquen al verdadero día donde ella pondrá su boca  y los temidos fantasmas se hayan ido. Sin embargo está seguro que ella seguirá teniendo cara de hereje.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.(Cap 7)
SUREÑA
 XX


UN GATO MORELLIANO

 
El gato no dijo nada. Irritante costumbre de los gatos, permanecer callados cuando uno precisa su intervención. Los perros ladran, los canarios pían, las tortugas cagan, pero los gatos nada, se quedan muy orondos instalados en un sillón, como el turro de mi gato. Sin su ayuda, debí sortear con mis escasas armas el espinoso terreno minado que Silvana había interpuesto entre ambos al mencionar a mi esposa. Intenté que se sentara, al menos, pero ella  se mantuvo de pie, haciendo resonar uno de sus tacos sobre el piso. Comprendí que existía una salida, si no ¿para qué se había molestado en venir a casa?

 Me dirigí al equipo de música, considerando que un poco de Miles Davis aliviaría la tensión, pero ella me detuvo, sin necesitar más que unos cinco segundos sin parpadeos. Traté de adivinar qué pretendía; acababa de descubrir que era un hombre casado, detalle que había olvidado transmitirle, y sin embargo había venido a verme y se quedaba tras compartir su hallazgo. Opté por contarle una historia de desencuentros maritales, profundizados por mi reciente traslado, y mencioné la proximidad de un divorcio. Bastó con ello para que se lanzara a mis brazos y, sin más prolegómenos, me empujara hasta la habitación.

Comencé los ritos de las caricias pero me vi transportado a una tarde de febrero, en el caluroso Gran Buenos Aires, ante las flores rotas en el macizo de agapantos de mi abuela. Recordé vívida la mentira y luego la confrontación con mi primo, al que había acusado, un par de horas después. Carecí de respuestas aquella lejana tarde, anegado por la vergüenza de la torpe mentira dicha para eludir el castigo. “¡Maldita sea!”, dije en alta voz. Silvana detuvo sus movimientos, media teta fuera de su corpiño. Quise volver a la situación, a su pálido cuerpo fresco en mi austero departamento pampeano, pero comprendí que era imposible. Ocultar no es sinónimo de engañar, no para mí, al menos.

Tomé la camisa blanca que había dejado caer sobre la cama y la coloqué sobre sus hombros. La incomprensión continuaba dibujada en su rostro pequeño y delicioso. Confesé que no había divorcio a la vista, que no existían problemas en mi pareja y que no tenía planes de un futuro a su lado. Sus labios temblaron, balbuceó palabras que no entendí. Pensé que lloraría o me golpearía, presa de un ataque nervioso. Nada de ello aconteció, dominados los labios completó la operación de vestirse para luego abandonar la habitación sin dirigirme una vez la vista. Mejor así, me dije, aliviado. Permanecí en la habitación hasta que oí el golpe de la puerta.

Fui a la sala y me senté junto al maldito gato, que parecía sonreír. El maldito gato que mi mujer se había empeñado que llevara conmigo, para recordarla. Tomé el control remoto para buscar algo en la televisión; mi vista dio con el equipo de música. Acaricié el pelaje del felino, agradeciendo no haber puesto jazz cuando lo pensé. Quizá en consideración a eso, el gato proseguiría callado al volver a casa. Por lo común, después de los discos le venían ganas de vomitar.

 
XXI
AMOR Y LLUVIA

Te escribo porque no sabes leer, si supieras, no te escribiría. Tú juicio me importa. Las opiniones ajenas se me dan un ardite, incluso me divierte escandalizar a esa gente que jamás pensó con su cabeza, que siempre siguió la norma establecida. Sin embargo, tengo miedo de tu mirada, de tu reproche y más aún de tu indiferencia  Cuando sepas leer y encuentres esta carta entre papeles olvidados, habrás conocido la vida y tal vez comprendas. Me comprendas. Ahora no podrías.

Yo no soy como tu padre, aunque me hubiera gustado serlo. Él y los que son de su raza, avanzan siempre por el camino recto, cumplen sus deberes, manejan sus emociones. Jamás se dejan manejar por ellas. La vida, dicen, es demasiado importante para someterla al corazón, ese músculo palpitante. Es el cerebro, el raciocinio, quien debe dirigirnos.

En cambio, a mí la ternura y el deseo me empañan la visión, inundan mis sentidos y no me dejan pensar. Espero, hijo querido, que aunque seas un hombre razonable, como tu padre, tengas una pizca de mi sangre apasionada. Lo justo para que puedas  entender lo que pasó.

Debes saber, mi niño, que la pasión es  un huracán que arrambla con lo que está en su camino. Es también  un fuego que consume cuanto toca. Hasta que se  apaga.

Tú madre es sentimental y poco dada a  razonar. Tú padre, cerebral y fuerte, sabe mantener a raya las emociones. Cuando discutíamos, sus deducciones eran siempre impecables, pero se dirigían a mi cabeza, siendo así que yo pensaba con el corazón. 

Los afines se atraen, yo me sentía comprendida por alguien que, como yo,  naufragaba en la atracción y el éxtasis. Tú padre me helaba el alma con sus firmes convicciones. Yo necesitaba calor para mis sentimientos maltrechos, los que nunca supe defender. Él me dio ese calor, compartió mis emociones y dijo que era bueno dejarse llevar por ellas. Que los otros no eran personas sino máquinas.

¿Recuerdas, cariño, lo que te dije del viento y del fuego? Así me arrolló Él. Sabía que nadie entendería mi huída. Los abandonados y humillados, no perdonan jamás. Quizás hayan encontrado satisfacción en nuestra desdicha.

Ese hombre y yo nos vinimos a Paris. Aquí  disfrutamos de un amor demoledor, carcomido de miedos. Cuánto más te echaba en falta, hijo, mas ciegamente lo quería, más me quemaba en su fuego. Dos años, no más, duró nuestro arrebato. Se nos murió el amor, cesó el viento que nos empujó hasta esta ciudad de bohemia y  libertad, a este Paris lluvioso que fue pasando por agua nuestro ardor, agrisando el rojo encendido de nuestra pasión.

Tú padre me prohibió volver. Eso era lo único que yo quería, que sigo queriendo; volver. Dirás que cuando te abandoné, era consciente de las consecuencias…No demasiado. Nuestra fascinación de entonces ocultó o desdibujó los inconvenientes, solo bebernos el uno al otro nos importaba. Por eso necesito que tengas una chispa de mi sangre. Para que puedas disculparme.

El tiempo y la lluvia fueron haciendo su trabajo. La traición se hizo un sitio entre nosotros. Los recuerdos, las ausencias, pusieron tristeza en nuestro amor convirtiéndolo en un vino aguado, que ya no nos embriagaba. Como Adán y Eva se avergonzaron de su desnudez, nosotros empezamos a sentirnos sucios y desalmados. Si buscábamos los ojos del otro, para fundirnos y olvidar, su mirada nos devolvía reproches y cautelas.

Fue en una noche sin sueño, en la que el golpear de la lluvia nos mantenía alerta, que Él decidió volver.

Ahora, mientras te escribo, estoy  sola y ahogada en lágrimas de lluvia.   

Allá fuera, Paris debe ser una enorme burbuja grisácea  en la que, poco a poco, se levantará  el alba.
                                
XXII
APOLONIA DE MIS ENCANTOS
             Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, por eso mismo Apolonia a pesar de que yo te había llenado de abalorios en mi mente, en mis días y mis noches, de que te he sujetado a la alcayata más alta de la pared de mi cuarto como el cuadro excepcional  de un propicio artista plástico; tú no eres etérea y careces de alas en las espaldas y, aunque te aparecieras imaginariamente todas las madrugadas en mi cuarto o mejor decir en la obstinación lujuriosa de mi cuarto; tú Apolonia padeces de  imperfecciones visibles u ocultas como cualquier humano consuetudinario que transita por esta tierra tan exoté-rica; sin embargo la vida, el mundo o la conciencia tiene ese prodigio de inventarnos  lo que obstinadamente deseamos que sea, o aspiramos a que sea, pero que  en realidad no puede ser como nos encaprichamos que sea; porque quién no traspone la rayuela que separa lo verosímil de lo inverosímil y, quien no se inventa perfecciones, aun sabiendo que no es más que una metáfora, un idilio organilladamente traspuesto en la conciencia;  pero en esta vida somos más pasionales que filósofos. Mas como no la seccioné en muchas partículas indivisas para hacerla un simple corpúsculo de polvo, en un jarrón hecho pedazos, que la conservé compleja, íntegra, saciada de encantos plenipotencia-rios, puedo decir que Apolonia jamás se me ha disuelto en alguna sustancia, moléculas, células, o átomos consolidados con alguna consecuencia trágica, la cual en su reacción química o física desprendiera despojos inicuos  con impurezas, que la Apolonia de mis encantos siempre fue algo puro, aunque esta definición venga saturada de un convenci-miento  absoluto, de un obcecado pensamiento de alguien quien no le teme a las conje-turas mediáticas de sus críticos, en fin uno a quien no le importa que digan estar tremen-damente loco por estar confundiendo los puntos cardinales por donde aparece y se es-conde el sol en los trecientos sesenta y cinco días del año, quien dice que va a llover con el sol resplandeciente así los meteorólogos y mil campesinos afirmen con cientificidad unos y por experiencia vehemente los otros; de que no lloverá hasta el mes próximo; por eso mismo Apolonia, he cerrado los ojos para pensarte como me da la gana a mí pensar-te, sin que nadie en este mundo pueda contradecirme que no eres así como yo te pienso, en resumidas cuenta los filósofos, los políticos, los especialistas del alma y del cuerpo, aunque gastan cientos de palabras, de tinta y papeles en demostrar que existe una verdad lógica, que la lógica es quien mueve al mundo, se mienten ellos mismos y les mienten a sus discípulos y pacientes: los unos andan dudando por los rincones de si el hombre vino de los primates en realidad o si es cierta la teoría mitológica de Adán y de Eva y, los otros haciendo y haciéndose creer que lo suyo es la única y más perfecta democracia sobre este mundo, los siguientes fuman sus habanos y beben gustosas tazas de café o se emborrachan con alcoholes y cervezas, mientras proclaman a sus infaustos pacientes, que tales vicios son de perversas  consecuencias para el cuerpo y el alma; por eso mis-mo Apolonia he cerrado los ojos, como todo un infértil porfiado abstraccionista para te-nerte en mi fuero, como la más núbil maja desnuda; sin tu obstinada melancolía, sin tu desamor a veces, sin tu falta de humor cotidiano tan disímil con mis formas de encan-tarme con un amanecer o una puesta del sol, a no dejar  que el miedo ni el tedio me invadan por ninguna circunstancia del mundo; olvidarme Apolonia que no amas la poe-sía ni mis leyendas artificiales ni esta costumbre mía de enviar poemas en fechas cruci-ficadas por los convocantes de los concursos literarios a través del mundo hispano, así no gane ni el más mínimo premio por mis azarosos partos literarios; a pesar de cerrar mis ojos para imaginarme a la más idílica de las Apolonia, como jamás existiese una Apolonia como ésta en la tierra, con los ojos cerrados escribí mi enaltecido poema “Una Elegía Surrealista para Apolonia”, por eso mismo: Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero…         

                                                                                   
XXIII
MISERIA
Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salia de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mi mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez; conciencia, sanación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.
Una gota a veces, un hilo en otras, caía o resbalaba constantemente por el plastico, sorda a los oídos, pero no ajena a mis entrañas, se deslizaba como mágica serpiente, a través de un río aéreo y transparente de rubíes y amapolas, en partes negras, y en danza de tonos violáceos y rojos carmesí en otras. A la par un hilo de aguas cristalinas primaba por entrar. Adicto a las agujas,  se me revolvió el estómago. El sonido constante de la perdida de agua del inodoro me animaba a despertar a mi acompañante, que no supe quien era, y a  pedirle que lo silenciara. La idea había vuelto a mi conciencia, en otro día más: “ Maldito Cancer”. Cerré los ojos y me vi envuelto en un serpenteante humo blanco con aroma a deseo, casi orgásmico. Recordé las noches de amores y alcohol, de lujurias, de soledad, de llanto, que las pasábamos en una cerrada hermandad que no permitía palabras de extraños. Te infiltraste hasta mis huesos.  Me prometiste que no me ibas a abandonar, y aquí estas, desfigurado en tragedia ( antes te disfrutaba más) ¿ Cuantos soles y cuantas estrellas menos debo contar por haberte elegido? Y si, te elegí. Me envolviste con tu seductora pollera blanca, suave como la seda, rica… y satisfecho observaba tus movimientos en círculos, a veces en forma de mujer. La seducción de tu falda se desarmaba en el aire cuando intentaba tocarte. Era todo falso, nunca te quedaste con alguien para siempre. Cuando lo ves desauseado en alma, muerto en vida, te buscas otra víctima inocente. ¿Con qué miel me engañaste que a mi amor de la infancia no la escuché y ya no recuerdo sus besos?
El dolor contaba latidos. Los calmantes introducían agujas en mi corazón. Pero te desee. Estaba obligado a extrañarte. Me encerré en un único entendimiento, no puedo vivir sin vos, ¿Y con vos? No me explico este deseo si sos masculino… ¿ Por qué por tu seducción  cambio la angustia por placer?  No sabría decir que me costaba más,  si mi sentencia de muerte o el no poder llevarte  nuevamente  a mi boca. Me pregunté por qué fui tan fuerte para desangrar por vos y no fui valiente para dejarte…
No caminé rumbos desconocidos a lo que me legaron, probé suerte y desafíos a mis ancestros. Mis células gravaron herencias de angustias desconocidas y cedieron ADN de machismo cerrado.
Todos mis proyectos dormidos ahora morían en vos,  por adorarte. Mañana es Navidad, siento que debo nacer de nuevo, necesito que no me acompañes, dejame limpiarme de tu aroma.
Recorrí mi vida montado en un caballito de carrusel, convertí las normas en nimiedades, y quebré oportunidades; desconocí consejos, desperdicié el amor. Y el amor se cansa y se va.
Nuevamente se infiltró la aguja del suero, cotidianamente la enfermera introduce el dolor por mis venas como finas espinas de cactus. Y recordé que fui tan indolente a las súplicas de mis hijos y a las lágrimas de mi amor. ¿ Alguna vez sentí amor? Tal vez existió el amor a mi mismo, demasiado egoísta, pedante, egocéntrico y soberbio. Que no le importó la sed por las mañanas, el aliento putrefacto, el temblor de las manos, la respiración agitada.
El placer no acepta remordimientos y no lo vi con forma de mujer.
El día que adormeciste mis pulmones con tu seda danzarina, creí que te dejaría, pero me conquistaste nuevamente, me envolviste adictamente a tus caprichos. Inmolado en la ingratitud, recogí  pedazos rotos de ilusiones familiares, armé una máscara de coraje y nuevamente halle en la enfermedad mi redención. Pinté la cruz de mi espalda con lágrimas de sangre de mis afectos, sudor de angustia de mis amigos y baba de placer de mis enemigos.
El golpe de la puerta del ascensor, me devolvía a mi consiente, imaginando llantos que suben y sonrisas que bajan. Ya se escuchaba el rodado del carrito del desayuno, sinfonía de cucharitas y tazas de porcelana, y entre hedor a químicos y gases humanos, reconocí el aroma a te con leche
Abrí los ojos y la luz ya hería mis pupilas, desee quedarme en el recuerdo y no concientizar mi miseria. Cuando te despertás con los restos de un paraíso entrevisto en sueños, y que ahora te cuelgan como el pelo de un ahogado; una nausea terrible, ansiedad, sentimiento de lo precario, lo falso, sobre todo…lo inútil.
XXIV
 
ORDINARIO
Suelo, noble subordinado
La explicación es un error bien vestido
La constante pisoteadera es un mal para muchos, ser rebajados en un continuo presionar es desesperante, no tenemos intención aunque sea del disfrute de unos cuantos. Estar encima es un privilegio con terribles consecuencias, invisibilizar al otro, obviarlo, volverlo uno más de las cosas fútiles, la metamorfosis a lo banal de lo usado.
Debemos bastante al suelo, solamente indiquemos que es nuestro sustento, el soporte de las estatuas andantes, el generador explotado de alimento y por supuesto la medida de la civilización. Su naturaleza es diversa como sus funciones, lo más cercano y por tanto familiar a nosotros es aquel de aspecto adusto, serio, duro, reforzado, frio, resistente, concreto se le llama, nombre harto merecido, fiel ejemplo de tenacidad, de control y generosidad. Hablamos del suelo, desde un inicio con un equivalente peyorativo, darle un rostro ameno a la palabra suelo es un reto homérico, cuando algo ha sido testigo de tanto y consultado para tan poco, no es tarea sencilla transformarlo.
Repasemos según la colección de éxitos y fracasos la mal puesta etiqueta “insulso” al suelo. El suelo es, en muchas ocasiones, virgen, esto nos dice que no ha sido tocado, conservador de su nobleza y maravilla. Suelo anárquico fruto de sí mismo y medio de nadie, suelo despojado sin aviso alguno de su inocencia, coartada su esencia misma. Salvajes botas de diferentes tamaños, olores, colores, sabores –no olvidemos la hipersensibilidad del suelo- al unísono marchan, hormigueantes a no saber dónde, resultado de no saber qué con intenciones oscuras. Suelo, terreno hermoso, privado de su continuidad, arreglado al deseo ajeno, aquiescencia de terceros perjudicial, infame.
Nos hablan de conquistas, pero es un vil eufemismo, vaya escondite de cosas turbias, innombrables, cambio de ojos siniestros, nos ofrecen un espectáculo nominado conquista, no tengo idea del personaje nominador, me aterraría pensar en su acto de conquista ¿conquista al perjuicio? ¿Amor al ultraje? No entiendo, lo escurridizo de esta palabra, lo violentado del suelo encerrado en la palabra conquista, vaya relación sádica ¿o puede ser masoquista, nos exige el suelo? Esperemos no sea así, de lo contrario todo fetiche ya hemos cumplido a cabalidad, incluso con rubor en el rostro, en exceso.
Conquista ¿en serio? Conquista como relación recíproca, autorización parcial y total de introducir lentamente a alguien más cerca de lo permitido. Ofende y estremece, es un oscuro apartado de nuestro lenguaje llamar conquista a la ausencia de flores, de palabras acomodadas exactamente y libres de desazón, al infortunio egoísta, al totalitarista enfermo, al profanador de vírgenes, a ese antropocentrismo descarado, la conquista de la que es víctima el suelo es una conquista de una sola persona, es un amor de uno solo para sí, al suelo nunca se le ha conquistado, al suelo se le ha anulado, humillado, ultrajado en pro de fines inútiles, en ultimas la conquista al suelo no ha sido, por donde se le vea, la conquista del suelo.
Puerta, incansable manoseada
No hay duda alguna, todos, sin exclusión somos horribles, constantemente menospreciamos y humillamos de forma ruin al ser permisivo llamado puerta. ¿Cómo se siente la puerta? No nos importa, lamentablemente. Lo ordinario tiene esa sentencia encima, piel cocida con extrema fuerza, característica esta de minusvalía bastante odiosa, déspota. Desconocer, no otorgar el valor, la dicha de status a todo lo que nos llenamos la boca de categorizar de común.
Hablemos de esto, consideremos a una amiga cercana, la puerta, la o ellas son sanguinarias, esto es incuestionable, el propósito es pensar si su vil accionar encuentra justicia en estos argumentos. Ser puerta es sinónimo de ultraje, violación, acceso carnal, entre más y más delitos. Nos abrimos paso sin el mínimo consentimiento, peor aún, léase bien, sin la mínima muestra de agradecimiento, abrimos violentamente, cerramos sin cuidado alguno.
Nunca expresa muestra de cansancio ante su labor, trabajadora silenciosa, muda pero consciente de su desdicha, a pesar de esto en ocasiones miembros rebeldes, subversivos, piezas de dominó triangulares hacen explícitas sus penas, nos indican con un estridente chillido que no son capaces, desean desistir, el grotesco yugo destinado por el hombre se ha vuelto insoportable, ¡no más!, grita la pobre puerta.
No reconocer la increíble labor de la puerta es la ceguera colectiva más abrumadora de toda la historia humana, de puertas hay puertas memorables, puertas que impiden asesinatos otras cómplices, algunas resguardan a las personas junto con sus primas paredes en la maravilla de la soledad, son testigos de todo tipo de actos sexuales, encarnación de privacidad y secreto, ocultan no difunden, así son ellas.
 Hacés demasiado caso de unas pocas metáforas
 
XXV
OCÉANO VIBRANTE

  Música, melancólico alimento para los que vivimos de amor. La melodía perfecta que no existe, solo está en tu cerebro la idea de una nota antigua llena de emoción. Te vuelves loco, increíblemente loco. ¡Necesitas encontrarla para poder seguir con la vida!, si no la vida sigue sin ti.
  Buscas respuestas donde solo hay preguntas, y lo mas cómico es que buscas lirica donde solo encuentras preciosos ritmos. Acaso, ¿no estás tan confundido como yo?
  Las lindas canciones se hacen del amor, y las necesarias para vivir se hacen del desamor. Porque corazones rotos hay hasta en el espacio exterior.
  Que imaginas de tu vida en el mañana, yo aun no lo sé, estoy sentado sobre una pila de solitarias y llorosas cajas. Pensando que hacer un texto no es sencillo. Porque la poesía tiene su propio universo. Las novelas tienen sus seguros de vida. ¿Y tú que tienes?
  Merecemos vivir porque nacimos para eso. Así que olvida la locura del humeante suicidio, porque a nadie le interesará. Ya hay suficientes textos vivos hablando de ello. Suficientes casos para que el tuyo sea una mezcla gigantesca de canela. Intragable.
  Siempre me levanto pensando que sería tan bonito leer un texto brillante cada mañana. Uno que te tenga brutalmente reflexivo todo el esplendoroso día, y cuando llegue la noche y aun no tengas respuestas.  Dormirás, soñaras con el deseo de ser tu quien creó el barroco confuso. Querrás ser tú quien creó la música, la poesía, o la biblia. Báñate en agua bendita y refréscate el pulmón que todavía vive.
  Pensé que las velas en el candelabro de mi oscura alma harían una orquesta dramática, pero solo me brindaron calma. Un fuego interior desechable pero absolutamente enriquecido de lo que nadie ah sido capaz de proveerme, amor.
  Por último, no tengas miedo a soñar. Porque soñando encontré mi música, la vida, la musa de mi alegría y hasta la melancolía del amor. Pero lo malo del sueño no es el sueño. Lo malo es eso que llaman despertarse...


XXVI
LA CONFESIÓN

“Como no sabías disimular me di cuenta enseguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos”.

Eso era lo último que estaba escrito en el diario de Luis Diego P. no había nada más entonces cuando revise las primeras páginas, me di cuenta de que a pesar de llamarse diario,  Luis Diego P. solo escribía tres veces al año y estos los titulaba de esta manera:

Día de navidad,

 Cumpleaños de Ella y

Aniversario de Palabras

 Me pareció tan sencillo y a la vez tan complicado eso de escribir solo tres veces al año, era algo así   como un inventario, un pase de facturas, seguí revisando y el diario fue comenzado el 24 de diciembre de 1930,  con estas palabras:

“Bendita navidad en este pueblo, que me acercó a ella”

 Luego le sigue algo fechado el 30 de abril:

“Hoy esta de cumpleaños…desde esta ventana con rejillas la puedo ver…   ¿Cómo será su voz?”.

La curiosidad por conocer más de Luis Diego P. me llevó a buscar otros libros que venían en esa caja de donaciones, revise de nuevo y halle libros de poesía algunos marcados con las iniciales  L.D.P. y otros con Juan Diego P. pero nada que conseguía el significado de la P.

 Se hacía de noche, ya era tiempo de que todos los colaboradores del asilo  dejáramos de trabajar y esa era mi labor, así que tendría que esperar hasta mañana para saber algo más. La hermana Francisca que era la monja encargada de ese asilo  hacía más de treinta años me acompaño  hasta la puerta de salida  y me despidió diciendo:

- Primera vez que te veo tan callada

 Yo solo sonreí  realmente no tenía palabras, solo pensamientos y todos eran sobre ese diario que había leído. Al llegar a mi casa tome un cuaderno y coloque la fecha 15 de Diciembre de 1982, tenía la idea de empezar un diario que comenzara con ese acontecimiento del asilo,  pero no se me ocurrió nada así que lo  deje, me preparé algo de cenar y me fui a dormir.

A la mañana siguiente casi corriendo llegue al asilo, la hermana Francisca me recibió y me acompañó hasta la habitación en donde se recibían las cajas de ropa, alimento, libros y otras cosas que donaban al asilo. Y allí como esperándome estaba la caja con las cosas de Luis Diego P. Comencé a sacar todo lo que quedaba dentro de ella, mientras que la hermana Francisca revisaba las otras .

Encontré  una postal familiar donde lo saludaban y lo llamaban Luis Diego, pero sin apellidos, había un pañuelo con las iniciales y muy en el fondo había una biblia, metí las manos para agarrarla y al levantarla encontré una estola de sacerdote, me sorprendí y dije en voz alta:

-¡Era sacerdote!

La hermana Francisca me escuchó y preguntó:

-¿Quién era sacerdote?

Yo la miré y le conté del diario de Luis Diego P. Ella dejó de revisar las otras cajas y muy triste se acercó, a ver la estola y las cosas que yo había sacado y me contó:

-Esas son las cosas del padre Luis Diego Peralta, de seguro que sus sobrinos al vender la casa donaron sus cosas, él no era de esta pueblo.

A medida que la hermana Francisca contaba la historia mis dudas se aclaraban.

Recuerdo que el llegó a este pueblo un día de navidad, lo vi de lejos mientras yo arreglaba las figuras del nacimiento en la iglesia, luego lo volví a ver justo en la misma iglesia cuando yo hacía mis votos de silencio, él estaba en el confesionario en sus labores de confesión… esa vez no se quedó, volvió cuando ya yo estaba aquí encargada del asilo…ese día le hable, porque justo le pregunté su nombre para anotarlo en el libro de visitas.

A medida que la hermana Francisca llegaba al final de la historia se entristecía más, pero aun así continuó:

-Años después se enfermó y murió, recuerdo que yo estaba presente en su lecho de muerte y que nunca entendí sus últimas palabras.

A pesar de lo triste que era para ella recordar yo no pude evitar pedirle que me dijera cuales fueron las últimas palabras del padre Luis Diego Peralta, entonces la hermana Francisca siguió su relato:

El tomo mi mano, me miró y dijo:

- “Como cansa ser todo el tiempo uno mismo”

   
XXVII

LOS OTROS GESTOS

Caminar con un propósito que ya no fuera el camino mismo, Márquez sino un huirse, por una cierta insoportabilidad que da el que siempre busquen y te encuentren. Siempre esa dificultad por desaparecer del todo. Porque convengamos que uno puede esconder una mano en el guante, una piedra en el zapato, un tic en una tos o un estornudo fingido…Incluso creés que así te saliste con la tuya, y te empapás de la buena suerte del caos pegándote como una lluvia sin que ninguno caiga en cuenta, y listo, ese amarretearles una verdad hace que todo sea más liviano porque no hay testigos, y hasta la comisura derecha se levanta y se hace  creíble por debajo de la lana rojaverde, rojaverde de la bufanda que escondió tu tristeza hasta hace un rato. Pero ahí está el problema y el engaño: andar confiándose en los gestos minúsculos, que al final son como hormiguitas caminando por el costado de la pared del jardín que sólo ve la gente que te tiene por demás estudiado, y que siempre te va a mirar como sospechando que tenés un día negro y de seis patas, hagas lo que hagas o estés como estés.  No, lo peligroso son los otros elementos, los que están a la espera de traicionarte ante todo público. Ese zapato no lustrado, esa media que no hace juego con la otra, esa mirada que dice lindo día a Doña Josefa la vecina, mientras ella como que duda y sí ve en sus ojos, Márquez, esas nubes con tormenta. A veces siento que no se puede engañar a nadie del todo, y esa infacultad me desilusiona de la vida. Entonces pienso en eso de no estar más, como una paz que nos lleva a lugares desaparecedores de los que nadie sabe mucho. Creo que uno de los pocos legados que me dejó mi familia es este dilema que le estoy comentando. Esto, y también la certeza de irse y no volver. Así es, Márquez, la mejor cualidad de mis antepasados es la de estar muertos; espero modesta pero orgullosamente el momento de heredarla.


XVIII
INSTANTÁNEA

El cigarrillo humea en el cenicero. Espirales de humo rondan por la ventana a medio cerrar y salen por ella, libres, hacia el patio rectangular. Allí, una mujer gorda cuelga ropa que nunca se seca. La llovizna convive con eternos días grises, sin corte. Junto al cenicero y al retrato de la mujer rubia y gorda, una taza con té de manzanilla frio y un vetusto teclado del ordenador. Papelitos amarillos y anaranjados cuelgan pinchados sobre un tergopol blanco con anotaciones ilegibles. Arriba, se delatan goteras manchadas de musgo que mojan el reborde de la mesa.

–El caso no se resuelve tapándolas, ni mucho menos descifrando jeroglíficos – le dijo Almirón con su jeta a un lado. – El caso se parece más a un rompecabezas: hay que armarlo.

Almirón salió a recolectar pruebas y halló, en el barro, junto a un gallinero abandonado, el chip amarillo. Se subió la solapa del saco. Con un movimiento de dedos muy profesional, lo metió en una bolsita de plástico transparente. Satisfecho se lo guardó en el bolsillo del pantalón. Ni bien llegara, se lo daría a Galeano.

Por motivos personales, Galeano no fue aquella tarde, había hecho un corte en el medio de la semana, pero a la mañana siguiente estuvo allí sentado junto al ordenador, labrando actas, notas de embargo. Se repitió una frase que leyó en el diario: a pesar que todo tenga un fin, la vida guarda una continuidad, y se la repitió varias veces, como un eco en la montaña.

Al llegar al despacho, leyó la esquela que Almirón redactó.

–Qué raro – pensó: el escrito se terminaba de modo abrupto. Sobre la hoja cortada al descuido, la bolsita de nylon con el chip amarillo. Galeano metió las manos en los bolsillos. Sonrió como un chico ante un regalo. Al filo de saberse victorioso sonrió. Sin apuro insertó el chip en su notebook. La frase sobre la continuidad de la vida… pero la filmación no era muy buena. Una cámara fija en lo alto, colgada de una viga. La imagen pixelada y picada enseñaba el rincón de la casa, junto a la entrada. La mirada se posa en la mesa ratona y en la cortina que cuelga sobre ésta. El ojo atento advierte la luz matinal sobre el cuadrado claro de la ventana. Confundido, Galeano oprimió Enter. Al principio oye un diálogo de voces monocordes, cortadas por un “viste”, por un “qué se yo” casual. Un chillido que lastima al oído las entrecorta. La grabación no es buena, como Almirón vio, pero sabemos la hora: 11/11/11, la hora: 11:21. No se aprecia la entrada de la policía, ni  las espirales del humo.

Sus manos gordas cargaron más café en la taza. Se alisó el mechón rubio, acercó su carota al monitor. Presionó otra tecla, la imagen se agrandó. Acomodó los anteojos para verlo mejor.

–Ahí no hubo un crimen – dijo moviendo la cabeza –. Que me parta un rayo si me equivoco – tomó asiento.

Ahí el rifle sin culata, el oso de peluche marrón con un gran ovalo blanco que cubre su vientre y pecho, la tijera de mango azul. La cortina sepia de la ventana – que es la única entrada además de la puerta – no fue corrida. Apenas se mueve, producto de la brisa.

Ahí está el rifle, el oso de peluche y la tijera de mango azul. En la habitación contigua, el escritorio zaparrastroso de Mario Chandler Gómez. Para alivio de Almirón, no se lo ve al abogado aparecer con su pelo revuelto, y su saco gris arrugado.

–No hubo, jamás hubo un crimen – dijo Galeano y se metió un dedo en la nariz.

¿Qué hubo? Tomó la taza. Se reclinó en el respaldo con cara de “¡lo encontré!” El espaldar chirrió. Suspiró. Pensó en cortar un trozo de papel, dejarle un recado urgente a Almirón, para que lo leyera a primera hora. Hundió su mano en el primer cajón pero ahí no estaba la tijera. Así que lo cortó con sus propios dedos. Garabateó A, L, M. Pasos provenían del exterior, del jardincito.

“No voy a venir por la mañana. No me esperes.” Escribió, y firmó con su acostumbrada G. Pasearon aquellos ojos soñolientos por la madera de la puerta, perezosos, volvieron al monitor. En la pantalla continuaba el rifle, el oso, la tijera. Ahí amanecía, o tal vez la luz de un día nublado daba ese efecto. Permanecía la cortina color hueso, y la luz grisácea del exterior. En ese momento sonó la puerta sonó. “Tac!, Tac!” Un objeto contundente puntuó cuatro veces la puerta. Galeano saltó como una langosta del sillón, llevó las manos al teclado, pero el monitor se puso azul. Sus ojos se clavaron sobre la superficie rugosa de la madera. Su mano abrió la puerta, la mano asesina mostró la tijera.

                                                          XXIX

CONFUSIÓN

" La úlima casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta , a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban" . Cuando cierro el libro comprendo que esa extensión sin límites vista por la ventanilla del avión no es la última casilla sino solo el comienzo. Desde el despegue en Montevideo traigo más incógnitas que certezas agravadas por las escasas pistas que me dejó Aurora en la breve conversación telefónica . De hecho, cuando desde la dirección de El País me pidieron que escriba un artículo sobre Cortazar a diez años de su desaparición física, sentí un raro escalofrío . Conocía poco la obra del escritor por lo que acudí a algunos amigos para contactarme con ese mundo Cortazariano que me fué atrapando imperceptiblemente. Mi estrategia es concentrarme en los personajes de su obra literaria más conocida y resolver la identidad – la verdadera identidad de sus personajes. Si podía dar con algunos de ellos la cosa estaba resuelta, pero cómo saber si existen o existieron Horacio, La Maga, Pola, Traveler ?

Julio Ortega me espera en el Charles De Gaulle y en una agradable velada a la que la primera esposa de Cortazar no acudió conocí de mano del propio editor algunos detalles que engrosaron mi desbarajuste de datos acumulados sin un orden preciso. La etapa de recopilar información no parece culminar nunca y se van agregando más nombres, más fechas, más lugares que recorro con avidez de principiante. Ponts des Arts / Rue de Seine / Parc Montsouris / rue de Lombards son jirones de Rayuela en las que veo transitar a Oliveira, puedo observar a la Maga  desgarbada y estática en medio de la calle abstraída en su mundo de incongruencias acomplejadas. Tantos personajes se involucran en mi sangre y en mi cabeza disparando la ansiedad de verlos caminar entre la gente por lugares comunes.

En un momento tengo la necesidad de detenerme y paso horas interminables desordenando papeles en el piso de la habitación del hotel ( esta mimetización cortasiana ha logrado que pierda la noción del tiempo ). Desde Montevideo reclaman resultados y ya casi no tengo dinero.

Pero el destino tiene sus vericuetos. Una nota de puño y letra del autor que data de mil novecientos setenta y ocho  parece desentonar con el maremandum de datos. Desencanto y amargura trasuntan en la misiva una situación de quiebre en una relación cercana, y reconozco allí la pista que me ayude a hilvanar la historia. Con la información aportada por Julio Urrutia, un amigo editor, invierto los últimos francos en un pasaje a Londres sin ninguna cita previa, la intuición exacerbada y la última carta por jugar. Me recibe una mujer sexagenaria, muy elegante como el departamento en que vive, agradable, de nariz aguileña y pelo corto . .

Se da una conversación tensa e incómoda . Esa misiva provocó el distancimiento definitivo con el autor de Rayuela, siendo que hasta entonces Edith Aron era su traductora y una de sus amistades más cercanas. Por la magia de las musas el clima se distiende y la mujer acepta relatar su versión : Cómo conoce al escritor en un viaje de regreso de Estados Unidos allá por el cincuenta, y  los encuentros parisinos que van conformando los cuadros de Rayuela. Mientras ella habla me detengo en sus piernas finas, las medias negras que rematan en zapatos colorados y comprendo que esa mujer no es la persona que vine a entrevistar. Presto atención a su acento ( no a lo que está relatando ) y es naturalmente rioplatense. Si, estoy sentado frente a quien ha tomado un rol de intelectual, pero su verdadera identidad es la del cabello desgreñado que oculta su pasado de vieja tristeza por la muerte de Rocamadur. Siento que he encontrado por fin a Lucía, pero ella no me reconoce, me llama por otro nombre. Cuando intento disuadirla de que soy el auténtico Horacio Oliveira se transforma en una repitencia de insultos y empujones que terminan con mi humanidad en medio de la calle. Salgo como disparado del lugar y mi cabeza estalla en imágenes de un mundo delirante de perfecta confusión. " Qué es en el fondo esa historia de encontrar un reino milenario, un edén, un otro mundo? Todo lo que se escribe en estos tiempos y que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia. Complejo de la Arcadia, retorno al gran útero "

 
  XXX


HUBO UN SILENCIO Y LUEGO LE HABLÓ (o declaración de finales)

- Yo creo que te comprendo -dijo la Maga, acariciándole el pelo-. Vos buscás algo que no sabés lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes. Eso que hablaban la otra noche... Sí, vos sos más de eso de la gracia, de eso que no se sabe de dónde viene pero llega y yo, yo me dejo llevar por las palabras, de ésas que hay que hacer llegar al otro y cumplirlas.

Franco no supo cómo reaccionar frente a lo que la Maga le decía. Ya era tarde para los dos, el frío comenzaba a subir por sus muslos y sentía que el calor que se entregaban mutuamente no podía hacer nada contra el invierno que se asomaba a cada respiro.

- ¿Cómo así? No entiendo– replicó el muchacho, incorporándose sobre el asiento del parque en el que perdían el tiempo conversando.
-     Tú y tu afán no son más que…

No alcanzó a terminar la frase cuando ya estaba de pie y caminando en dirección al carrito de comida que había en la esquina.

- ¡Lo lamento! – le gritó mientras se alejaba con una tierna sonrisa – ¡Nuestra conversación puede esperar, mi estómago no! – sentenció.
- Pero…

            Franco seguía pensando lo que le había dicho. Por su lado la Maga sentía que por fin había dado con la pregunta esencial (que más parecía una respuesta sentenciosa) y que de ahora en adelante, apenas terminara de comerse ese sándwich de carne y queso derretido que le encantaba, por fin estarían en un punto de inflexión que haría que se separaran otra vez por un largo tiempo, sin saber el uno del otro, para luego volver y entender una vez más que se querían, que se amaban en lo más profundo.

            Franco, mientras la miraba comer a lo lejos, recorría su mente con un solo pensamiento: ¿Encontraría a la Maga?

Inicio: Capítulo 19

Final: Capítulo 1
                                                                                             

XXXI
LA SAL EN LA SOPA

(Verde Jade)

Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio, Agnes despertó sin ganas, volteó a ver al otro lado de la cama y se encontró a un hombre con un ronquido insoportable, de tez pálida y sin gracia. Lo miró con detalle y no logró entender en que momento fue que le resultó tan indiferente. Tal vez cuando la gritó porque a la sopa le faltó sal, o cuando se atrevió  a levantarle la mano sin ningún miramiento, o fueron las innumerables palabras hirientes que día a día le dedicaba. Una avalancha de desprecio lo había llenado todo.

Aun podía recordar aquella tarde en que lo observó  con detenimiento en medio de la multitud, se acercó a ella abriéndose paso con su bastón. Vestía un impecable traje blanco, con su figura estilizada y sus elegantes palabras. Irradiaba poder. Deslumbraba con los lujos que le proporcionaba, con los colosales bailes que hacía en su nombre. La fue conquistando con los innumerables ramos que llegaban a su casa diariamente y los suntuosos regalos que le hacía.

Después vinieron los insultos y las agresiones. Los desplantes y las vejaciones, el suplicio de sus celos enfermizos, las constantes llamadas amenazantes. Todo ocurrió tan rápido, pasó de ser la joya más preciada a  otro objeto de su colección que ya no causaba gracia y permanecía en un rincón olvidado de la majestuosa casa.

Julián la llamaba para insultarla de cuando en cuando, haciendo de su vida una calamidad, mientras callada soportaba cada palabra que desboronaba su confianza como migaja de pan. Haciéndola cada vez más un ser sin razón.

-Y si lo tomó, y acabó de una vez por todas con esto. Si tan solo me fuese detenido un minuto a pensar antes de haber… el bastón ¡Ese maldito bastón que evitaba su caída! - se decía a si misma mientras los recuerdos se amontonaban en sus pensamientos. -¿Cómo se puede soportar una vida sin amor? ¿Cuánto vale la felicidad? ¿De qué sirven las joyas? ¿De qué sirve la seda? – se preguntaba jugueteando nerviosamente con la pulsera de perlas que adornaba su brazo derecho.

Pero resignada arrastraba sus pies por el pasillo como tantas veces para detenerse en la cocina y comenzar la faena del día, aunque fuese preferido dormir para no darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, sólo respiraba y continuaba. Él volvería en la noche, entonces ella se haría la dormida de nuevo para evitar alguna discusión, o que él se le acercara con intenciones de obtener placer, y así transcurriría otro día más.

Hasta que el desprecio fue llenando el vacío, y el cansancio lo transformó en  Marcos que dormía plácidamente como si nada ocurriera a su alrededor. La luz de la tarde que entraba por la ventana, mostraba su vigoroso contorno, mientras las lágrimas humedecían el rostro de Agnes que al verle sentía por primera vez el valor para abandonar a su marido.

-          No soportó ni un día más de maltratos, ni de vejaciones, ni un golpe más con ese maldito bastón de empuñadura de oro.

Se recrimina mientras hurgaba dentro del cajón de las pijamas, donde su marido dejaba algún dinero y un viejo revolver.

-          Agnes, Agnes…

Llamó a la puerta de su vecina la señora Bermúdez, tenía días sin verla, estaba preocupada pues sabía que la relación entre Agnes  y  su marido era muy mala; y temía por la integridad de su amiga a la más de una vez había resguardado en su casa después de una pelea. Luego de insistir sin encontrar repuesta, buscó ayuda en la comandancia más cercana.

La policía acudió al lugar con prontitud luego de la insistencia de la anciana. Los oficiales encontraron la cena servida, dos platos de sopa sobre la mesa, y uno de ellos junto al salero, las copas llenas de agua, y el pan ya frío.  Al ingresar en una de las  habitaciones numerosas manchas dispersa los recibieron, y un cuerpo rígido sobre la cama con el rostro irreconocible por las innumerables laceraciones que presentaba. Pero a su alrededor todo parecía estar intacto, los lujos y las joyas seguían en su lugar, solo faltaba Agnes y el maldito bastón de empuñadura de oro. Estar vivo parece siempre el precio de algo.

 

 
XXXII
 CHOQUE INEVITABLE

Andábamos  sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Al tiempo que él estaba tomando un tinto en el Café Quindío del Parque Sucre, yo estaba en el del Parque de la Vida disfrutando de un café vienes. Sin saberlo leíamos el mismo libro: Rayuela.

— ¡Qué pereza! Esas nubes no presagian nada bueno, menos mal que traje el paraguas. Tengo ganas de caminar, decía él en el mismo instante en que yo pensaba: —mejor salgo a la avenida y tomo un taxi, tiene ganas de diluviar.

Cruzando la calle de prisa y distraída, tratando de atisbar un amarillo libre, no lo vi; el choque fue inevitable. Mi cartera voló y su contenido se desparramó. Sin enojarse me miró con sus ojos de perro triste y al agacharnos al tiempo, nos dimos un tortazo en la frente. Siempre he sido muy torpe. Empecé a disculparme y él, con una sonrisa que era como si el sol saliera de repente solo para mí, me dijo:

—Fresca. Más bien recojamos tus cosas… Sin transición añadió ¿Cortázar?  Y me alargó el libro.

Seguíamos en cuclillas. Yo, alelada, no acerté ni siquiera a contestar una pregunta tan simple. Me tomó de los brazos y, con toda gentileza, me levantó del suelo.

—¿A dónde vas con tanto afán? — Se te está incendiando la casa?

Solté una carcajada, me pareció tan anticuada la pregunta. La usaba mi abuela.

—No. Solo quiero tomar un taxi antes de que empiece a llover, le contesté. Me respondió que no fuera floja, que no me dejara amedrantar por unas gotas de agua, que eran tan lindas y frescas como yo. Olvidé que recién me había hecho cepillar el cabello y que la humedad lo arruinaría. Constatamos que teníamos un mismo trayecto: a mitad de camino abrió el paraguas y su mano libre me tomó de la cintura. Su abrazo se convirtió en un entorno placentero y natural. La distancia me pareció corta; hubiera querido continuar la marcha sin un destino fijo que sentenciara el fin. La intimidad compartida bajo el paraguas era refugio,  no del agua, sino del mundo que siempre he sentido y vivido como ajeno a mí. Me sentía como un bebé a punto de nacer que no quiere salir a un mundo extraño e intenta permanecer aferrado al útero de su madre.

En la conferencia nos sentamos en el fondo de la sala, muy juntos. El calor de su cuerpo invadía cada centímetro de mi piel. Cuando finalizó la exposición – sin mediar palabra- nos fuimos antes de que empezara la ronda de preguntas del público. No recuerdo si yo tomé la iniciativa, si fue él o si se trató de un acercamiento casual: lo cierto es que en algún momento nuestras manos se encontraron y nos fuimos caminando con nuestros dedos entrelazados. Retomamos el camino, ya familiar, y entramos en el primer hotel que vimos.

Ya en la habitación, en un lío de besos hambrientos y caricias enloquecidas, nos quitamos la ropa y nos amamos  como si el mundo fuera a terminarse. En el reposo del deseo satisfecho observamos el desorden de la habitación y reímos a carcajadas como chiquillos pillados en falta. Con una ternura y una expresión de amor en su rostro como nadie en la vida me había mirado, me dijo:

—Perdona. Esto es muy loco. Nunca he sido así de apresurado.

No supe qué responder. Volvimos a hacer el amor, sin prisa, tomándonos todo el tiempo, nada importaba. Hablamos mucho, mejor dicho hablé yo, no paré de hacerlo y él prestaba atención  a mis palabras, como si se tratara de un discurso importante. Y sí, lo era para mí, como construido con palabras virginales, incontaminadas, que nunca hubieran sido dichas por nadie.

Los reflejos rojos y azules de las luces de neón que entraban a través de las persianas indicaban que había anochecido. Nos habíamos quedado dormidos. Mi vida insubstancial y patética ha sido interrumpida de la manera más mágica. Por primera vez en muchos años me he despertado acompañada. Presiento que es un solitario como yo.

Con esa lentitud del que no quiere, sentada en la cama, empecé a vestirme. Prefiero marcharme con la ilusión de este día para que me acompañe en las noches de insomnio y no dejar que, esta “yo” desconocida, desaparezca de la habitación. Quiero que me recuerde fresca, alegre, espontánea, confiada, como he sido hoy y no la ejecutiva cuadriculada, calculadora que en realidad soy. No creo que en su vida de artista haya un lugar para una mujer como yo.       

—No. No.. no te vayas –dice en un susurro y   tirando suavemente me atrae hacia él. Busca mi boca y los dos somos una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, yo lo siento temblar contra mí como una luna en el agua.

 

XXXIII
EVE

La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de la plaza, leyendo -un libro- más.

Y no hay estupidez en ello. La convicción de que siempre la encontrará es absoluta. Así lo cree y así lo quiere hacer creer a Eve.

Y mientras se refugia bajo la sombra de los ciruelos de la plaza, en un intento por capear el calor, Alejandro cierra los ojos y se hunde en su accidentada memoria.

Te veo caminar por las estrechas callejuelas de adoquines del barrio antiguo de la ciudad, sin más prisa que la de un desocupado. Te acercas a las vitrinas de los negocios, especialmente de las librerías. No buscas un título en particular, sino que sólo distraer la vista y desacelerar el tiempo.

La brisa veraniega trae su aroma. Y Alejandro parece tragarse todo eso olor. Y esto no es una locura, pero si se concentra bien, logrará escuchar hasta sus pasos. Ese caminar sinuoso como la caída de las hojas en  otoño y que para él es inconfundible.

Y decide no salir a buscarla. Decide no salir a encontrarla. Asume con coraje la determinación de esperarla sentado en el banco de siempre. Y es una opción que conlleva riesgos. El peligro de no hallarse. El riesgo de no verla. El peligro de extraviarla y exponerla al acecho de otros en una ciudad que a ratos le parece extraña. Una urbe que parece haberse ensañado con él, devorando sus ilusiones.

Pero está convencido de poder vencer el enemigo, el miedo. Está seguro de lograr darle la espalda al destino, por salvaje y mezquino que éste sea, y arrastrar en su éxito a su Eve.

Y es que la conoce a cabalidad. Cada gesto, cada palabra, cada beso que se han quedado para siempre en su cabeza. La ha visto con los ojos abiertos y cerrados.

Y no necesita más que pensar en ella para proyectarla como un holograma. Y abre su mano. Estira el brazo. Y juega a atraparla. Y parece alcanzarla. Y le parece acariciar su cabello que es negro como la noche. Y ve sus ojos también negros. Son pequeños e incisivos. Y se queda atrapado en ellos, como siempre. Y con el dedo índice de la otra mano comienza a recorrer su boca, en una mímica que sorprende a quienes pasan por el lugar, pero que a él no le avergüenza. Y es una boca que conoce. Una boca que ha probado y que ha mordido suavemente en señal de complicidad. Es una boca donde se ha refugiado muchas veces, huyendo de las conspiraciones del mundo.

Y ahora me aproximo a tu cuello. Lo huelo. Y es el mismo olor de siempre. Ese que me envalentona como el mejor amante y me invita a restarle horas al descanso. Y siento tu piel. Esa piel blanca y suave, esa que he explorado como un entusiasta aprendiz que busca descubrir nuevos caminos. Y ahora comienzo a recorrer tu espalda. Ancha. Dócil. Y está fría, helada como la muerte, la misma que hace un mes te llevó para siempre.

Y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.